El campesinado yace como un tigre sedado. ¡Ayayai por los que creen que está dormido! Solo esperan que la dosis de engaños y de acciones que los han relegado de la economía venezolana sean catabolizadas, para regresar a la lucha por la tierra. Tierra y hombres libre, arengaba Zamora.
Existen muchos discursos y literatura sobre la forma como el campesinado ha perdido sus espacios vitales, o los han reducido, o los han abandonado por diversos factores que han condicionado la gran migración hacia las ciudades ocurrida en los últimos sesenta años. Allí, son parte de los cordones de miseria, en una forma que vida que le era ajena, pero que han asimilado hasta convertirse en ciudadanos pasivos al cual van dirigidas las políticas sociales diversas, que abonan algo de la renta petrolera en contraprestación por la tragedia soportada por varias generaciones. Ya los hijos de los hijos, de los hijos de las familias campesinas migrantes solo conservan algunas de las historias de sus tatarabuelos, bisabuelos o abuelos, sobre aquellos apacibles atardeceres, o sobre la vaca querendona que se ordeñaba a sí misma, donde los únicos enemigos temibles, eran los zancudos.
La migración campesina es una realidad en América Latina, y Venezuela no escapó a este fenómeno. Es posible que las razones no sean exactamente las mismas para dejar los territorios rurales, pero en términos generales responde a diferentes estímulos o fuerzas. La más elemental de todas es la chocante diferencia entre la ciudad y el campo, en términos de las condiciones materiales de vida, que sin ser realidad en términos de calidad ambiental, existe un discurso y se manejan evidencias de que en la ciudad todo se puede conseguir, y entre otras cosas, es posible devengar salarios que están por encima de lo que se puede obtener con mucho esfuerzo en los pequeños fundos que apenas dan para la subsistencia. Ese atractivo es una sutileza que enmascara otros hechos.
La población campesina está frecuentemente asediada por los terrófagos que aspiran apoderarse de la tierra, y lo logran, desplazando al campesinado a tierras de menor potencial, a ecosistemas frágiles, y a zonas remotas con pocos servicios, y en condiciones de aislamiento que hacen de la vida una tragedia. Además, los conflictos bélicos (caso colombiano y centroamericano) han erradicado poblaciones campesinas enteras, desplazadas sin horizonte, y sus tierras represadas en las manos de los capitalistas que las utilizan para ampliar sus plantaciones.
Existen también, otras formas de agredir la población campesina, que se pretenden presentar como apoyos, formación o servicio a la patria. Las chicas son desarraigadas para servir como domésticas y a veces como prostitutas, los muchachos son reclutados por la milicia o son convencidos a desplazarse a centros poblados para trabajos menores de ayudantes de albañilería o servicios, desde mensajeros hasta otras tareas despreciadas por los citadinos. A nuestro caso venezolano se le agrega la gangrena socio-económica que el petróleo ha generado, y que a los efectos edulcorantes de la política, se ha llamado rentismo petrolero.
Pero, la revolución en la agricultura puede revertir parcialmente y para beneficio de la sociedad la migración que llevó a Venezuela de un país rural con 60 % de población dispersa en la bella geografía nacional, a un país predominantemente urbano, con algo más del 7% de habitantes en el medio típicamente rural.
La intensidad de esa reversión depende de las políticas públicas que al efecto se diseñen, pero una cifra de repoblamiento hasta alcanzar 15 o 20 % tiene lógica desde la perspectiva ambiental, social y productiva.
Chávez, el Comandante Eterno, habló siempre de esa posibilidad de replantear los desequilibrios territoriales en términos de repoblar y utilizar eficientemente los recursos naturales, incluidas las tierras con potencial agrícola. No lo escuchamos o sigue en la agenda del largo plazo. Sin embargo, estamos en el mejor momento para proponerle al país un plan para revertir la migración rural y generar un repoblamiento de los territorios rurales bajo un enfoque de ruralidad emergente que difiere de la nueva ruralidad en que su base política son los objetivos históricos del Plan de la Patria, y no los elementos de la competitividad planteados en el contexto de la economía globalizada. La agricultura de la ruralidad emergente se interconecta a lo interno para garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria, mientras la agricultura globalizada desconecta las agriculturas nacionales e interconecta los mercados globales, sujetos al capital que mueve el agronegocio internacional.
Se propone que el Plan se designe con el epónimo del Comandante Eterno, y a los fines políticos pudiera contener los siguientes programas estratégicos:
1) Programa voluntario de vuelta al campo para el campesinado y sus descendientes, según los lineamientos que se establezcan en el Congreso Campesino.
2) Programa de inserción y reinserción laboral diversificada en el territorio rural, tanto en agricultura como en otras áreas para familias y personas de origen no campesino.
3) Programa de equilibrio territorial en la Faja Petrolífera del Orinoco que se anticipa a los flujos migratorios incontrolados de la actividad petrolera y que van a incorporarse a los planes de expansión de la agricultura en ese territorio estratégico.
4) Programa de fortalecimiento del desarrollo de las comunas y del Poder Popular Comunal
5) Programa interconectado de Misiones para el bienestar en el territorio rural.
6) Programa de continuidad de la lucha contra el latifundio conciliado con el Poder Popular Campesino.
7) Programa integral de inversiones en desarrollo físico y tecnológico sustentado en el incremento de ingresos a la República por concepto del incremento del precio de la gasolina.
Nada de esto es posible si los campesinos no son escuchados en el Congreso Nacional Campesino. Ellos poseen la sabiduría innata y la fuerza que se necesita para despertar a ese tigre que yace sedado por la burocracia.