Si alguien conjeturó que después del primer triunfo electoral de mi comandante Chávez lo que después vendría sería fácil habría que calificarlo de iluso. La guerra de independencia de Suramérica duró más quince años de muertes, desolaciones y traiciones, con la esperanza que tales sacrificios, en aras de la libertad, se tradujera en beneficios para las castas excluidas. A pesar de todo, una vez expulsados del nuevo mundo a los representantes de la monarquía española, los indios, negros y mulatos, es decir el bravo pueblo, continuó siendo explotado por los criollos y la pobreza continuó como si nada hubiese sucedido. Los mantuanos habían heredado los mismos privilegios de los peninsulares derrotados.
El ascenso de los criollos adinerados no fue exclusivo de la antigua capitanía general de Venezuela, los mismo episodios se repitieron en Ecuador, Colombia (una vez acabado el sueño del libertador), Perú, Argentina, Bolivia, es decir, toda Centro y Suramérica se vio sumida en el marasmo del despotismo. Posteriormente, sólo pudieron disfrutar de las tierras los herederos de los conquistadores y de los generales libertadores, convertidos en latifundistas y explotadores de una gran masa de la población indígena y de negros manumisos. Los pueblos habían ganado la independencia de la corona española pero no la libertad.
La visión parroquiana de los caudillos americanos dejó de lado el proyecto de Bolívar, el de una gran confederación para enfrentar los grandes poderes universales, pero los cónsules de quincalla prefirieron gobernar en contubernio con la oligarquía. Aquel ideal de una Colombia poderosa y una América unida permaneció relegado y sobrevivió, por muchos años, los poderes de la oligarquía en alianza con montoneros y en el futuro, con sátrapa militares en sociedad, primero con el Reino Unido y luego con los EEUU. Consecuencia de estas nefastas coaliciones se desarrollaron cruentas guerras entre pueblos hermanos, simplemente para que las oligarquías criollas y las avaras empresas multinacionales obtuvieran groseros beneficios basados en la explotación del hombre pobre por parte del rico.
Así transcurrió la mitad del siglo XIX y el siglo XX. La burguesía criolla tomó o heredó para si las prerrogativas de los antiguos conquistadores, casi como un derecho paradisíaco. Se autoproclamó como la administradora de las riquezas naturales y de los beneficios que de esta se derivaran; al país le iba bien siempre y cuando la burguesía criolla disfrutara con holgura los réditos obtenidos de los patrimonios americanos. El latifundio perduró por muchos siglos, todavía en los suelos centro y suramericanos se pueden atisbar a los herederos de los pueblos originarios trabajar con salarios de esclavo. En unos de mis viajes por el altiplano peruano, durante mi mocedad, atisbé a jóvenes y adultos aymaras y quechuas cargando pesados fardos, como verdaderas bestias, por resultar que aquellos desdichados eran más baratos que las mulas. En la zona del lago de Maracaibo, en el estado Zulia, eran frecuentas la caza de guajiros para trabajar en las haciendas de los terratenientes. Tampoco era desconocida por las autoridades brasileñas la mortandad de indígenas para despojarlos de sus tierras ancestrales. Todo esto sucedió en el siglo XX, sin el menor arrepentimiento de muchos de los latifundistas que exhibían con descaro una esplendente cruz de oro en el pecho.
Todo apuntaba hacia un poder sempiterno por parte de los oligarcas. En el caso de Venezuela, unos capitalistas de pacotilla, es decir, unos chulos que vivieron a consta del petróleo. Se olvidaron de producir y de invertir, era más fácil importar productos de Europa y de los EEUU para que ellos se dedicaran a la vida sibarítica: jóvenes amantes, spa para relajarse, carros de lujo, yates, avionetas privadas, cuentas numeradas en Suiza y en los paraíso fiscales, hijos estudiando en universidades extranjeras, cenas en restaurantes privilegiados, ropa de marca para el él y para la estirpe, fiestas ostentosas, cenas exclusivas en homenaje a los políticos de turno, apartamentos en Europa y en EEUU, navidades blancas para esquiar, cargos diplomáticos para los herederos, en fin, numerosas preferencias que, para un pata en el suelo no pasaría de ser una extraña fantasía.
