La Revolución Bolivariana se propone incluir el excluido sin excluir al incluido.
Roy Chaderton
Las tres utopías del siglo XIX están cumplidas: los Estados Unidos, la Unión Soviética e Israel.
Fernando Savater
Y los tres peores supremacismos andan desmoñados: fascismo, sionismo y yijadismo. El fascismo fue derrotado en 1945 en toda la línea, pero reentró por la ventana. En Venezuela pone guayas para degollar tuquis en motos. Tuqui es palabra usada peyorativamente por nuestro supremacismo blanco.
Ven chavistas en un centro comercial y les espetan «vete pa un Mercal», «vete pa Cuba». Es decir, el Apartheid. Según eso, recíprocamente, nadie de oposición debiera comprar un carro chino o iraní. No podría ir a un CDI ni recuperar la vista en Misión Milagro. Cada quien su infierno. O paraíso, según se vea.
El supremacismo consiste en la exaltación de una parte de la humanidad en detrimento de otra, que se vuelve esclava, proletaria, plebeya, en todo caso explotada. En nuestro desorden colonial hubo castas bien delimitadas: peninsulares, blancos criollos, blancos de orilla, pardos, indios, esclavos. Entre esas castas no había rendija posible, pues solo se reproducían dentro de cada casta. Salvo los pardos, que se escaparon de esta fina malla, y por eso eran execrados como bastardos porque no nacían con orden. En el Sur de los Estados Unidos el supremacismo blanco decreta que «una sola gota de sangre negra te hace negro». Pensamos así cuando decimos que Obama es negro porque es hijo de un negro y no que es blanco por serlo de una blanca.
Practicamos esmeradamente los rasgos distintivos que en lingüística permiten diferenciar entre las palabras tasa y pasa, porque el primer sonido es claro y distinto. Se llama fonema. En la vida social constituimos distinciones análogas a los fonemas y por eso Ferdinand de Saussure propuso la Semiología, «el estudio de la vida de los signos en el seno de la vida social». La adscribió a la sicología aunque luego tomó rumbo propio. Es así como en Venezuela, por ejemplo, el supremacismo blanco llama niche todo lo que no es última moda gringa. Y, recíprocamente, la gente que según esto es niche llama «un pinta» o sifrina a quien lo considera niche. Una por otra. Palo por palo no es palo.
Lo peor del supremacismo es su irracionalidad radical. No se puede ni hablar con él. Su área de comodidad es la distinción. Si no la hay se alarma y le entra el frenesí destructivo que llamamos fascismo. Como no había gente de piel oscura en Alemania el nazismo desorbitó una «raza» judía tanto como inventó una «raza» aria, para crear distinción a juro. Radical. José Martí nos enseñó que «no hay odio de razas porque no hay razas». Lapidario. Por eso lo de la «raza judía» me lo tienen que explicar a la luz de los asquenazíes de ojos claros y los judíos etíopes. En la utopía israelí los catires asquenazíes en el poder discriminan a los sefardíes.
Es lo que cierta minoría sueña para Venezuela. Que sigan las aberraciones que nos separan. Quienes practican esas aberraciones hablando de niches y tuquis son los beatos que declaman que Chávez dividió a los venezolanos.