Decir que conozco a Ernesto desde nuestros tiempos de estudiantes de “come-candela” en la Universidad Central de Venezuela, es tan solo una parte de la verdad. Allí, al bamboleo de huelgas de profesores, jueves de manifestaciones estudiantiles y sueños por un mundo mejor entre la década de los años ochenta y noventa, sostuvimos relaciones cordiales aderezadas con respetuosos intercambios de puntos de vista.
Lógico era que el tiempo se encargara de distanciar su pluma y la mía, no obstante que él –brillante por naturaleza– vibrara con nombre propio en la fuente política nacional, al tiempo que yo cultivaba el reporterismo comunitario, siendo vocero de quienes en nuestros cerros denunciaban las consecuencias terribles con que la Cuarta República bañaba sus vidas.
Hasta que en 2009 el cálido mundo del periodismo tocó a la puerta de ambos, por segunda vez: el hijo de Cruz Villegas se valió de un encuentro fortuito en una cafetería del centro de la ciudad, para invitarme a acompañarlo en la lindísima experiencia de una aventura informativa que meses después fue bautizada como Ciudad CCS.
Comprobar –al cabo de 10 años– que estaba frente al mismo Villegas de siempre, fue una lección de vida. Es ese hombre, reserva moral de nuestro país, gústele a quien le guste. No aparta en su conducta diaria espacios para dobles caras. Igual respeta a quien se viste de rojo como a quien no lo hace. Aboga, de la misma manera, por ambos. No existe en su léxico la palabra “escuálido”: la borró de su diccionario mental luego de abril de 2002, lo cual –en momento alguno– significa debilidad ideológica. Por el contrario, cada paso y cada decisión suya en materia política es tomada con la altura y la madurez de quien reconoce fortalezas y debilidades estén donde estén.
En Ciudad CCS estuvo hasta octubre del año pasado cuando el Comandante Eterno lo convocó a formar parte de su equipo. Su recto proceder, a lo largo de tres años, en el periódico que fundó, es para quienes estuvimos a su lado la mejor carta de presentación ahora como candidato a la Alcaldía Metropolitana. Votar por Ernesto es votar por la pureza de la especie humana.
¡Chávez vive…la lucha sigue!