- El problema del espacio urbano es un problema de suelo, de instalaciones, de circulaciones y de equipos de consumo colectivo más que de cáscaras espaciales, más o menos ingeniosas, poéticas, o de identificaciones nacionales trasnochadas.
Dice Castells que “[…] toda forma de la materia tiene una historia”. Invirtiendo la cita se podría decir que también todo momento histórico tiene una formalización de la Materia. Esto último ni siquiera apunta a entrar en consideración por los críticos de la actual realidad urbana de nuestras ciudades capitalistas, que parece quisieran construir una teoría arquitectónica-urbana sobre el problema de las clases expropiadas del excedente de producción social, al creer que es un problema a resolver por el nivel político.
La concentración de la actividad económica en el medio urbano genera disfuncionalidades por las contradicciones inherentes al sistema capitalista: propiedad privada del espacio, segregaciones funcionales y sociales. Las “economías” propias de esta aglomeración urbana han sido financiadas por el poder político que interviene en la instancia económica, que proporciona los elementos necesarios al proceso de producción, en sí mismos improductivos, como son los equipos de circulación comunicación y los servicios de consumo colectivo para la reproducción de la fuerza de trabajo.
La función económica del poder político dentro del capitalismo, atendiendo parcialmente necesidades de consumo de las clases desposeídas, se explica, porque siendo la función política reguladora de los conflictos interclases, y conservadora de las relaciones sociales establecidas, podrá, como sostiene Poulantzas, defender ciertos intereses económicos de aquellas clases, en el bien entendido que esas concesiones no se oponen a la relación de dominio de las clases dominantes, sino, antes, bien, constituyen una afirmación de esa relación.
El cumplimiento de las funciones económicas por el poder político en el capitalismo ha atendido a los trabajadores con el excedente productivo, por un lado, de las “economías” en la aglomeración urbana de las grandes empresas, dotándolas de las infraestructuras necesarias para su funcionamiento productivo y, por otro lado, las inversiones no reproductivas de los equipos de consumo colectivo para la población, entre ellos la habitación.
Para ello, el poder político determina un orden prioritario de inversiones, midiendo las concesiones del excedente a las clases sociales proletarias, dentro de los límites estrictos del mínimo compatible con el mantenimiento del orden existente. Dentro de ese orden de ideas, deberíamos examinar el problema de la ciudad, a ser resuelto por el nivel político en el marco de los límites fijados por el nivel económico. Porque así como el sistema produce objetos, instituciones, técnicas e ideologías, también forma arquitectos, entre otros. Y éstos son creados para la sobrevivencia del Sistema Capitalista, imbuidos de una ideología, haciéndoles creer que la técnica espacial aprendida es capaz de resolver los problemas del espacio confrontados por las clases sociales sin espacio.
Es clave, en esa formación ideológica del sistema capitalista, separar la arquitectura de la política, no contaminarla, no hacerla descender a la lucha espacial cotidiana, sino elevarla a un juego inmaculado de elementos técnico-estéticos; también es clave separarla del problema urbano, la vivienda, por ejemplo, de la ciudad. Y esta última escisión afecta el pensamiento arquitectónico, porque éste fue incluido dentro de una formación, que lo asigna a una escala determinada, que sustrae el edificio del entorno y lo dota de autonomía.
Una situación de esta índole impide ver que el problema del espacio urbano es un problema infraestructural, más que sobreestructural espacial. Que es un problema de suelo, de instalaciones, de circulaciones y de equipos de consumo colectivo más que de cáscaras espaciales, más o menos ingeniosas, poéticas, o de identificaciones nacionales trasnochadas. La dotación infraestructural y de equipos de consumo colectivo es obra social urbana y, no puede ser solucionada por el esfuerzo de individuos, o grupos reducidos de trabajo artesanal, sino mediante la lucha política de las clases desposeídas, por la exigencia del excedente que se les expropia para una producción socializada de equipos aplicados a sus necesidades de consumo.
El sistema de medios de consumo colectivo urbano, no puede ser analizado separadamente y, mucho menos solucionado, aislado de otros consumos colectivos, aprovisionamientos, circulaciones, educación, salud, vivienda, porque todos constituyen problemas de una sociedad dividida en clases que se enfrentan, entre otras cosas, por la apropiación del espacio; y toda lucha de clases es, según Marx, política.
Lo que antecede no significa, absolutamente, una paralización de nuestro esfuerzo técnico, sino el deber de enfocarlo en el sentido de satisfacción de necesidades masivas de espacio para las clases desposeídas y acentuarlo sobre todo en los factores infraestructurales urbanos, pero con la clara consciencia de estar produciendo una práctica teórica que será dependiente, como bien dice Castells, de una práctica política, sin la cual aquélla se quedará sólo en eso, y no se hará nunca realidad efectiva.
El autor es: Arquitecto