A comienzos de 1815 Venezuela era lo más parecida a un cementerio, pues una guerra que ya llevaba 4 años había provocado la desaparición de casi un tercio de su población. Además, por la misma razón, varios miles de personas se encontraban lisiadas, familias completas desaparecidas, viviendas incendiadas, pueblos saqueados, haciendas destruidas, hatos sin ganado, ciudades despobladas, comercio arruinado. En fin, el país se encontraba devastado y en la más completa pobreza. Y así, en ese panorama, es como se inician en nuestro territorio, hace ahora doscientos años, los primeros días de 1815. Por supuesto que en medio de una situación tan desalentadora como esa nada permitía pensar que las fuerzas del colonialismo serían derrotadas pocos años después y que la República de Colombia se levantaría victoriosa, libre de sus dominadores de antaño.
Para evitar una muerte segura en manos de las huestes de José Tomás Boves y Francisco Tomás Morales, muchos de los jefes republicanos habían tenido que huir apresuradamente del país a fines del año anterior. Del ejército Libertador lograron sobrevivir apenas algunas tropas, que en ese momento se encontraban dispersas en distintos lugares de Venezuela, sobre todo en los llanos y el oriente. Tal es el caso de los efectivos comandados por José Tadeo Monagas en las cercanías de Barcelona; de Manuel Sedeño por los lados de Caicara del Orinoco, de Pedro Zaraza en el alto llano de Caracas, de José Antonio Páez por los alrededores de Casanare, de Barreto y Rojas en los llanos de Maturín, y de Juan bautista Arismendi en Margarita. Estos hombres con su disminuida tropa fueron los que, en el peligroso territorio venezolano, dominado en su casi totalidad por las fuerzas del realismo colonial, en ese año tan difícil, mantuvieron en alto las banderas de la independencia,
En ese año 1815 los defensores de la independencia vivirán las consecuencias de los terribles acontecimientos ocurridos a lo largo del año anterior, mismos que fueron en buena medida adversos para ellos. Había sido ese año catorce el año cuando más sangre venezolana se derramó sobre nuestro territorio. Unas cien mil personas fallecieron en el transcurso de esos doce meses del "año terrible", y fue sobre todo en el último semestre cuando esa carnicería se acentuó, luego que el oriente venezolano pasara a ser el escenario principal del conflicto, al trasladarse la oficialidad y las tropas del ejército, seguidoras del Libertador, a este territorio. Torrentes de sangre fluyeron en Barcelona, Cumaná, Maturín, Aragua de Barcelona, Santa Ana, Urica, Cariaco, tanta que al iniciarse el mes de enero del siguiente año, podía verse mucha de esa sangre a flor de tierra en caminos, calles, casas abandonadas, iglesias, e igualmente se observaban infinidad de cadaveres regados por doquier, descomponiéndose, sin muchas posibilidades de recibir cristiana sepultura. El panorama era realmente aterrador. No existía una sola familia en esta zona del país que no hubiese visto desaparecer al menos uno de sus miembros. Por la mortandad generalizada, el terror se había apoderado de la gente, al punto que una importante cantidad de ella prefería vivir escondida en los montes, alejada de los pueblos y ciudades.
De manera que al iniciarse el 1815 había suficientes razones para que los venezolanos no guadaran ninguna esperanza de que la situación del país fuera a mejorar en los próximos meses. Y tenían razón. Así sería. El primer acontecimiento luctuoso en esta historia de adversidades sufrida por los partidarios de la independencia ese año 1815 ocurrió ese mismo mes de enero, cuando uno de los más valiosos generales del ejército libertador, José Félix Ribas, el primero de los libertadores que levantó las banderas de la lucha social en Venezuela, fue atrapado por los españoles, en momentos cuando se encontraba escondido en los montes cercanos a Valle La Pascua. Venía huyendo desde Maturín donde las tropas realistas comandadas por Morales le habían infrigido una espectacular derrota a él y a su ejército, el día 11 de diciembre. Padeció un verdadero calvario el patriota caraqueño durante los pocos días que permaneció en manos de sus enemigos españoles, hasta que finalmente fue fusilado el día 31 de ese mes de enero. Luego, su cuerpo sería desmembrado, frita su cabeza en aceite y ambas partes, incrustadas en estacas, serían exibidas durante muchos días, una en Valle la Pascua, y otra en Caracas, para escarmiento de los partidarios de la independencia.
