“Me fui consiguiendo el fuego por los caminos y de repente me hice un incendio, ¡pum!, y aquí voy.
Cogí conciencia de lo que llevo en la sangre”.
Hugo Chávez Frías, 2012
El presidente Hugo Chávez proviene de esa estirpe de llaneros insurrectos que, en ocasión del conflicto independentista, hizo la guerra a los dueños de la tierra y amos esclavistas mantuanos que quisieron levantar en Venezuela una república a su imagen y semejanza; misma gente que se fue detrás de José Antonio Páez y Simón Bolívar a completar la guerra de independencia, para lo cual se enfrentaron al ejército invasor de Pablo Morillo. De ese linaje de hombres viene el Veguero, el Comandante Hugo Chávez, bisnieto de “la Negra Inés, mi bisabuela, hija de un africano que pasó por aquellos llanos (…) era de los Mandingas. Así que yo termino siendo un Mandinga. La negra era la madre de mi abuela Rosa Inés Chávez, que nació entre india y negra” (Hugo Chávez); nieto a su vez, de Maisanta, el último hombre a caballo; hijo del señor Hugo y de doña Flor, maestros de escuela en Sabaneta de Barinas.
De esos orígenes le viene su clase de guerrero, de allí su vena rebelde, la que demostró el 4 de febrero de 1992, cuando tomó el comando de las tropas del ejército venezolano insurreccionadas contra el gobierno corrupto y represivo de Carlos Andrés Pérez. Y por esa vena insumisa es que el Veguero profesa una profunda admiración por nuestro Libertador, Simón Bolívar, el Libertador, el antimperialista e integracionista, ese que “todavía está en el cielo de América vigilando, con las botas de campaña puestas, porque anda en cada soldado”, (Martí); por eso también su incansable andar en procura de la justicia para los ninguneados por la República del Pacto de Punto Fijo, de allí su empecinamiento por la emancipación definitiva de la patria, “patria, patria, patria querida,”, esa que gracias a su liderazgo, perseverancia y trabajo incansable ha echado a andar por fin, en la senda de la justicia plena, de la soberanía nacional y la democracia popular.
En el corto trecho andado en nuestro país bajo la conducción del Veguero de Sabaneta de Barinas, se ha ganado mucho, tanto como para que el pueblo beneficiado, que es la gran mayoría, se comprometa a no perderlo nunca más. Es demasiado valioso lo que hemos conseguido bajo la guía y dirección del Comandante. Se ha obtenido, entre otros logros importantes, el despertar de la conciencia del pueblo venezolano, un pueblo invisibilizado por los gobernantes de antaño, un pueblo al que le anularon su brío, le destruyeron sus sueños, le aquietaron su espíritu, y, sobre todo, lo hicieron sentir sin derecho a nada. Tal es la mayor perversión conseguida por quienes condujeron los destinos de nuestro país antes que apareciera el nieto de Maisanta. Pero ha terminado esa tragedia pues, como decía el propio Chávez, “Un profundo candelorio ha invadido el alma del pueblo venezolano. Esa incandescencia, ese candelorio azul interno ha despertado y difícilmente podrá detenerse, así como no puede detenerse la incandescencia del sol en el sistema planetario”; el pueblo humilde se ha insubordinado hoy y es el sujeto principal de la Revolución Bolivariana iniciada en 1999: “Aquí hay un pueblo despierto, que estaba adormecido, y tú lo ves en la calles reclamando su destino” (Hugo Chávez).
El “culpable” de ese cambio sustantivo del comportamiento del venezolano sencillo fue sin duda el Veguero de Sabaneta, fue él quien insufló en este sector social del país tal coraje revolucionario. En este sentido, se desempeño el Comandante como un verdadero maestro, como un maestro forjador de voluntades insumisas, como un maestro tipo Simón Rodríguez, el mismo que sembró la semilla de la inquietud libertadora suramericana en el díscolo joven mantuano, Simón Bolívar, y lo estimuló para que condujera esa gran empresa continental que finalmente lo convirtió en El Libertador. En verdad, fue así como se desempeño el presidente Hugo Chávez, como un maestro, como un conductor de pueblo, como un guía de multitudes; que como maestro transformador se propuso avivar la voluntad revolucionaria entre los hombres y mujeres humildes de nuestro país.
A estos les insufló vitalidad, fuerza, coraje, ánimo, ganas revolucionarias. En su caso, el conglomerado humano sujeto de la acción pedagógica fue ese constituido por los hombres y mujeres venezolanos de origen popular, los sufridos en la historia del país, los más atropellados por las clases pudientes; aquí están los explotados del campo y de la fábrica, los despreciados por el color oscuro de su piel; los torturados, reprimidos y asesinados por los cuerpos policiales gubernamentales; los perseguidos por sus ideas críticas y progresistas; aquí están las mujeres, amas de casa, trabajadoras de por vida; en fin, en este lado están los “condenados de nuestra tierra”. Tal realidad se propuso cambiarla el Veguero de Sabaneta, y por eso su accionar pedagógico al lado de los más necesitados, a los que se interesó entonces por ofrecerles educación, formación, conciencia.
