El colapso del viaducto 1 de la autopista Caracas-La Guaira se ha convertido en un problema de salud pública que está afectando gravemente a lo poco que queda de la dirigencia oposicionista.
De tal manera, que en las últimas semanas el estado patológico del liderazgo opositor se ha manifestado en un sentimiento que se encuentra ubicado al borde del abismo de su colapsada existencia. Esta perturbación e intoxicación cerebral produce en el afectado un exagerado placer de aceptar como positivo sólo lo que, según el umbral de su percepción mediática, está a punto de caerse o de derrumbarse. Estos gravísimos trastornos clínicos, han sido bautizados por la sabiduría popular como Viaductitis Crónica.
Según los criterios de sintomatología establecidos por el pueblo, la Viaductitis Crónica produce un cuadro clínico de febril alucinamiento que se caracteriza por la fractura o inestabilidad emocional en la personalidad de quien ha sentido que sus estructuras internas se desplomaron, resultante de la pérdida de todo el poder político, económico y eclesiástico que había usufructuado durante cuarenta años.
En su delirium tremens, el enfermo de Viaductitis Crónica, tratando de superar su fase maniático depresivo, lo primero que dice al levantarse es: "¡Chávez, vete ya!". En su hora fúnebre, el enfermo se irrita y encoleriza feamente, como si después de una prolongada sobrecarga psíquica se le incorporara el malestar inveterado del cardenal retirado Rosalio Castillo Lara, cuando alguien le dice: “Uh, ah, Chávez no se va”.
Igualmente, la Viaductitis Crónica genera un estado de desgano y desaliento estomacal que impide que el afectado pueda comer hallacas mientras Chávez esté en Miraflores. Es decir, por la persistencia de este estado morboso de abstinencia, la persona que sufre de Viaductitis crónica sólo podrá degustar de una multisápida en el 2030.
El trastornado por la Viaductitis Crónica suele sufrir de llanto espasmódico, temblores y gritos cuando alguien le recuerda los rotundos fracasos del golpe de Estado del 11A, de la táctica guarimbera, del sabotaje petrolero, del referendo revocatorio, las elecciones locales, regionales y parlamentarias.
Como la verdad duele, si por algún error llega a sintonizar al programa La Hojilla, el enfermo de Viaductitis Crónica cae en un estado de cuesta abajo en la rodada que se manifiesta en un desaliento profundo, abatimiento y disminución de la capacidad de respuesta a los estímulos de la voz orientadora de Alejandro Peña Esclusa y Oscar Pérez.
Producto de la viaductitis crónica, por allí andan Henry Ramos, Antonio Ledezma, Julio Borges y Teodoro Petkoff, quienes —vacíos de contenido y asumiendo al viaducto 1 como su candidato presidencial—, tratan de mercadearse desde los medios de comunicación social como toda la revolución industrial que en Venezuela nunca hubo.
De tal modo, la dirigencia oposicionista no ha encontrado una salida más digna que la de andar dando gritos en los medios de comunicación social como patriotas de graderío, que únicamente tienen dos opciones: pudrirse o seguir poniendo la torta mental. Producto del lamentable estado patológico en que se encuentran, todos han escogido ambas alternativas.
Elevando el absurdo a categoría, algunos disociados han pretendido afiliar a la Viaductitis Crónica como una enfermedad benigna que puede ser convertida en una máquina de fabricar votos.
Sin embargo, la realidad ha demostrado que la Viaductitis Crónica es un simple monigote mediático que se cae por su propio peso, porque a la dirigencia oposicionista le fascina estar en el fondo. Y el pueblo desde diciembre de 1998 no la deja salir de allí.