Hace 27 años me topé por vez primera con Ernesto Villegas, en la Escuela Técnica Industrial “Gregorio Mac Gregor”, en la parroquia Coche, donde cursamos la secundaria. Fue en la campaña electoral que le llevó a ser el Presidente del Centro de Estudiantes del Mac Gregor. A partir de allí nos uniría una sólida amistad, acompañada de la admiración y el respeto que siempre he tributado a toda su familia. Conocerle significó para mí la entrada al mundo de la política estudiantil. Mundo que no abandoné ni en la secundaria ni en la universidad. Ernesto despertó, en muchos de quienes alternamos con él por aquellos días, la necesidad de la lucha por un mundo mejor y la sensibilidad por los humildes, cuando esas procuras traducían no pocos riesgos personales y familiares.
Hoy Ernesto, el mismo irreverente y gargantúa de toda la vida, se plantea un nuevo reto: ser Alcalde Metropolitano de Caracas. Una nueva campaña, a casi tres décadas de aquella cruzada adolescente.
Conciente del peso de la palabra escrita, por mi oficio de historiador, nada más comprometedor que dejar en negro sobre blanco mi respaldo a Ernesto, más allá de la modesta contribución que hemos hecho como parte del entusiasta voluntariado que le rodea.
La gesta de Ernesto ha significado para este escribidor desempolvar la familiaridad con los altavoces, encaramarme en tarimas y desafiar muchedumbres entusiasmadas, desplegar el proselitismo como otrora lo hicimos por las causas estudiantiles. En suma, viejas vivencias ahora redivivas por las mismas razones que nos hermanaron desde siempre.
Su candidatura, la del periodista honesto, resume además la presencia de la generación estudiantil que se rebeló tempranamente contra la hegemonía puntofijista, y expresa la necesidad de despachar al último de los representantes de aquella fenecida hegemonía, cuya empecinada comparecencia afecta muy especialmente a los adversarios del chavismo. Todos sabemos que el contrincante de Villegas encarna un pasado al que nadie quiere volver.
Ernesto, en cambio, es toda una promesa. El aire de unidad y la multitud de adhesiones que ha logrado atesorar a lo largo de su rauda pero intensa campaña así lo sentencian. En hora buena por un liderazgo de estreno, que se mueve en dirección de las manecillas del reloj de nuestra historia republicana.
Por ello, la victoria ya es suya.