Paris Hilton y George Bush han demostrado lo que yo venía sospechando desde hace tiempo: sí es posible ser perfecto. Ellos lo son.
Suelo definir al místico religioso como aquel que sabe que no puede alcanzar a Dios pero no puede renunciar a Él. No sé si es una definición correcta, pero me cuadra. El Diccionario de la Real define el concepto de teología mística como ‘parte de la teología dogmática y moral que se refiere a la perfección de la vida cristiana en las relaciones más íntimas que tiene la humana inteligencia con Dios’.
En la televisión privada predominan las personas perfectamente incultas, lo cual es arduo, pues la ignorancia, como la virginidad, está entre las condiciones más vulnerables. Uno coge una revista Selecciones en una barbería, lee un artículo sobre Rembrandt y listo, perdió su incultura. Mantenerse totalmente ignorante requiere, pues, como la castidad, de una mística, precisamente.
Hilton no sabe que Londres queda en Inglaterra y piensa que en Europa todo el mundo habla francés. Es perfecta, pues jamás ha cogido un mapamundi, algo que le convendría, siendo dueña de una cadena de hoteles globalizada y tan grande. Saber, por ejemplo, que hay un Jakarta Hilton. Ella lleva el nombre de uno de sus hoteles, y por eso, digo yo, me parece, aquí en mi inocencia, que le convendría ver un mapamundi algún día. Si alguien sabe su dirección me la dice, por favor, para enviarle un atlas que le compré, a ver si despierta y reacciona. Llame ya. No sé, tal vez me acusen de terrorista, como el sedicioso aquel que atentó contra la vida de un candidato adeco pegándole una enciclopedia por la cabeza. Nadie se acuerda del adeco, pero sí de la enciclopedia.
Un amigo de Hilton dijo que es una celebridad impecablemente inmerecida. Lo que la serie South Park llama la «tonta puta malcriada». La humanidad no le debe nada. No canta, no baila, no ha inventado nada, no ha desembrollado qué diablos es Súmate. Solo hizo dos cosas hogaño triviales: un reality show y un vídeo porno que se filtró. Y es supermillonaria, tiene un perfume y unos joyeros acaban de diseñar un reloj. Ambos llevan su nombre. El reloj cuesta 100.000 euros, si te interesa.
En cuanto a Bush, pregúntale a cualquier intelectual de oposición por qué sigue sus políticas.