Indiscutiblemente, el conocimiento que tenemos de excelsos personajes históricos se obtiene a través de incontables lecturas, bien sea mediante las biografías que escriben otros, o cartas o proclamas, en fin, de documentos que llegan a nuestras manos, que de alguna manera sirven para forjar en nuestra mente una idea de los héroes y heroínas. Siempre he creído que la genialidad es un azar de la vida. Los genios, los sabios, hasta los superhombres surgen como una chispa luminosa en un lugar donde se encuentra una necesidad y se hace indispensable el desempeño de una misión trascendental. En otras palabras, el ambiente propicia el clima próspero para el que genio demuestre sus capacidades para resolver los problemas que agobian una sociedad.
No cabe duda, la obra de un genio no es producto exclusivo de su inspiración individual, ni puede analizarse como un extraño evento que cambia el curso de la historia; por fortuna en sus actuaciones también convergen las aptitudes personales de otros seres y porque no decirlo, de las circunstancias. Innegablemente, su obra le trasciende a su época y a la geografía, hecho que les permite a los demás mortales seguir su huella. Sus acciones, medidas por la vastedad de la extensión de sus aplicaciones, son inspiradas por un ideal y fortalecidas en el tiempo, que es donde triunfan los genios. Por fortuna la existencia de estos seres extraordinarios no se miden por sacos, entre ellos puedo nombrar a Homero, Miguel Ángel, Beethoven, Mozart, Cervantes, Goethe, Atahualpa, Moctezuma... indudablemente, no podía dejar de lado en este inventario de ilustres a nuestro Libertador Simón Bolívar. Hombres cuya genialidad acaece en función de los pueblos y florece en circunstancia que requieren la guía o la orientación de un genio pragmático.
Tuve la fortuna de ver la película “Bolívar el hombre de las dificultades” de Luis Alberto Lamata y cuyo papel protagónico lo llevó Roque Valero, quien representó de manera sorprendente a un ser que se desdoblaba entre la locura fructífera y la prodigiosa genialidad. Un Bolívar que durante toda la función gravitó en el ambiente de la sala como un relámpago incandescente en un inusitado equilibrio celeste. El irrebatible histrionismo de Valero nos mantuvo subordinado, bajo su influencia, en una especie de embeleso cósmico. Sinceramente, Roque con la vehemencia de su actuación sacudió a todos los espectadores, experimentando los mismos estados emotivos de nuestro Libertador, tanto en los momentos de peligro, sus arrebatos durante el destierro en Jamaica y por qué no, de su exultación y sensualidad al lado de sus amantes de turno. La madurez actoral de Valero nos hizo percibir las imperceptibles vibraciones cerebrales del genio, trasformadas en la regia personalidad de Simón que se tornó en la irrupción tumultuosa de un ejército libertador y en situaciones concluyentes para la independencia de América.
Luis Alberto es su extraordinario film nos muestra a un Bolívar repudiado y aclamado, dado que, indudablemente, los genios como Bolívar no cuentan con la consideración de los hombres comunes, son seres cuyas actuaciones y pensamientos deben ser analizados más allá de su época. Por tal razón hoy sus reflexiones sobre la política tienen palmaria vigencia. Imposible negar, Simón como ser mortal se equivocó innumerables veces, como consecuencia de que solo los seres que acometen grandes empresas suelen errar. Un genio que vivió pensado durante toda su vida comete aciertos y deslices, pero más de los primeros, debido que jamás desvió su mirada de su finalidad esencial: la expulsión de los españoles de América. La actuación de Bolívar fue un accionar de presente, pasado y futuro: por ser un estudioso conoció la historia del mundo y aprendió de sus antepasados; por ser un estadista estuvo al corriente de la necesidad de expulsar a los peninsulares del Nuevo Mundo y por ser un futurólogo, miró con prudencia el porvenir de una América amenazada permanentemente por los grandes poderes del planeta. Roque nos muestra con maestría un Bolívar afectado por incesantes sucesiones de alboradas y de crepúsculos fundidos de manera uniforme durante dos horas de filmación.
Todos el que aspire a arrogarse el puesto de líder y todos los suramericanos están obligado a ver la película de Lamata. Valero nos contagia, con su inusitada actuación, la genialidad de Simón con una innegable cordura en todo lo referente a una de sus empecinadas aspiraciones: el fin de la monarquía en América. Al lado de nuestro insigne hombre conocimos a otros que luchaban a su lado, pero los espectadores advertimos la mediocridad que envuelve a los seres que no están tocados con el don. El trabajo que emprendió Bolívar equivalió al que realizarían miles de individuos, muchos de los que lo cortejaron sólo eran capaces de realizar la labor de uno solo. En esto consistió la genialidad de nuestro Libertador.
El “Bolívar, el hombre de las dificultades”, retrata a unos mediocres encandilados por los fulgores inusitados de un genio y nunca faltó alguien que recurriera a adjetivos ofensivos pretendiendo confundir la genialidad con la insania. Es la forma como los disminuidos de intelecto desconocen las aptitudes de un hombre que logra enfrentar un mundo desbordante e incompatible, delirante de luchar en una atmósfera embarazada de borrascas, rasgando todos los vientos y horadando los surcos para sembrar su propia semilla: la libertad de América. En todo momento Simón se crecía, se agigantaba al filo de las espadas del enemigo.
Roque nos mostró, no lo leí, tal como afirmé al comienzo del artículo, a un genio que florece mejor en las comarcas aisladas, acariciando los torbellinos que son su atmósfera propia; se consume en los invernaderos de la burocracia estatal en las doctrinas domesticadas, en las academias anticuadas y en funcionarismo jerárquico. Simón encuentra su mejor aliado en el tiempo, en su soledad busca y completa los empujes de su iluminación, intentado afianzar en su lucha la aristocracia del mérito y desterrar los privilegios de las castas.
Lamentablemente la cinta dura dos horas y en definitiva, faltarían muchos años de filmación para presentar a un Bolívar en toda su magnificencia. El genio que no pudo luchar contra la pequeñez de los cientos de sujetos que lo escoltaron y luego lo traicionaron. Por desgracia las huestes de los sicofantes parecen progresar como un herpes moral que se desarrolla silente hasta enlodar infamemente la fisionomía de toda una época.
Permítanme por esta vía felicitar no solo a los nombrados anteriormente responsables de una parte de la filmación, sino a todos los que intervinieron en “Bolívar, el hombre de las dificultades”, dado que una faena de tan rutilante belleza sólo se logra con las voluntades y las capacidades de todos los egregios trabajadores.