Un pueblo que como jefe del Estado vota a una efigie que en su vida ha leído un libro, ¿está tan lejos de quemar libros?
Joseph Roth, La filial del Infierno en la Tierra
Basta ya de mentes estólidas.
Alí Primera
Me asombra cómo gente culta puede respaldar con tanto arrebato a Enrique Capriles o a Manuel Rosales, cuya ignorancia es pública, notoria, comunicacional y, sobre todo, oronda, impúdica y sin rectificación. Predomina en la dirigencia opositora. Basta constatar sus chascos nada menos que en el Parlamento, sobre todo cuando pretenden lucir algún lustre, como Ismael García, el más egregio. Ese caballero demuestra que ser ignorante es un mal, pero que pretender ser culto desde la más apretujada ignorancia es peor.
No reprocho incultura a nadie porque la padecemos todos. Somos ignorantes de mucho, salvo algún área de conocimientos en que somos competentes, por experiencia, por estudios o por casualidad. Ya no es posible nadie como aquel Pico della Mirandola, que tenía fama de docto en todo conocimiento disponible en la Italia del siglo XV, al morir a sus 31 años. Su epitafio: «Aquí yace Pico della Mirandola: el Tajo, el Ganges, aun las Antípodas saben el resto». Dicen que cada 18 meses se duplica todo el conocimiento. Geométricamente, vertiginosamente, porque al mismo ritmo crece la ignorancia hasta de la gente más leída. Hay ramas científicas en que sus expertos más avanzados ya no se entienden entre sí. Hay quienes dudan si la física cuántica se entiende verdaderamente. Yo no la alcanzo. Creo comprenderla durante unos 10 minutos al leer su definición. Y cada vez que la repaso la entiendo menos, como hace 10 minutos.
Estamos, pues, en confianza, entrañables ignorantes. El problema no está allí sino en hacer de la ignorancia virtud, honra, fama. Muchos medios de comunicación proclaman su ignorancia como timbre y prez. La ignorancia, advierto, es un derecho. Es más, debiera estar garantizado en la Constitución y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No hay problema con eso, para mí al menos.
Más: la ignorancia suele convertirse en espectáculo recreativo y chocarrero, como en el cuento del gamonal aquel que abolió la Ley de la Gravedad. O la ministra española de cultura que se alegró porque el Nobel de Literatura recayó en una mujer: Sara Mago. Esas pifias entretienen mucho. Es más, a menudo la erudición conduce a la petulancia. Gracias, Ismael, porque alivias con risas nuestro sonrojo ante tanta oscuridad.
Pero si la jactancia ilustrada es antipática, la petulancia ignara es risible, que es peor. Una cosa es causar risa con ingenio y gracia y otra dar risa por tosquedades y gansadas. Hay quienes nacen así y no han podido superarlo, eso se respeta. Pero hay quienes cultivan su ignorancia y estolidez con disciplina y rigor. Me causan admiración. Porque vas a una peluquería, a un consultorio, y coges una revista. Hay un artículo ameno sobre, ponle, Rembrandt, el Tamunangue o las singularidades espaciotemporales. Listo, ya eres menos ignorante. Ten cuidado, colega ignorante: La cultura nos asecha y acecha.
No importa ser ignorantes, pero al menos debiéramos tener la cortesía de un poquito de pudor…