En la reciente cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) celebrada en Cuba, el Presidente de Uruguay José “Pepe” Mujica expresó de una forma sencilla y, si se quiere, filosófica, la gran preocupación que embarga en la actualidad a los pueblos de la Tierra en su conjunto ante la hegemonía militar, económica y cultural de un imperio combinado de gobiernos y corporaciones transnacionales capitalistas (con Estados Unidos a la cabeza), cuya característica principal es la de no importarle para nada la suerte (o la muerte) de aquellos que tienen la desgracia de padecer sus embestidas arbitrarias. Y no es casual que esto haya ocurrido en nuestra América, el antiguo patio trasero de Estados Unidos, un amplio territorio donde los pueblos se han pronunciado en las últimas décadas por recuperar su dignidad, su identidad cultural y su total soberanía frente al despotismo de unas minorías gobernantes que sólo usufructuaron el poder y se contentaron con seguir, de forma estricta y sumisa, todos los dictados de Washington.
“Hay una corresponsabilidad planetaria, - expuso el primer mandatario uruguayo a sus pares de nuestra América y del Caribe- y esta es la batalla más dura, más larga; porque si no hay cambios culturales, no existe la fortaleza para la semejante tarea que tenemos por delante. Creo que el Hombre tiene que luchar por la felicidad concreta, y eso es tener tiempo para vivir. Para ser libre hay que tener tiempo, un poco de tiempo para vivir, para poder cultivar las 3, 4, 5 cosas inapelables, fundamentales, unidas a la vida; y después de eso, lo demás es bulla y lamento. Pero, para que las masas puedan tener ese tiempo hay que cuidar los recursos, y hay que cuidar la política, la imagen de la política. Nuestra vida, nuestra conducta, nuestra vidriera, precisamente, son las formas más directas de comunicación con nuestros pueblos. Y si perdemos la confianza de nuestros pueblos, si nuestros pueblos no entienden, y no entienden por nuestras gestualidades, a veces inútiles, porque también nosotros pertenecemos a una cultura invasora, agresiva”. Con ello compendió lo que le correspondería asumir a los diversos regímenes progresistas y revolucionarios, además de los distintos movimientos populares, que han emergido en este continente, ya que el colapso del sistema capitalista mundial, unido a la emergencia que padece el planeta entero debido a los cambios climáticos que nos afectan a todos, ha logrado que las luchas y los planteamientos revolucionarios de nuestros países sean hoy una referencia para el resto del mundo; cuestión que exige mucha claridad y mucha madurez político-ideológica de nuestra parte, sobre todo cuando se le ha dado nuevos ímpetus y una nueva interpretación a los ideales del socialismo revolucionario.
Así, nuestra América -con ese ejemplo integracionista dado en La Habana, a pesar de las evidentes disparidades existentes entre sus pueblos y sus gobiernos- podría adjudicarse un papel fundamental en la construcción de un nuevo orden social, político y cultural que sea reflejo de las aspiraciones y de las potencialidades creadoras de toda la Humanidad. Con todo, hay que estar conscientes que, como lo dijo el Presidente Mujica, “esta es la batalla más dura, más larga; porque si no hay cambios culturales, no existe la fortaleza para la semejante tarea que tenemos por delante”. Tales cambios son importantes y necesarios. Sin ellos cualquier tentativa por transformar las estructuras que sostienen el orden establecido sería inútil y nos conduciría a nuevos y trágicos callejones sin salida que sabrían aprovechar el imperio capitalista mundial y sus colaboradores de siempre, imponiéndonos un yugo mayor y más difícil de arrojar.-