Llegar al viernes sin idea de qué escribir para el sábado no deja dormir con tranquilidad.
¿Decir algo de Gaza que ya no se haya dicho? ¿Qué añadir sobre la oposición venezolana? Son dos temáticas manidas, recurrentes, expresar indignación por Gaza y reírse de la oposición son acciones instintivas pero fatigan a quien lee e incluso a quien escribe. 43 años redactando para la prensa no ayudan y más bien limitan porque hacen cundir la percepción acaso errada de que ya se ha dicho todo.
Disertemos sobre esto que anda por las redes: «Mucha gente se siente confundida cuando una frase no termina de la manera que ella salchicha».. No es mucho lo que me inspira, aparte de risa. Me recuerda la sugerencia de Cortázar en el primer párrafo de su cuento «Las babas del Diablo» (Las armas secretas): «Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos».
Decía Barthes en su lección inaugural del Colegio de Francia que el lenguaje es fascista porque impone gramática. En español hay, por ejemplo, una rección de género que prohíbe decir «las mujer bello» porque la frase estalla ante los ojos. Es inaceptable y no gramatical, diría Chomsky. Creo que a Barthes se le pasó la mano con eso de fascista. Yo me quedaría con autoritario, porque fascista es bombardear a Gaza, no el tener que usar las inocentes concordancias de género, tiempo y número que reprime decir «yo comerás ayer».
¿Cómo logra el idioma contar «la grande y verdadera historia» de Don Quijote si no tiene nada que ver con la congruencia de sujeto, verbo y predicado exigida por la lengua? ¿Cómo transparentar enunciado, sentido, significado, con instrumentos tan extraños como adverbios y complementos circunstanciales de lugar hacia donde? Pocas veces, nunca, nos detenemos a dilucidar cómo lo logramos con algo tan fácil de usar y arduo de entender como el lenguaje.
Y aquí me detengo porque afortunadamente ya se me acabaron los 2300 caracteres y salchichón.