Siendo hoy 4 de febrero 22 años después de la insurgencia militar de aquella fecha, creo que vale la pena comenzar a aventurarse en algunas reflexiones sobre estos hechos que permitan entender desde el tiempo no solo su significado histórico que parece estar bastante claro desde el punto de vista de la crisis política que profundizó dicho acontecimiento, sino desde lo que sus características propias determinaron en los momentos posteriores. Esto quizás nos permita entender mejor nuestra crisis presente y el terrible vacío en que nos encontramos.
Primera hipótesis: el primero fracaso del 4 de febrero no fue militar sino político; en pocas horas se rompió la alianza cívico-militar, de carácter revolucionario e insurreccional, que se venía gestando.
El plan insurreccional del 4 de febrero hasta donde pudimos conocerlo e involucrarnos, estaba plagado de acciones estratégicas ligadas básicamente a la iniciativa militar de un primero momento y a la fuerza complementaria que en la medida en que la actividad de la milicia tomaba terreno desatarían focos de movilización popular sostenidas por acciones militares tácticas dirigidas por colectivos civiles ayudados por un importante de armamento distribuido en puntos claves por los militares alzados. Por razones cuyas responsabilidades puntuales jamás se han terminado de establecer (a opinión personal sus primeros culpables fueron los comandantes del 4F, encerrados en su convicción militarista), este plan conjunto quedó reducido a la acción exclusivamente militar por lo cual el 4 de febrero se redujo a un “golpe de Estado”. La única movilización popular se genera de manera espontánea por grupos de civiles que al día siguiente, ya detenidos los cabecillas y participantes del golpe, salen a la calle de manera inadvertida a apoyar a los militares presos y dándoles el carácter de “héroes del pueblo”. La situación nacional daba para eso, sin embargo, el pueblo propiamente aparece en este caso como un actor de segundo momento, un sujeto de respaldo en ningún momento protagónico de los hechos ocurridos.
De acuerdo con esta hipótesis, podemos establecer que el 4 de Febrero marca efectivamente un momento clave de ruptura que propició el desenlace final de la IV república y el orden bipartidista. Pero al mismo tiempo establece una primera jerarquía entre los actores revolucionarios que más adelante va a costar muy caro ya que eleva a la categoría de “sujeto político prioritario” al grupo militar. En este caso no es una rama militar que se desprende explícitamente de su origen corporativo -las FFAA creadas definitivamente bajo la dictadura de Gómez- y se declaran “ejército revolucionario” integrado horizontalmente al mando colectivo civil, como fue el caso de los sesenta con la formación de las FALN, sino que termina reivindicándola en una extravagante interpretación de que estas siempre han sido “el pueblo en armas” por su característica sociológica originaria no aristocrática. Las FFAA representadas en su esencia verdadera “bolivariana” por el grupo golpista pasan a convertirse entonces en una herramienta fundamental del pueblo revolucionario, invirtiendo la jerarquía necesaria de actores de toda revolución popular.
Segunda hipótesis: la razón por la cual esta inversión pudo ser aceptada primero por el movimiento popular y más adelante de manera masiva, tiene su raíz en el inconsciente heroico colectivo creado por la propia burguesía desde Guzmán Blanco y todo lo largo del siglo XX, alrededor de los “padres de la patria”. De acuerdo a este inconsciente de identidad heroico y nacional, ¿quiénes somos los venezolanos?: somos los hijos de Bolívar.
Y efectivamente, cuando nos referimos a un inconsciente colectivo, se trata de una fuerza poderosísima que no hace parte de ninguna historia consciente y reconocida racionalmente sino de los elementos que se han arraigado en el “ser oculto” de un pueblo particular que convive dentro de un espacio delimitado del planeta; una identidad común que los tiempos modernos han llamado “nación” o “nacionalidades”. Pues bien, los soldados que se rebelan el 4 de febrero, por no ser simples generales golpistas en la clásica versión latinoamericana, sino jóvenes oficiales que en cara de Chávez mostraron su costura popular y su abierta disposición a acabar lo que ya era un régimen odiado por las clases subalternas, activaron de inmediato ese inconsciente colectivo y se convirtieron en “representantes de la nación originaria”; en el Bolívar enclaustrado que finalmente resurgía de las cenizas y la opresión centenaria. El ejército real libertador que los traidores de Bolívar impidieron que termine de gestar su obra: la verdadera independencia ligada a los intereses de las clases explotadas. Por razones aparentemente inexplicables no hubo razones para no ver en ellos lo que era esa “nación oprimida”, por lo cual la inversión en los hechos del protagonismo popular por el militar no fue cuestionada sino aplaudida.
Tercera hipótesis: de esta manera queda suprimida la “magia multitudinaria” del 27 de febrero del 89 y es sustituida por el renacimiento bolivariano del 92 representado en un grupo militar que tuvo la inmensa suerte de estar liderizado por un hombre de un monumental carisma y olfato político. La representatividad de las élites burguesas y pequeño burguesas del puntofijismo es sustituida por la representatividad de los militares bolivarianos, voceros en adelante de la subversión social que avanzaba desde los años 80 y que no tuvo la capacidad de advertir el peligro delegativo y caudillesco que esta inversión implicaba.
Efectivamente a la hora de darse los grandes acontecimientos históricos, ellos por lo general quedan ciegos frente a las consecuencias que ellos mismos desatan. La conjunción de una rebelión popular en el 89 y la insurgencia militar del 92 y la jerarquía implícita que se gestó en su seno, terminó de acabar con una historia terrible, pero a su vez creó las condiciones para que los hechos revolucionarios en adelante, por lo menos en los próximos diez hasta el 2002 y cuyo eco está absolutamente presente hoy en día, sin saber muchas veces por qué, no contengan la fuerza para generar una verdadera revolución popular. A partir del 4 de febrero lo que avanzaba multitudinariamente, siguiendo las verdades o coordenadas ideológicas y programáticas creadas desde lo más bajo de la resistencia organizada (el poder popular, la insurrección general, el proceso popular constituyente) termine siendo una producción delegada en el grupo militar y que finalmente Hugo Chávez y su genio político supo interpretar perfectamente teniendo la capacidad de encarnar.
En conclusión: La sustitución acaecida en el trascurso de los hechos del 4 de febrero, anuncia desde entonces el nacimiento de una fuerza masiva, subversiva, pero impotente para terminar de realizar los deseos emancipadores que le dio nacimiento en nuestra historia. Esto lo vivimos como tragedia en aquellos momentos en que fue derrotada la conspiración fascista del 2002-03 al hacerse imposible acabar definitivamente con el dominio de las castas oligárquicas, sindicales, religiosas y burguesas que iniciaron la conspiración fascista. Pero hoy en día lo vivimos como comedia al ver como dentro de un mismo lenguaje guerrerista, el viejo grupo militar hoy enriquecido hasta desbordar de dinero, junto a sus mismos aliados civiles empezando por el presidente Maduro, pretende convencernos “que aún está en guerra” que “aún son el pueblo bolivariano”, llenando todos los cargos de la administración pública y creyendo que cualquier uniforme por sí mismo le dará legitimidad a su mando burocrático. La inversión delegativa producida por el 4 de febrero aún les funciona pero cada minuto menos. Al fin y al cabo como frutos de una revuelta histórica que empezó en calle y no en los cuarteles, por mucho que la han representado gracias al genio de Chávez, es con ella que tendrán que vérselas.