Diez años de locura revolucionaria y los retos que vienen

La restitución de la izquierda (VI)

Freiman Páez, camarada y hermano de la lucha del Alto Apure, me escribía en estos días: “Releyendo y escuchando las vainas del Flaco Prada definitivamente creo que esto fue un sueño que duró diez años. Que una verdadera revolución lleva intrínsecamente a una lucha de valores contra valores para parir una nueva civilización; el hombre nuevo del que hablaba Ernesto Guevara. Eso que llamamos proceso es una revolución atrapada, domesticada, que reproduce a millón los valores del capital. De eso nos alertó Fabricio Ojeda, de la revolución permitida...La locura que nos llevó a la victoria de la mano del arquitecto soñador atrapado por los dueños del capital y asesorado por una “revolución” (la cubana) que finalmente termino defendiendo su esquema policial-represivo. Las luchas emancipatorias que de a poquito están desarrollándose y están siendo invisibilizadas, con o sin Maduro, es un reto que debemos reasumir con el mismo espíritu de rebeldía”. 

Terminado estos artículos sobre la restitución de la izquierda, nada mejor que estas palabras del compañero para buscar una pequeña síntesis en medio de las circunstancias nacionales y mundiales que no dejan de sacudirnos todos los días. Se constata: la locura revolucionaria hay que conservarla y seguir “enloqueciéndola” para que no se aquiete. Solo ella en su quiebre total y sin compasión con el mundo que nos dejo siendo ese pueblo marginal y explotado a la disposición de los grandes poderes del mundo, es capaz de empezar a arrojar los resultados primeros que necesitamos. Objetivos logrados que no son otra cosa que la sensación efectiva de ser un pueblo digno (en el sentido expresado en su momento por el comandante Kleber Ramírez cuando hablaba de producir alimento, ciencia y dignidad) y la constatación de que la felicidad colectiva es una posibilidad perfectamente realizable. Solo esa locura radicalizada, sobrevolando todas las dificultades, en su creatividad y estrategia, convirtiéndose en una máquina productiva de nueva realidades “locas”, tantas como aquí las hemos tratado de diseñar y emprender en la práctica concreta y donde tantos enemigos azulitos, rojitos, militares, paramiliares e imperiales nos hemos ganado, está a la altura del reto revolucionario que al menos nosotros hemos soñado y hecho porque nos da la gana y punto. ¡Porque somos la humanidad!, ¡los hijos de Bolívar!, ¡su clase trabajadora!, los que fabricamos el mundo día a día, y ya, no hay más nada que argumentar, ni dar explicación, ni pedir permiso! 

Repetimos en los anteriores artículos que el reto de la “desidelización” representa un punto básico -epistemológico- de la praxis revolucionaria. Esto supone romper las ficciones que nos rodean por doquier para someternos a las hipnosis neuróticas del capitalismo: religiosas, consumistas, la paranoia del encierro y la total individualización de nuestra vida cotidiana. Pero igualmente se trata de acabar de una vez por todas con los elementos coloniales desde los cuales construimos nuestra visión de mundo y que los propios movimientos de izquierda restablecen permanentemente: los mitos del rentismo, el subdesarrollo, el crecimiento infinito, el Estado. Necesitamos dentro de este cometido desidealizante recuperar el sentido radicalmente ético y material que supone el acto revolucionario, desechar por completo el Estado burgués, su corrupción y su caricatura democrática; este es el plano fundante de su locura. No se trata de radicalismos libre-pensadores ni malcriadeces vanguardistas apoyadas en dogmas ideológicos que nos encierran en una nada solitaria e infecunda, por más heroica y verdadera que se sienta a sí misma. El problema está en provocar por entero una potencia colectiva como dirían los filósofos, que la han aplastado, y que los diez años de sueño revolucionario nos ha dado la materia prima básica (un programa, una épica, un espacio inmenso de organización social, un horizonte común de valores y retos) para reinventar esta historia, así esté totalmente atada, por ahora, a la lógica autocrática y policial-represiva como dirán los compañeros de Apure, que nació en su seno. 

A la locura revolucionaria se lo llevaron al psiquiátrico conductista, encerrado entre paredes, para volverlo un “ciudadano normal”, es decir, un histérico en permanente miedo y actitud de sumisión, de manera que como todo histérico siempre viva en el deseo del otro -la autocracia- jamás en el suyo propio como proletariado rebelde y pueblo en lucha. Locura que necesitamos liberarla y llevarla bajo condiciones muy distintas a las rebeliones originales de los 80 y los 90, a que recupere el piso real de su sueño, que nos es otra cosa que ir rompiendo mes por mes, año a año, cada barrera burocrática, corrupta, gobiernera, antiética, individualista, de manera perfectamente cuantificada. Que se sepa cada día, con datos y balances en mano, cuanta mierda capitalista, ecosida y colonial nos hemos sacado de encima, como eje de ruptura civilizatoria y lucha de frontal de valores que recuerda Freiman.  En fin, se trata de pensar desde la ciencia necesaria que no descansa en su producción de conocimiento, táctico y estratégico, para poder quebrar las barreras prácticas y políticas que nos imponen quienes son en el mundo los dueños del capital y sus bufones nacionales.