El Comandante se propuso educar, formar, concientizar, puesto que como buen bolivariano seguía en esta materia el pensamiento del Libertador, y reconocía por tanto la fuerza de verdad de aquella enseñanza de Simón Bolívar según la cual a nuestros pueblos, las oligarquías nacionales y extranjeras, los habían dominado más por la ignorancia inculcada en ellos que por el uso particular de los órganos represivos policiales. Ante tal problema, como consecuencia del mismo, reconocía el Comandante Chávez, que lo pertinente era ofrecer oportunidades educativas a las personas. Contra la ignorancia, educación, pensaba el veguero barinés. Aquí coincidía, no por casualidad con otro gran libertador latinoamericano, como fue José Martí, pues el prócer de la independencia cubana reconocía que para ser verdaderamente libre había que cultivar el saber: “Ser cultos para ser libres”. A sabiendas de esto fue que una de las primeras acciones acometidas por el gobierno de Chávez, una vez superados el Golpe de Estado de abril de 2002, la huelga empresarial y el paro petrolero de ese mismo año, fue enfrentar, mediante la Misión Robinson, el problema del analfabetismo, un problema que por esa fecha afectaba a casi dos millones de venezolanos. Por parecidas razones creó la Misión Sucre, en este caso para ofrecer oportunidades de estudios a otros dos millones de personas, aspirantes desde hacía mucho tiempo atrás a ingresar al sistema de Educación Universitaria. Y también creó la Misión Rivas, con el encargo de brindar la oportunidad de culminar estudios de bachillerato a miles de venezolanos.
Total, fue la educación una prioridad en el ejercicio gubernamental de Hugo Chávez, un aspecto de su programa político nacional en el que se mostró seguidor consecuente de Simón Rodríguez. Y le cumplió muy bien el comandante al maestro del Libertador, pues los logros educativos de su gobierno fueron numerosos y extraordinarios. En su caso la educación se puso al servicio de los sectores populares, la educación se volcó a la calle, salió del recinto cerrado de las aulas; se municipalizó para acercarla a los hombres y mujeres habitantes de los numerosos caseríos, pueblos y ciudades del país. Más aun, en propias palabras de Chávez, “toda Venezuela se convirtió en una escuela y esto es parte esencial del proyecto bolivariano. Y va a seguirlo siendo (pues), como decía Bolívar, las naciones marcharán hacia su grandeza al mismo paso con que camina su educación” (Hugo Chávez). Pero es que además, en su gobierno se intentó dar un vuelco al sentido de la labor educativa, se intentó romper con la idea profesionalizante de la educación, con esa idea crematística según la cual uno se acerca a la institución escolar con el pecuniario propósito de adquirir un título, un certificado, un pergamino, para luego dedicarse con él a trabajar, a adquirir dinero.
Para el Veguero de Sabaneta, la educación es un proceso con un alto contenido de nobleza, mediante la educación lo que nos proponemos en verdad es formar personas dueñas de su propia voluntad, personas rebeldes, gente inquieta; en tal sentido, en ese proceso de la formación el educador, su principal conductor, lo que tiene que hacer es clavar el aguijón de la inquietud en el espíritu de los educandos. Les debe inquietar creando dudas en su pensamiento, les inquieta forjando en ellos un espíritu crítico, un espíritu insatisfecho; les inquieta porque les ayuda a descubrir las injusticias del mundo y les induce a comprometerse con las tareas del cambio social.
En tal sentido fue reiterativo el Comandante al convocar a los venezolanos a ser siempre críticos, a no dejarse conducir a ciegas por sus dirigentes. Los convocó a ser como los briosos llaneros venezolanos que ganaron, bajo la conducción de Bolívar y Páez, la independencia de Venezuela. Los convocó, decimos nosotros, a ser como él mismo fue, pues nadie mejor que su persona para presentarse como ejemplo de sujeto insumiso, de sujeto rebelde, de sujeto inquieto. Los convocó entonces a ser como “el subversivo de Miraflores”, como el fundador, dentro del ejército venezolano, del Movimiento Bolivariano 200, como el soldado del Batallón de Blindados del Ejército Libertador Venezolano, encargado, junto con sus compañeros de armas, de guardar la “patria que el cielo nos dio”.
Así fue Chávez, el hombre que se atrevió a asumir la extraordinaria empresa de cambiar radicalmente la realidad venezolana y que empujó ese cambio en la dirección del Socialismo Bolivariano, un proyecto en curso hoy bajo la dirección de un discípulo suyo, un antiguo trabajador del Metro de Caracas, un conductor de buses, ahora trocado en conductor de pueblo, el actual presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro.