El asesinato de Serra, sus fotos en la morgue y la satanización de los colectivos

El vil homicidio del camarada Robert Serra y de su compañera, María Herrera, trae de nuevo al ruedo el asunto de la violencia en nuestro país. A principios de año escribimos sobre la fatalidad que tocó a Mónica Spears y cómo la derecha sacaba rédito de aquel macabro escenario. No era casualidad que, pocas semanas después, la oh-posición comenzara con las guarimbas terroristas disfrazadas de luchas estudiantiles. Los autores intelectuales de ambos crímenes, el de Serra y el de Spears, perseguían el mismo fin: soliviantar a las masas y provocar una sangrienta confrontación civil en nuestra sociedad.
 
Desde un principio, al conocerse la infausta noticia del abominable destino de Robert Serra, la derecha empezó a propalar rumores despreciables para tratar de destruir la reputación del diputado revolucionario: que si era santero, que si fue un crimen pasional, que si los colectivos se le “voltearon”, que si el pato y la chachalaca. ¡Pura basura! Todas tesis con la torcida motivación de justificar el crimen y deslindarlo del evidente contexto del asesinato político. Sospechoso, ¿no? Cuando Mónica Spear murió de manera tan abyecta, todos lo repudiamos y pedimos justicia; en ningún momento leímos en los medios del “establishment” o en las redes sociales, algún comentario tendiente a lesionar la memoria de la actriz y modelo. ¿Por qué en el caso de Serra no fue así? ¿Por qué la constante actitud de la derecha en criminalizar al bando revolucionario? Sin duda, la operación psicológica en desmedro del joven diputado busca entorpecer las investigaciones al respecto y trivializar la preocupante infiltración de paramilitares colombianos en nuestro país. ¡Eso sí lo calla la oligarquía!
 
Desde luego, la incontinencia verbal de la derecha la arrastró a diseminar las más alucinantes sandeces y jamás imaginó que en casa de Serra pudiese haber cámaras de circuito cerrado, lo cual ha servido para pulverizar la depravada campaña de desprestigio contra quien fuese el legislador más joven de nuestra Historia. La evidencia audiovisual es aplastante: el crimen fue cometido en apenas cinco minutos y seis personas ingresaron de manera sigilosa al inmueble donde se hallaban Serra y Herrera. El modus operandi indica que hubo vasta planificación del hecho y no fue algo fortuito como un atraco o un secuestro exprés. ¿Crimen pasional? Pues se hace muy extraño que participen tantas personas en un delito de ese tipo, ya que -por lo general- sólo quien es víctima de la infidelidad es quien cobra venganza contra su rival. C’est-à-dire, al contrastar la “huída hacia delante” de la oh-posición y la contundente evidencia “in situ” acerca del homicidio de Serra, podría inferirse que la derecha algo sabe y lo está escamoteando a la opinión pública. ¿Qué ocultan Jesús Torrealba et al?  Piensa mal y acertarás.
 
Desde hace años, el ala más radical de la oh-posición ha estimulado el ingreso de paramilitares neogranadinos a nuestras coordenadas con varios objetivos: a) exterminar a líderes campesinos en estados fronterizos; b) incrementar –de manera artificial- las tasas de criminalidad y así provocar miedo en las masas; c) controlar el tráfico de drogas en zonas populares de Caracas y otros estados del país y; d) lavar el dinero proveniente de actividades delictivas al otorgar microcréditos en las comunidades donde los “paracos” ejercen dominio. Curiosamente, cada vez que se denuncia la manifiesta presencia de paramilitares foráneos en Venezuela, los voceros de la MUD (¿MID?) han osado ridiculizar a la Revolución y se han ido “por las ramas”. ¿Por qué será?
 
La publicación de las fotos de Robert Serra en la morgue son otra afrenta igual o mayor a su aniquilación física. Ya había sucedido con Yanis Chimaras y Edwin “Inca” Valero, verbigracia: después del dolor de la pérdida de un hijo, de un padre, de un hermano, sobreviene un sufrimiento elevado a la enésima potencia –para sus parientes- debido a la desalmada exhibición del cuerpo, como si fuese mercancía del morbo, para satisfacer el odio insaciable de quienes desearían vernos exterminados a todos los chavistas. ¿Cómo sería la historia si las lúgubres fotos fuesen de familiares o amigos de quienes hacen de las instantáneas de cadáveres de chavistas un trofeo? ¿Les gustaría eso? Mas el respeto al duelo ajeno es un galimatías para una derecha ahogada en el encono enfermizo. 
 
