No por esperado y lógico dejó de ser angustioso el triunfo de Nicolás
Maduro en las elecciones para la presidencia de Venezuela, vacante por
la desaparición física del Jefe del Estado Hugo Chávez.
Una amplia mayoría de los ciudadanos venezolanos habían elegido
Presidente, en octubre de 2012, al inmensamente popular líder de la
revolución bolivariana, quien poco antes de morir a consecuencia de un
cáncer recomendó al pueblo sufragar por Maduro en los comicios que,
por mandato constitucional, debían convocarse de ocurrir su deceso.
En las condiciones del orden liberal burgués que aún rige en Venezuela
no obstante su pujante proyección hacia el socialismo, la mayor parte
de las instituciones gubernamentales desempeñan sus papeles
constreñidos por un sistema en el que el capital financiero no ha
dejado de ejercer un fuerte papel manipulador de los medios de
prensa, así como de la economía y la sociedad toda.
En Venezuela, el 80% de los medios está en manos de una oposición que
representa básicamente de una de las oligarquías burguesas más
acaudaladas del planeta.
Fue sorprendente el resultado del proceso electoral del 14 de abril
por el margen tan estrecho con que obtuvo la victoria Nicolás Maduro
sobre Henrique Capriles, el candidato de la oligarquía, algo menos del
2% de los votos emitidos, apenas unos 300 mil sufragios.
Pero fue, eso si, una victoria inobjetable, especialmente porque el
método de votación venezolano actual goza de mucho prestigio y ha sido
avalado por centenares de especialistas de todo el mundo que han
apreciado su fiabilidad y limpieza por el alto grado de modernidad,
automatización y exactitud de sus resultados.
Entre otras autoridades en la materia, la Fundación patrocinada por el
expresidente estadounidense James Carter, ha apreciado que el sistema
electoral de Venezuela es el más transparente y fiable del mundo.
Pero también es cierto que la maquinaria mediática y terrorista que
puso en funcionamiento la oposición para revertir o reducir el margen
del triunfo popular en los días previos y durante el proceso de
votación fue enorme. La campaña con apagones eléctricos por cortes de
líneas y los sabotajes a la distribución de mercancías básicas para
producir desabastecimientos aparentemente fueron capaces de provocar
inconformidades que generaran inasistencia a las urnas.
Cuando el Poder Electoral emitió el resultado de las elecciones del 14
de abril que testimoniaba el triunfo de Maduro, el candidato perdedor,
que incluso había sido electo gobernador de un estado venezolano en
octubre de 2012 por muy escaso margen, se negó a reconocer la derrota
y llamó a sus seguidores a la insurrección.
Esta posibilidad se había hecho previsible cuando el 16 de marzo de
2013, Roberta Jacobson, subsecretaria estadounidense de Estado,
manifestó dudas acerca de la transparencia y seguridad del sistema
electoral venezolano, evidencia de que ya Washington tenía un plan
contra el país sudamericano basado en no reconocer los resultados
electorales del 14 de abril.
Documentos secretos publicados por WikiLeaks en días recientes
muestran la amplitud de los esfuerzos del gobierno de EE.UU. contra
Venezuela. Mediante las empresas “Stratfor” y “Canvas”, fachadas suyas
para labores de inteligencia y espionaje, la CIA ha venido dirigiendo
las acciones de la oposición venezolana desde el 2006 y le diseñó su
campaña para las elecciones parlamentarias del año 2010.
Los nuevos documentos revelados por WikiLeaks demuestran creciente
desesperación en Washington por el papel de Venezuela en las alianzas
entre los países del continente, desmedido interés en el sector de la
energía, petroquímica y el petróleo en particular, las relaciones con
Cuba, China, Rusia e Irán, el estado de las fuerzas militares y la
situación de las fuerzas contrarrevolucionarias.
La rabia planificada con que reaccionó un sector extremista de la
oposición al llamado del candidato derrotado, los ataques contra
edificios públicos y de viviendas; fábricas y centros de distribución
de alimentos; unidades de asistencia médica y escuelas; servicios
públicos y comercios, sin que el candidato perdedor formulara
reclamación ante alguna autoridad administrativa o jurisdiccional,
indican que el patrocinio por Washington del supuesto descontento era
desesperado y capaz de provocar una catástrofe mayúscula en el
continente y el mundo.
Sobre todo porque ello ocurre cuando muchos venezolanos y
latinoamericanos, así como politólogos y científicos del mundo,
mantienen viva, con contenida indignación, una interrogante por la
extraña coincidencia de que tantos dirigentes de países y partidos que
se niegan a acatar la férula estadounidense estén siendo víctimas del
cáncer y sospechan que la inoculación de la terrible enfermedad para
deshacerse de adversarios incómodos esté siendo utilizada por
Washington con el mismo desdén que los drones.
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