Ciertamente, todo lo señalado en el párrafo anterior fue posible gracias la anuencia de gobiernos cómplices, es decir gobiernos que de alguna manera permitieron que el país se fuera desangrando ante la mirada estoica del poder ejecutivo, legislativo y judicial. Era la administración de la cuarta republica que, para mantener este estado de cosas se valió de un poder absolutista donde la violación de los más elementales derechos humanos eran frecuentes, simplemente para que los adinerados conservaran el llamado estatus y la democracia representativa se mantuviera como el mejor ejemplo de democracia. La lucha para enfrentar tales desmanes, no sólo en Venezuela, también se vivió y se vive en ciertas regiones de América, pero lamentablemente la solución no llegaba. Continuaban los desaparecidos, torturados, muertes, masacres, hambre de los excluidos, pobres sin vivienda, ni educación, ni salud; corrupción, fraudes electorales, explotación de los hombres pobres por parte de los ricos, privatización de empresas básicas, entrega de los recursos energéticos a las transnacionales, latifundio; exclusión por género, etnia y condición sexual; sindicatos corrompidos, mafias operando en las empresas del estadoshasta que llegó mi comandante Chávez en Venezuela y otros líderes revolucionarios en centro y Suramérica.
Cando ocurre lo señalado anteriormente, para esa fecha la oligarquía parásita en alianza con las grandes transnacionales financieras tenían más de doscientos años mamando de los gobiernos tiránicos y luego, con la llegada de la democracia de los partidos que integraban el puntofijismo (o putofijismo), chupando de la teta petrolera. Razón tenía Hugo, no era fácil que una camarilla explotadora se dejara quitar lo que ellos pensaban que por mandato sagrado le correspondía. Una vez que gana mi comandante Chávez se cambia los operadores y los términos de la confrontación. El pueblo, con la intención de no dejarse arrebatar el poder popular que tanto le costó y los capitalistas de pacotilla, en su ambición de recuperar las inmunidades perdidas en diversas justas electorales.
Actualmente la lucha, la guerra de cuarta generación, es cruenta. La burguesía no se detiene en procedimientos y medios para conquistar el poder. Aunado a lo anterior, los EEUU y Europa están ávidos de petróleo barato y escaso para resolver sus crisis económicas. Para eso están Libia, Irak, Afganistán, Egipto, Siria y Venezuela, el país donde existe la mayor reserva petrolera mundial. Por los cipayos y traidores no hay que preocuparse, nunca faltarán. Ayer fue Piar, Mariño, Santander, Páez, entre tantos, hoy tenemos a Ledezma, Diego Arria, María Corina, Leopoldo Lópezindividuos indolentes sin proyecto de país, pero con intereses personales. Para ellos 41 muertos no son más que una estadística. Sujetos cuyo único interés es el billete verde y por eso las alianzas no tienen significación, condicionado a que sus cuentas bancarias revienten y las ganancias de sus empresas aumenten. Es por eso que apelan al imperio, a la OTAN, a la ONU, a la UE, a los mercenarios, a la prensa internacional para crear un caos y justificar una intervención, a la guerra económica y a la mentira desfachatada. En esta ofensiva todo vale, siempre y cuando puedan recuperar sus privilegios. Los pobres, que se jodan.
Ciertamente la lucha no será fácil, el enemigo (EEUU) cuenta con lacayos, armas, mercenarios, pero no pueblo, además dinero para descalificar el gobierno del presidente chavista MM. No creamos en diálogo, no nos engañemos con arrepentimientos y caras consternadas, debemos prepararnos para enfrentar una larga confrontación y un enemigo adinerado e hipócrita. Mientras tanto, nos corresponde preparar nuestros cuadros para que el aparato productivo del país, la distribución de productos y la comercialización vaya pasando a manos del poder popular. En esto consiste el socialismo. Para eso hay que afanarse con denuedo, tal como lo hicieron los camaradas chinos, los cubanos y los vietnamitas. Si la lucha es con convencimiento, extensa en el tiempo y con trabajo duro, la victoria será segura, tal como lo afirmó Hugo.