LA AGENDA DE LA DERECHA: DEMONIZACIÓN DE LOS COLECTIVOS Y SILENCIO ANTE EL PARAMILITARISMO
 
La satanización de los colectivos de la Revolución es una estratagema de vieja data de la burguesía apátrida y está encaminada a atemorizar a las capas medias con el devaluado discurso de que “los cerros bajarán” para arrebatarles su propiedad personal: casas, apartamentos y automóviles. La derecha difumina la frontera entre colectivos y delincuentes, los mete a todos en un mismo saco y hace su “marketing” en la prensa corporativa con el fin de aquilatar adeptos a su innoble causa; así como Chávez era el culpable de todas las plagas, la frase aséptica y punzante de “los colectivos” yace como generadora universal de las calamidades de la República y refuerza la sensación de anarquía en algunos sectores de la población. ¿Es que los colectivos revolucionarios fueron un invento de Chávez? ¡No! Estas agrupaciones de individuos surgieron como réplica a la superestructura burguesa represora y fascista de la Cuarta República. Ante el terrorismo de Estado, los colectivos fueron la respuesta de la clase trabajadora a los vejámenes de gobiernos autoritarios que hicieron de las desapariciones forzadas una rutina vergonzante. Los colectivos han sido una consecuencia del cónclave puntofijista y no al revés. La labor de estos grupos, además de la defensa ante el constante acoso de los organismos de “seguridad” centralizados, era el trabajo comunitario: la economía popular, el deporte, la cultura, la recreación, entre otros elementos. Al arribo de la Revolución Bolivariana, en 1999, los colectivos se multiplicaron y, necesariamente, tuvieron que cambiar parte de su enfoque ante un Estado que ya no los perseguía. En la actualidad, la enorme mayoría de estos se dedica a construir la democracia participativa y protagónica desde las bases, lo cual es factor de considerable desazón para la derecha y el imperialismo. Todo lo que signifique organización de las masas es un peligro para la oligarquía y los planes de Washington. En la Quinta República los colectivos armados ya no tienen razón de ser: en más de una oportunidad el Comandante Chávez enunció que los fusiles sólo debían estar en manos de la Fuerza Armada y la Milicia (*).
 
La prensa burguesa -desde 1999- se ha explayado en su demonización de los colectivos, ya que así lo estipula el manual de operaciones psicológicas de la CIA. Al mismo tiempo, ésta ha censurado toda alusión al paramilitarismo importado desde Colombia y actúa como caja de resonancia de las matrices que desean presentar a Venezuela como otro “Afganistán”. De hecho, cuando Chávez lanzó la propuesta de los Círculos Bolivarianos, al principio de su mandato, la oh-posición se consagró a desprestigiar la iniciativa con todo tipo de improperios: círculos asesinos, círculos de la muerte o círculos del terror. Hasta denunciaba que estaban “armados hasta los dientes”. Desde luego, la derecha abonaba el terreno para lo que sería la masacre de Puente Llaguno, por ejemplo, y así culpabilizar a los colectivos. No obstante, en abril de 2002 se cayó la falacia de los propagandistas de oficio en relación con los Círculos Bolivarianos: las balas que se detonaron en las 47 horas del Golpe de Estado vinieron del bando opositor y sus mercenarios. Si en realidad los Círculos Bolivarianos hubiesen tenido armamento, desde la tarde del 11 de abril se habría desatado una guerra en Venezuela y todavía estuviéramos computando los decesos. Si en 2002 los colectivos hubieran estado pertrechados -de verdad, verdad- el este de Caracas no existiría. Así de crudo.  
 
La Revolución Bolivariana es la única garantía de paz en nuestro país, duélale a quien le duela. La prematura ausencia de aguerridos soldados como Robert Serra y María Herrera, no nos va a desalentar o intimidar; al contrario, la convicción socialista se hará más incólume y demoledora. La cantera de cuadros combativos es inagotable y el compromiso con el Comandante Eterno es ineludible. El ajado expediente de la violencia no se impondrá, señores del Departamento de Estado. ¡Viva Robert! ¡Viva María! ¡Viva Chávez!
 
 
PD. En 2011, un diputado socialista de la Asamblea Nacional –amigo nuestro- fue víctima de un atentado del cual salió ileso. Por desgracia, uno de sus escoltas resultó muerto. La maquinación del asesinato selectivo de nuestros voceros parlamentarios no es un mito, seguidores de la oh-posición. ¡Despierten!
 
 
(*) Durante años, la derecha ha divulgado fotografías de supuestos “colectivos” alardeando de sus pertrechos. En la praxis, cualquier malhechor podría tomarse “selfies” con sus armas de fuego y alegar que pertenece al “colectivo” tal o cual. ¡Eso no prueba nada!


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Adán González Liendo

Traductor, corrector de estilo y locutor

 elinodoro@yahoo.com      @rpkampuchea

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