Cualquier análisis discursivo pragmático demanda el análisis de lo que se dice y de lo que se quiere decir, en un contexto sociohistórico determinado. Ello significa el estudio de las implicaturas (las proposiciones que se leyeron entre líneas); es decir: de lo que no está dicho de manera explícita.
El filósofo John Austin descubrió que el lenguaje sirve para llevar a cabo acciones que permiten modificar el entorno. Austin afirma que, con un enunciado, se puede no sólo transmitir una idea; sino, también, hacer una acción: mandar, rogar, acusar, afirmar, condenar. Su célebre frase “Decir es hacer algo” expresa mejor esta idea de acción. Lo que se dice sirve para provocar una conducta en el destinatario.
Capriles, después de la elección presidencial del 14A, recurrió a actos discursivos ideológicos que tienen una alta carga de reafirmaciones en torno a un supuesto irrespeto a la voluntad popular y aseveraciones negativas sobre las instituciones del Estado, el candidato del Gobierno y “lo que él representa”. Con este tipo de actos Representativos, el discurso tiende a ganar mayor credibilidad, y lleva a creer que el hablante dice la verdad.
Paralelamente, el Candidato de la Derecha involucró los estados psicológicos de sus interlocutores en su discurso —aun sabiendo que, cuando un discurso apela a emociones con las que el interlocutor se siente identificado, este último deja salir a flote emociones, sentimientos y deseos que tiene guardados en el subconsciente—. Enunciados como “¡Descarguen toda esa arrechera!”, “¡y duro!”, pesan más que “háganlo dándole a una olla”.
Capriles, al igual que cualquier político (o la mayoría), sabe que una persona cuando está pasando por un proceso de pérdida presenta una serie de altibajos emocionales: no se piensa, sólo se siente. En momentos de pérdida, surge un profundo sufrimiento y una fuerte impotencia, que puede evidenciarse en alteraciones del comportamiento rutinario, con explosiones emocionales y negación ante cualquier argumento lógico: se buscan culpables, se condena al Otro. Estos sentimientos pueden traducirse en violencia, si no hace una adecuada canalización.
Hay gente que puede empezar a tocar una olla y, al tener cerca a un vecino chavista (que estaba celebrando), le termina dando con la olla en la cabeza; porque, cree que se está burlando de su dolor.
Acusaciones como las de Capriles, ¿qué podrían provocar en algunas personas que no tienen ningún tipo de inteligencia emocional? Lean o traten de volver a escuchar esto: "Maduro es un ilegítimo y el pueblo lo sabe"; "¡Alertamos al país y al mundo la intención de querer cambiar la voluntad expresada por el pueblo!"; "El Gobierno está sembrando un resultado que no existe! Mosca! Ésa es su especialidad!".
¿Qué diablos es eso? ¿Un llamado a la paz?
Capriles conocía las implicaciones criminales y asesinas de sus discursos pronunciados, luego de las elecciones del domingo 14A. Es evidente: ¿Qué puede pasar cuando, en un país tan polarizado, un líder acusa a un sector (a los chavistas) de cambiar la voluntad expresada por el pueblo en las urnas electorales, y de sembrar los resultados? Que se agudiza la confrontación, hasta el punto de provocar pérdidas fatales (como ocurrió aquí: 8 asesinados chavistas y 163 heridos, también, chavistas, y 1 diputado de la oposición herido y otros tantos opositores que no salieron en pantalla).
Hay gente pacífica (en su cotidianidad) que, con sólo escuchar las palabras de Capriles, empezó a gritar (lo digo por experiencia personal): “Muéranse chavistas de mier...”; “Nos robaron el voto. Ahora vamos a tener que comer mier... por 6 años más”; “Vayan a mamarle el güe... embalsado a Chávez”; “Poco a poco, a todos los chavistas les va a dar cáncer como a Chávez”. ¡Díganme si eso no causa indignación, hasta en el más aplomado!
