Editorial

Una semana trágica

Los acontecimientos como el huracán Katrina ponen a prueba a toda la sociedad, desde la solidaridad individual hasta el liderazgo oficial; desde las preparaciones previas para evitar el mayor daño hasta la reacción posterior para impedir que una situación grave empeore. El pueblo estadounidense está mostrando la conocida generosidad en ayudar a los damnificados de catástrofes naturales y las instituciones civiles y privadas se mueven en sus respectivos ámbitos. Del resto no se puede hablar de la misma manera. El orgullo anterior se transforma en incredulidad, vergüenza y enojo porque lo que ha pasado en el sur de nuestro país tiene un grado de incompetencia oficial inaudito. Esto costó vidas y estremeció la confianza que queda en el gobierno federal como último recurso.

La grave crisis humana en New Orleans vista a lo largo de la semana parece haber dado una vuelta de página con el arribo de la ayuda a los damnificados. La emergencia continuará con los desplazados y poco a poco se irá descubriendo el alto caudal de muertos de esta tragedia. Hay muchos poblados que no recibieron de la atención de los medios que esta ciudad, pero fueron literalmente arrasados por el huracán. Este aspecto humano y las necesidades urgentes de infraestructura no deben impedir que se comience a responder las preguntas sobre lo hecho por las autoridades locales, estatales y federales antes y después de “Katrina”.

Esta emergencia reveló que los costosos preparativos federales que se han hecho a partir del 9/11 para responder ante los peores escenarios terroristas son inexistentes a la hora de la necesidad. Las lecciones del 9/11 no fueron aprendidas y la falta de comunicación entre los servicios de ayuda fue similar a la de 2001. La burocracia gubernamental, por otro lado, fue otro ejemplo de como algunos intentos de ayuda inmediatos quedaron en la nada cuando decenas de miles personas no tenían ni comida ni agua. A esto se le debe sumar la desconexión de la realidad que tuvo la reacción oficial donde en más de una ocasión parecieron no comprender lo que ocurría. La pobre respuesta a la crisis obliga a replantear estrategias establecidas hasta ahora.

Es importante reconocer y recordar a una significativa población inmigrante de hondureños y salvadoreños que viven en la región afectada y se encuentran entre los miles de refugiados. Lo vivido por ellos, como por el resto de los damnificados, debe sacudir los corazones de todos en esta semana trágica. Es hora de ayuda, de conocer los errores para no repetirlos y de humildad ante la furia de la naturaleza y las falencias mostradas en este caso por los humanos.





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