Son muchos los efectos de las votaciones del pasado 8 de diciembre, en las que los candidatos progresistas de la izquierda bolivariana lograron un amplio apoyo ciudadano para las alcaldías y concejos municipales.
Desde un estricto enfoque político la MUD armó su propia sepultura al pretender convertir las elecciones en un plebiscito contra el Presidente Maduro y el gobierno nacional para a renglón seguido obligar su destitución. Se dejaron llevar por la fantasía y menospreciaron el adversario, cosechando los resultados que están a la vista: su implosion y fragmentación. Tendrán que adelantar una paciente labor de reingenieria política, en términos democráticos, si es que quieren mantener vigencia. Lo que se percibe es la decisión de aquellos liderazgos menos dogmáticos por asumir otro rol más constructivo respecto de sus compromisos locales en las alcaldías y gobernaciones, con el fin de adelantar una gestión mas responsable de los presupuestos y los planes de desarrollo específicos.
Maduro tomó la iniciativa y proyecto un escenario de diálogo con los funcionarios escogidos en los recientes comicios. La condición central del diálogo es el Plan de la Patria valido hasta el 2019, que es ley de la República y tiene que ser reconocido por los funcionarios del Estado en todos los niveles.
El gesto presidencial sugiere un cambio en el campo político. Quiere decir que la relación entre los actores contrarios debería abandonar el antagonismo destructor que se resuelve en el exterminio violento de una de las partes. La política en esos términos, planteada desde 1999 por la ultraderecha fanática que ha promovido golpes y salidas violentas, siempre lleva implícita la guerra civil y el método de la sangre, tal como ocurrió con el golpe y la dictadura de Pinochet en Chile en 1973. Es la manifestación de la formula fascista planteada por Schmitt para el ámbito político el cual se define por la hostilidad perpetua entre los que se disputan el poder.
Desde Miraflores se hace una propuesta para que el debate entre adversario ocurra en términos agónicos, sin guerra arrasada de por medio, sin exterminio sangriento de la alteridad, admitiendo que pueden ocurrir las sustituciones desde una perspectiva democrática. Ese es el desafío del modelo bolivariano pluralista y diverso.
Porque lo cierto es que en el trasfondo se divisan factores desestabilizadores en el plano económico y social que pueden derivar en una tremenda anarquía y balcanización del Estado, favoreciendo, en últimas, factores geopolíticos adversos al interes nacional.
Desde un enfoque de ultraizquierda lo deseable sería la agudización al máximo de los conflictos sin percatarse que de ese escenario el gran beneficiada sería el núcleo oligopólico de la burguesía, las multinacionales, el imperio y la corrupta boliburguesía. Perjudicando, obviamente, a las grandes mayorías populares. Los radicalismos hacen parte de la imagineria y necedad de grupúsculos aventureros, que no merecen ser tenidos en cuenta. Es pura revolución de boquilla.