En los últimos cien años, el petróleo ha determinado la política nuestra, los gobiernos son meros distribuidores de la renta petrolera y se califican según la cantidad repartida. Así, un gobierno bueno será el que tenga la suerte de unos precios petroleros altos y transfunda de tal manera que a los pobres llegue un poco más de lo habitual, claro, sin desmedro de la cuota para la burguesía, de la corrupción y, por supuesto, del norte. Estos gobiernos de bonanzas tienen energía para despilfarrar en modelos que bautizan con la pedantería del nuevo rico, se crean castillos en el aire que al venir las vacas flacas se derrumban y van al desdén de la historia.
De esta manera, la política en Venezuela pendula entre dos etapas: la bonanza y la escasez. Vivimos como los jugadores de póker, o los mineros del oro. Cuando viene una buena racha (precios altos) hay fiesta, derroche. Cuando se acaba la racha (precios bajos) viene el fin de fiesta, botellas vacías, sillas derribadas, mesas testigos de los excesos, arrepentimientos vanos, gobiernos desacreditados, deudas incomprensibles, regresa la miseria.
Los gobiernos oscilan entre la represión de los periodos de escasez y la “democracia” montada sobre el dólar barato, entre socialdemocracia que controla el descontento con espadas de dictadura y socialdemocracia que vive la paz de los ahítos. De esa manera se garantizó la dominación burguesa en el país rentista.
Con la llegada del Comandante Chávez el esquema cambió, la Revolución no se conformó con ser una buena distribuidora, sino que marco otra estrategia: la búsqueda de un nuevo país, romper la maldición petrolera, la forma de dominación burguesa.
El camino fue largo y lleno de obstáculos. Al final, comprendimos que había que pagar la deuda histórica, esto es, en la bonanza combatir la miseria heredada, pero si nos quedábamos allí seríamos un gobierno socialdemócrata más. Había que pagar la deuda material pero también la espiritual, a la par de alimentar el estomago, de proveer techos, también hacer realidad el pedido del Libertador de dar “Moral y Luces”. Y, sobre todo, establecer nuevas relaciones sociales, conciencia de pertenencia a la sociedad, derrotar la lógica del capital, en resumen, derrotar al egoísmo.
De esa manera nos preparábamos para pasar a la otra etapa, la que nos diferenciaría definitivamente de los gobiernos de la cuarta. Para el establecimiento de nuevas relaciones humanas, fraternas, amorosas, con conciencia del deber social cuyo soporte material es la propiedad social de los medios de producción administrados por el Estado.
Al Comandante, que dio el salto teórico que nos libraría de la maldición petrolera, que se planteó romper con el ciclo petrolero perverso, que supo entender la historia y comprender que debía jalonarla hasta el Socialismo, montarse en los hombros del Che, de Fidel y así dar continuidad al pensamiento bolivariano, este hombre, que se empinó sobre su tiempo, que no sucumbió a la costumbre, que tuvo el coraje para ser Gigante del futuro, lo pararon de la única manera que eso era posible… lo asesinaron.
La Revolución se enfrentó a un dilema, o seguir la evolución del Comandante, continuar el rumbo al Socialismo, o quedarse en la distribución socialdemócrata que ya entraba en su periodo de carencia.
Y allí, en lugar de abrir una amplia discusión para encontrar el camino y diseñar la forma de transitarlo, se eligió imponer un esquema de alianza con los capitalistas, justificarlo con absurdos, como la claudicación china. La discusión se canceló con represión sorda, se mutilaron los canales de comunicación, se satanizaron los argumentos, se descalificaron a los actores. De esa manera, apuñalando a la discusión, entramos en periodo de decadencia.
Provoca ir al 23 de Enero y, en silencio, rezar una plegaria que comience así:
“Chávez nuestro que estás en la montaña, santificado sea tu nombre, hágase tu voluntad…”
Y termine:
“Regresa, padre, tus hijos se extraviaron, ven Comandante, señálanos de nuevo el camino…”
Quizá sea plegaria vana, quizá ya el tiempo pasó y habrá que esperar, como dijo el poeta Neruda, otros cien años para que regrese otro Bolívar. O, puede ser que Chávez, que tantos milagros hace, nos obsequie el de la rectificación de sus hijos.