Desde las profundidades de sus desgracias y de su derrota, y como símbolo de la ignorancia que asusta y ofende al intelecto humano, los seguidores y seguidoras de Capriles golpearon con rabia las cacerolas, quizás para descargar allí las frustraciones por catorce años de derrota consecutiva, o quizás para no escuchar los cantos que dicen: “Patria, patria, patria querida, tuyo es mi cielo, tuyo es mi sol, Patria, tuya es mi vida, tuya es mi alma, tuyo es mi amor”. Hoy tenemos patria y revolución.
Precisamente, el crepitar de las descargas de odio de hombres y mujeres con corazón oprimido y rostros deformados por el furor de los gemidos que desgarran el aire, fue la señal para que comenzara el espectáculo de la muerte. A pesar de todos los imperativos de la razón y de la lógica que enseña la cultura política, la risa del fascismo mostró sus dientes y sus colmillos; y con una indiferencia celeste y la mirada perdida en las dimensiones de lo absurdo, una imagen macabra atravesó la mente del candidato derrotado, que montado en su corcel llamado “capri”, lanzó su grito de guerra: “descarguen toda esa arrechera”. Así habla el fascismo.
De inmediato se inició la danza macabra del terror, que bien pudiéramos llamar la “noche de las orgias”, porque una vez dada la orden de iniciar el caos, los responsables se fueron a sus aposentos a acobijarse en sus sábanas de terciopelo. Los primeros signos de la tempestad fascista se manifestaron pocas horas después de la medianoche del domingo, cuando se dio a conocer a Venezuela y al mundo que la aurora de la victoria era para el candidato de las fuerzas revolucionarias. Por encima de las multitudes y en el crepúsculo del horizonte se volvía a escuchar “Patria, patria, patria querida, tuyo es mi cielo… tuya es mi vida, tuya es mi alma, tuyo es mi amor”. Es un canto que atormenta a los apátridas.
Esos ecos de alegría, venidos con la brisa del crepúsculo del nuevo día, símbolo de la luz que ahuyenta las tinieblas, atormentaron a los escuálidos desalmados, que no contentos con los destrozos realizados en la oscuridad del silencio de la noche anterior, iniciaron al día siguiente, una escalada de violencia que costó la vida de ocho venezolanos y venezolanas, que las hordas fascistas, seguidoras de Capriles, asesinaron de manera cobarde; además, incendiaron sedes de nuestro Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Mercales, Pdevales y Centros de Diagnóstico Integrales (CDI). Inclusive, la aberración de los partidarios de Capriles es tal, que hasta quemaron tres casas de familias allá en Upata, estado Bolívar.
Cuando se ha bebido la copa envenenada del odio, la gente se ofusca y de inmediato viene el delirium tremens, que genera un tumor maligno en el pensamiento, que sólo drena cuando se le da rienda suelta a la furia exterminadora. De allí el espectáculo de las ollas podridas todas las noches, donde se disuelven sus tormentas. A los pocos días, el eco de las cacerolas podridas se fue apagando y los demonios se sumergieron en la mirada triste de la irracionalidad y del silencio. Así, bajo el fuego de las culpas y con el cansancio de las agonías espantosas se fueron quedando dormidos en el éxtasis de los malvados, para luego despertar al otro día con su ignorancia sublime. Se callaron las cacerolas, pero la olla del golpe sigue montada.
Politólogo