Uno entiende que su rabia es una reacción "normal", aceptada socialmente: son condiciones emocionales especiales. Porque, a quién le va a gustar que le “roben su voto”. No es lo mismo que Capriles hubiese dicho: “Bueno, nosotros aún tenemos dudas sobre los resultados, y solicitaremos un conteo de votos, para estar más seguros” o “Nosotros creemos que puede haber alteraciones en los números”; a que, de una vez, este candidato sentenciara al árbitro democrático de robarles su supuesto triunfo, con afirmaciones contundentes. La solicitud de revisión, entonces, es sólo una fachada de lo que realmente quería decir: “Yo gané y el CNE nos robó la elección: nos hicieron trampa”. Y aclaro: nadie le niega el derecho que Capriles tiene a reclamar; pero, eso no le da derecho a estimular comportamientos violentos en sus seguidores. Capriles excitó la intolerancia y la discriminación.
Con sus palabras, el Candidato Fascista evidenció su deseo implícito de exterminar la Idea Roja y a todos los que la representan. Diría un compañero: “¡Ni siquiera dan el pésame! Es que son verdaderos nazis: para ellos los pobres no merecen el trato de gente. La ignorancia de lo que son los hace actuar con desfachatez y los delata permanentemente”.
Las implicaturas del discurso de Capriles, después de la jornada electoral del 14A, indican que, este candidato sólo buscaba activar la rabia y la violencia en sus seguidores, para poner “en tres y dos” al Gobierno (legítimo) de Venezuela.
¿Por qué gritó fraude, si sus expertos validaron como correctos y confiables los resultados dados por el CNE? Porque, quería crear una crisis social. En su discurso, Capriles ocultó, intencionalmente, la fe de exactitud y validez que sus representantes, ante el CNE, han dado sobre las auditorías llevadas a cabo antes, durante y después de la votación hecha el 14A; para provocar sospechas y generar la matriz de una estafa electoral: otra actuación del repetido libreto golpista estadounidense.
Como dice el periodista Javier Barrios: “El discurso de Capriles apela a contenidos racionales y emocionales dirigidos a sembrar dudas y sospechas sobre el sistema electoral, las autoridades y los resultados. Al denunciar sin base y evidencias el supuesto fraude, y al colocar en cuestionamiento los resultados del CNE (advierte que Nicolás Maduro es un presidente ILEGÍTIMO, falta de autoridad, impostor, usurpador, dictador, vacío de poder, sin reconocimiento, sin el poder de gobernar y sin respaldo institucional), de manera oculta, llama a un escenario propicio para la insurrección social. Indirectamente, llama a sus seguidores a desconocer el Gobierno y a sus instituciones. En sus palabras, oculta las palabras: 'trampa, chanchullo y fraude', lo cual provoca en las conciencia de sus seguidores rabia y deseo de buscar acciones violentas. La gente opositora siente que puede manifestar sus molestias de manera libre; ya que, su líder le quitó el respeto a la majestad presidencial, al declarar su ilegitimidad. En gran parte del discurso, Capriles INVISIBILIZA AL PUEBLO QUE VOTÓ POR NICOLÁS MADURO y propone que su causa, es la causa de todo el país, hasta de los chavistas. El discurso frontal, confiado, apela y evoca, de manera sencilla, popular y cercana, argumentos que buscan sembrar dudas. Su agenda (y sus proposiciones entre líneas): la duda, la desconfianza y la sospecha, la insurrección y la violencia”.
De hecho, su discurso, no sólo consigue inocular la duda en la mente de sus seguidores; sino, también, entre el pueblo chavista o, al menos, entre muchos seguidores de la Idea de Chávez, con un argumento falaz (argumento de naturaleza inválida), tipo: “Llovió; la calle está mojada” / “Si la calle está mojada es porque llovió”. “Perdieron; no cuentan los votos” / “Si no cuentan los votos es porque perdieron”. La intención: que sus seguidores descargaran toda su rabia y frustración, y generaran una situación desestabilizadora, que obligara al Gobierno a caer en la trampa y en la agenda opositora.
Periodista ULA 2004
ncaruci@hotmail.com
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