El comandante de las milicias anarquistas durante la guerra civil española, Buenaventura Durruti en la última entrevista que le hace, un reportero soviético por cierto, a la final decía algo como lo siguiente: “si en la guerra todo queda destruido, no nos importa, para eso somos proletarios y que lo que hemos aprendido es a trabajar. Reconstruiremos este país con toda felicidad”. Si nos situamos en el momento de esas palabras, en plena ofensiva victoriosa de las milicias populares frente a la conspiración falangista que había iniciado Franco unos meses atrás, nos podríamos vernos muy bien reflejados en ellas y tomando la sabiduría que conllevan. No estamos en una guerra civil aunque todo un arco protofascista con algún poder importante en la calle demostrado y sustentándose en el resentimiento de las clases medias, mantuvo y mantendrá una línea permanente en función del caos y la guerra civil. Pero la guerra real de a poco y a escondidas la tenemos al frente y a las espaldas, la primera fase de su destrucción ya está hecha. Sin mayores o ningún esfuerzo imperialista, destrozaron con su modelo corporativo-burocrático la base productiva y desfalcaron la nación, faltan los fascistas para que completen la obra en su versión asesina y violenta. No importa, retomando a Durruti, que destrocen los que les dé la gana: riquezas, salarios, que los fascistas destrocen pueblos y ciudades si les da la gana; por lo que maten responderemos con el mismo derecho que hoy tiene el pueblo palestino de Gaza. El problema no está allí, el problema, avanzada la espiral destructiva, es romper las barreras de la “normalidad sumisa” naturalizada en la cotidianidad en que esta misma destrucción avanza sin detenimiento, y restablecer la hermandad proletaria capaz de asumir el reto reconstructivo que sea.

Por supuesto, estemos conscientes que estamos en medio de una encrucijada que no permite que el voluntarismo sea la única guía de la acción colectiva. El PSUV, maquinaria política que ha sido, tomando prestado un término aportado por los guevaristas del MRG, un estamento de control político con capacidad de hacer que un gigantesco movimiento insurgente de masas que ha sido el chavismo desde su nacimiento, quede encerrado en la amarras de un aparato hecho para la contrainsurgencia, para el atrapamiento y la domesticación de ese componente multitudinario, como diría Freiman. No siete millones y tantos pero sí un veinte por ciento de esta cifra inventada, es decir, más de un millón y medio de personas, por lo visto en las elecciones al su congreso, giran políticamente alrededor de ese atrapamiento que hoy ha logrado volver a legitimar su autocracia. Mientras tanto, su secretario general o vicepresidente, no importa, sirve de agente policial-represivo frente a los trabajadores de Sidor encerrados ellos mismos entre la completa irresponsabilidad y corrupción de Estado nacional y regional metida en el seno de esta empresa y toda clase sindicalerismos haciendo su jugada paralela en el mismo sentido. Allí se expresa, como en tantos otros momentos, la esencia contrainsurgente del PSUV; es la representación que se dan a sí mismos de que el país es de ellos, el orden queda cristalizado alrededor del poder constituido materializado entre el Estado-Gobierno-PSUV, no de los trabajadores y comunidades que quebraron la IV República durante los años insurgentes de esta historia; el poder constituyente de las bases.

Se puede esperar entonces, que el proceso destructivo y los agentes en pugna interna por el poder que lo aceleran, sigan por un tiempo ahondando un desastre que puede llegar muy lejos, tornarse más violento, secundado por un imperialismo que si ve la posibilidad podría forzar el esquema caótico que ya han generalizado en el medio oriente, pero dentro de estas tierras, cuidado con eso.  En los próximos días, si el gobierno se atreve a hacer lo único que puede salvar el plano macroeconómico de una economía vuelta trizas, finalmente aceptara, entre otras, la alternativa del cambio único que no debe bajar de 30 BsF por dólar, dicho y hecho, la medida reflejará con toda crudeza lo que supone  las consecuencias del capitalismo desfalcador que han promovido entre banqueros y agentes económicos de gobierno: en este país, con gobierno socialista y los mayores recursos naturales de esta región del mundo, tenemos los salarios más bajos del continente, menores a su valía hace 15 años cuando el barril de petróleo llegó a 8 dólares. Algo absolutamente inverosímil, asqueante. Mucho habrá que decir para ponernos de acuerdo cómo y porqué dejamos que las cosas lleguen a este nivel, la responsabilidad de movimiento obrero y popular en todo esto. En todo caso las medidas inevitables mientras no se manifieste de nuevo la rebelión popular, permitirán dejar perfectamente en claro el fracaso absoluto de una dirección que ya no pudo maquillar más la realidad con controles inútiles, subsidios y precios impuestos al cambio. El saldo económico muy bien sintetizado en el valor actual del trabajo, dejará perfectamente en claro en qué medida entre banqueros, oligarcas nuevos y viejos y grandes burócratas han sabido derrotar la insurgencia popular de los diez años referidos por Freiman, domesticarlo y atarlo por completo.

Siempre habrá una izquierda fuera y dentro del gobierno, como lo demuestra el lío generado por la carta de Giordani, que no ven otra salvación que el seguir maquillando la realidad con lo que se pueda sacar de la renta petrolera e incluso radicalizando el modelo que ya es un desastre consumado. La tradición estatista de una izquierda formada en la escuela del socialismo real en todas sus vertientes por más poder popular que se enaltezca, sigue enfrascada en una visión de superestructura, de redistribución por encima en nuestro caso de la riqueza  generada por la renta petrolera. Refuerzan un viejo manual nacionalista y estatista cuando está perfectamente claro que dentro de un mercado globalizado sus héroes institucionales tradicionales (policías, controles aduaneros, bancas y comercios nacionalizados, institutos de control de precios, etc) saltan inutilizados, corrompidos por completo; son y serán los primeros cabrones del capital frente a la velocidad del dinero que corre en tiempo cero, haciendo imposible una justa redistribución manejada por los aparatos oxidados de la burocracia y el Estado nacional. Luego, no hay respuesta en la perspectiva del poder directo del pueblo organizado y mucho menos en qué medida el sujeto del renacimiento productivo y la dignidad común nada tiene que ver con el poder constituido sino el de los trabajadores y la comunidad autogobernante.

Por ello reiteramos, lo mejor que puede suceder en los actuales momentos es que se sincere la cosa y dejemos que la realidad se vea en toda su crudeza, bajo el mismo espíritu de Durruti hace 78 años. ¡Que liberen el cambio si les da la gana!, que ya por los precios nos aplastaron y liberaron por completo, a ver si -por lo absurdo e inverosímil de la situación- paran con ello ha mediado plazo algo de la inflación y parte de la corrupción que desespera a toda la clase trabajadora enteramente desvalorizada. Que se muestre la guerra entre capital y trabajo de manera descarnada, que desde el pueblo en lucha sabremos no solo reconstruir este país, sino enfrentar las consecuencias que ya tenemos encima, y eso se hace exigiendo poder no subsidios o maquillajes estatistas que solo le han servido a los bolsillos de los burgueses. Enmascarar esta guerra es la desvergüenza de siempre de la politiquería reformista, de manera de no verse reflejada en la razón por la cual se reproducen sin cesar, y a pesar de la rimbombancia de sus discursos, los múltiples dispositivos de la opresión que supone una sociedad profundamente desigual como la nuestra. Cuando de lo que se trata es de poner en claro, punto por punto, cuáles son los mecanismos por los cuales nuestras comunidades se empobrecen, el salario se desvaloriza, los derechos se pierden, recrudece de nuevo el estado represivo, se descomponen en socialmente, se llenan de violencia interna, las comunidades producto de la degradación mafiosa del capitalismo, y estudiar desde cada colectividad cuales son sus posibilidades de resistir y emanciparse frente a estas situaciones, independientemente de gobierno y promesas que ha servido solo para domesticar nuestra consciencia.

La restitución de la izquierda, aquí y ahora,  pasa entonces por un trabajo que no será nada fácil pero perfectamente posible mientras nuestro “franquismo” propio no siga ganando terreno. La “desidelización”, el romper con mitos y ficciones generadas dentro de la misma cultura revolucionaria atrapada en la colonialidad de su origen, es tarea fundamental. Eso exige crudeza, verdad, práctica, ciencia, donde no se estén tapando realidades que parece ser el oficio preferido del chavismo oficial; en otras palabras romper definitivamente con el Estado madre y padre que nos han metido en el cuerpo y restablecer esa magnífica consigna del Toto, dirigente zuliano: “en mi hambre mando yo”. 

Siguiendo a Durruti, sí a las milicias hay que ponerlas en movimiento que la guerra comenzó hace rato, estudiar aquellos errores de anarquistas, sovietistas, guerrilleros y comuneros que han pasado por todas las geografías del mundo, y por supuesto los nuestros. Entender la violencia terrible de un capitalismo globalizado que en cualquier momento se desboca contra nosotros, pero igualmente la inutilidad de los viejos esquemas programáticos izquierdistas frente a este. Un entrar en movimiento que equivale para nosotros al trabajo paciente con un ejército de multitud realmente grandioso forjado en esos años insurgentes de esta revolución. Estamos de acuerdo con Freiman el reto hay que reasumirlo con el mismo espíritu de rebeldía, pero mirando detalladamente el inmenso error que significa el no haber preservado la autonomía revolucionaria, los propios espacios de acción y decisión, así se haya tenido que defender el gobierno que sea frente a enemigos mucho mayores. El error que supone no construir “nuestra propia ciencia”, es decir, el conocimiento hecho para la síntesis popular y la posibilidad de sacar de él los caminos necesarios para facilitar las victorias estratégicas en cuanto a tecnología, alimentos, sistemas de producción y distribución, comunicaciones, etc.  Si hemos hecho historia, y a sabiendas del desastre que esa historia nos trae por ahora, sigamos haciéndola que ahora es que falta, las responsabilidades se asumen, primer legado de Chávez...



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Roland Denis

Luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).

 jansamcar@gmail.com

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