En un raro momento de ocio me entró en estos días la morbosidad de acordarme del MAS, no sé ni por qué. No fue fácil porque tuve que remover costras de amnesia añejada desde años juveniles en que tuve la usanza, estimo que buena, de acopiar bellos recuerdos para la vejez.
Con las buenas memorias vinieron aquellos mítines fastuosos, inteligentes, eufóricos, felices. Uno en el Nuevo Circo, otro en la Plaza O’Leary, «¡hasta las Torres!» era la consigna. Hubo incluso un Festival de Charangas en el Nuevo Circo, donde descubrí que la Orquesta Aragón es la mejor del mundo en cualquier género musical. Gracias a mi llorado amigo Pecos pude vivir aquella hermosura que fue clandestina por la ineptitud ya entonces maniática de aquel remoto partido. Pecos fue uno de los dos masistas decentes que recuerdo. Ojalá haya más.
Fuera de Venezuela nos interrogaban por aquel partido al que el Gabo donó su Premio Rómulo Gallegos. Prometía superar el estalinismo y construir un «socialismo a la venezolana», «imaginación contra dinero», «sí podemos, somos más», «¡vamos a echar una vaina!» y otros poemas. Con un bello himno donado por Mikis Theodorakis. Una vaina bonita, pues, o sea. Primaveral, dijo Rigoberto Lanz.
Ahí mismo comenzó la ruina. Recuerdo a un dirigente que decía, citando a algún teórico, que los partidos de izquierda o se escoñetan (sic) o se pasan para la socialdemocracia reaccionaria depravada y etc. Su conclusión desfachatada fue: «Ya nosotros no nos escoñetamos». Lo que calló fue lo que pasó y pasa, mira.
Amén de eso comenzaron las ineptitudes disciplinadas, cuadrar con cuanta infamia se les ofreció en el camino tortuoso que eligieron vagabundear. No referiré inmundicias por higiene y no percudir papeles y monitores. Baste ver la clase de alianzas que eligen y la casi inexistencia en que naufragaron. Es más, me pregunto qué queda aún de aquel Movimiento al Socialismo, si algo queda. «El MAS de mis tormentos» lo llamaba José Ignacio Cabrujas.
Desenterrando nostalgias de repente me pregunté qué lograron con su claudicación.
¿Nadan en la abundancia? ¿Ganaron prestigio? ¿Escalaron posiciones? ¿Se les ama? ¿Se les recuerda siquiera? No. Es decir, que ni para corrupción sirvieron, como tantos domados.
Perdona por evocar mugres, si lo merezco.