Esta frase es tan vieja, que apareció con el beisbol en Venezuela, sólo que lo del shorstop, como posición preferida atribuida al egoísta o desenfrenado por acaparar cuanto pueda, se le incorporó desde que Alfonso Carrasquel, nuestro inolvidable Carrasquelito, llegó a la las grandes ligas. Sirve para calificar a un egoísta, acaparador e individualista exacerbado.
Veamos por qué del título y la frase anterior.
La IV República creyó haber llegado a la cúspide de la democratización con un esquema de descentralización que sus herederos siguen defendiendo, según el cual, bastaba con asignarle algunas funciones del poder nacional a los gobernadores y éstos, a su vez a las alcaldías. Hasta allí llegaba todo. De esa manera el Poder no se les escaparía de las manos y el manejo turbio de los dineros del Estado, se mantendría en manos de los funcionarios ungidos con el respaldo de las cúpulas que mantenían el control absoluto del todo, con esas ligeras concesiones. Es decir hicieron unos cambios con el cuidado, cálculo preciso, que todo fuese más ventajoso que antes para ellas.
Pese esos supuestos cambios, siguieron siendo eso de lo que habla la vieja frase inspirada en el beisbol que citamos arriba.
Aquel vendaval o más bien huracán caribeño que se llamó Hugo Chávez, vino con la idea de descentralizar de verdad, de manera que el Estado transfiriese lo más que fuese posible al pueblo. Por eso habló de empoderarlo, de los Consejos Comunales y al fin de las Comunas; estos últimos eslabones, como formas para que la estructura estatal por encima, transfiera poder hacia abajo, democratice y, es necesario decirlo, transfiera recursos y genere formas de producir riquezas, para que ese poder tenga sustentación.
Todo eso nos pareció y nos parece bien. Pero, por razones que desconozco, que tampoco quiero dilucidar, eso no importa, mientras la descentralización hacia los Consejos Comunales y Comunas, ha marchado con lentitud, aunque se hable de miles de Comunas inscritas, desde los tiempos de Chávez, el Poder, sobre todo a nivel nacional se centraliza de manera veloz y como con la misma filosofía que se le asigna a quien se quiere coger el equipo de beisbol todo para él, hasta la madrina o juega al futbol como si no hubiesen 11 hombres en el campo sino uno sólo.
Es asombroso como los ministros de nuestro gobierno son lo más parecido a los autobuses Yutong, en lo de la enorme cantidad de puestos que ocupan en el gobierno, sin contar los del partido. Cuando hablo de puestos, se entiende que me refiero a las funciones que a cada uno de ellos le han asignado.
Es motivo hasta de risa entre los compatriotas este tema y de preguntas como estas:
¿Estamos descentralizando o repartiendo parcelas de poder a quienes por una razón u otra - uno las desconoce hacen sus requerimientos?
¿Cómo puede alguien quien tiene familia, duerme, come y otros hábitos distintos a los del trabajo, atender 5 funciones de grandes dimensiones al mismo tiempo? ¿Cómo atender funciones de lo serían cuatro, cinco ministerios y cuidar que los reales del pueblo no se esfumen?
¿Cómo garantizamos eficiencia, velocidad en la toma de decisiones, supervisión, en esas circunstancias?
¿Cómo hablar de empoderar al pueblo mientras hay ministros que han sido aplastados, diría yo de la mejor buena fe, con una carga tan enorme que no pueden ni levantarse ellos?
¿Cómo impedir que ese Frankestein que estamos creando, en algún momento, no se vuelva contra todo aquello por lo que hemos luchado?
¿Quién controla a quién, si hemos creado personajes tan súper poderosos que no teniendo como atender tantos frentes al mismo tiempo, terminan por entregarle sus funciones al primero que se ponga o le pongan por delante y con luz verde?
Y tiene que hacerlo así porque ¡ay mamá la múcura está muy llena y es que no puedo con ella!
Y allí está lo malo. Eso de tener que dar luz verde porque son tantos los conejos que aso. Si los aso yo sólo, por falta de tiempo y fuerzas, me agarra el chingo; si hago lo que hago, porque otra cosa no puedo hacer, decirle a alguien haz esto por mí, me agarra el sin nariz. Es decir, en ambos casos se queman los conejos. El poder entonces se reparte entre parcelas y ¡esa vaina es de una peligrosidad enorme!
Pero no es sólo que se chamusquen unos conejos, sino que ese acaparamiento de funciones se traduce en ineficiencia y corrupción, porque el pobre ministro cansado queda de tanto batallar y sólo por pretender cubrir demasiado espacio. Siendo así, busca quien le ayude a su libre albedrío y por allí le entran los carrileros a llenarle la portería de goles.
Es verdad que la revolución ha creado muchos ministerios, tantos como ha creído que le hacen falta. En eso no cuestiono nada porque sus razones tendrá y no tengo motivos para hacerlo. Pero también es verdad que se ha impuesto en el proceso nuestro una conducta extraña. Pareciera que no confiamos en muchos o no creemos en nuestras propias fuerzas, ni siquiera en aquello que el poeta Aquiles llamó las creadoras del pueblo. La alta jerarquía del chavismo parece convencida de lo que la oposición dice, que entre nosotros sólo valen unos pocos; somos una chusma y ristra de analfabetas. Como que no confiamos en nuestra propia gente, aquella que está en el dogout y hasta en las gradas, como decir también en la calle, fuera del grupo o de los anillos que cierran en demasía; mucha gente talentosa y del chavismo, sólo con el interés de servir o como dijo Nicmer Evans, recordando a Pablo Milanés y Fito Páez, en la actitud de: Yo vengo a ofrecer mi corazón; porque si abunda la esperanza.