El jefe de las tropas realistas en Venezuela, Francisco Tomás Morales, en carta del 17 de enero, dirigida a las autoridades españolas, pinta sin exageración alguna, el cuadro que presentaba el bando patriota durante esos tormentosos días aurorales de 1815. Dice allí con jactanciosa voz el prepotente oficial: "Después de la derrota que han sufrido los sediciosos en Guiria, no asoma ni siquiera una vela de ellos por toda la costa (…) No han quedado ni reliquias de esta inicua raza en toda la Costa Firme".
Y como si no bastase con las muy malas noticias que por esos días aquejaban el oido de los venezolanos, viene a sumarse otra demasiado preocupante, aterradora incluso, procedente de la propia península ibérica. Resulta que un día antes de la publicación de la carta anterior, salía desde Cadiz, con destino a Venezuela, una poderosa escuadra integrada por sesenta y cinco buques principales de transporte y otros de menor calado, escoltados por el navío San Pedro de Alcántara de 74 cañones, más 16.000 efectivos militares, todos con la misión de pacificar estos levantiscos territorios y reestablecer su condición de colonias Españolas. Tan extraordinaria expedición reconquistadora, la mejor pertrechada y la más numerosa jamás enviada por la monarquía española a tierras americanas, la despachaba el recién restaurado rey Fernando VII, en un momento cuando a España le iba muy bien en materia militar, pues así como le ganaba en su territorio peninsular la guerra al ejército frances, le ganaba también la guerra a los independentistas de aquí de América. Y así victorioso, enaltecido, todopoderoso, se proponía el recién llegado monarca acabar de una vez y para siempre con los sediciosos y rebeldes libertadores americanos que le trastornaban el ejercicio de su reinado y sus planes de restituir el imperio español. La arribada a las costas venezolanas de la expedición pacificadora, ocurrida el día 3 de abril, tendrá un impacto directo en la evolución de la guerra, pues la presencia de los efectivos españoles trastocará la composición social de los ejércitos enfrentados y trastocará también la naturaleza del conflicto. Por tales alteraciones la guerra social llegará a su fin este año 1815, al mismo tiempo que se iniciará la guerra de independencia propiamente dicha.
Lo que ocurrió con esa expedición española comandada por Pablo Morillo fue que al llegar a territorio venezolano, su jefe procedió a disolver el ejército que aquí en Venezuela le estaba ganando la guerra a los "sediciosos" libertadores. Pensaba el arrogante general que con su ejército expedicionario era más que suficiente para derrotar a los insurrectos patriotas venezolanos. Además, se avergonzaba de las tropas que aquí defendían las banderas realistas. Pensaba Morillo que los efectivos de estas tropas no merecían representar al rey en esta guerra, pues en su gran mayoría eran hombres de piel oscura, antiguos esclavos, gente del común. Así mismo, eran indisciplinados, no vestían uniforme, peleaban descalzos, casi desnudos, sus armas preferidas eran las lanzas, los machetes y los cuchillos. Cuando presentaban batalla no se distribuían según las reglas de la guerra conocidas en Europa. Aceptaban como jefe solo al más valiente de ellos, no al que vestía el uniforme más vistoso, ni al que ostentaba más charreteras en sus hombros, además que su guerra era contra los blancos, fueran estos realistas o patriotas.
Ante tan compleja y difícil realidad lo que se le ocurrió a Morillo fue licenciar una buena parte de esas tropas, otra parte la envió a pelear fuera del territorio venezolano, y apenas una pequeña cantidad la dejó consigo. Y así fue como aquel aguerrido e invencible ejército levantado por José Tomás Bóves, gracias al cual el bando realista estaba ganando la guerra a los patriotas, llegó a su fin. No fue vencido por sus contrincantes, sino que fue disuelto por un arrogante jefe español, recién venido a América. Craso error, pues a partir de este momento esta gente, acostumbrada a hacer la guerra, no se iría a cultivar un conuco en algún monte venezolano, tampoco se emplearía como peón en alguna de las arruinadas haciendas del país, ni mucho menos regresaría a su anterior condición esclava, sino que continuaría haciendo lo que en aquel momento venezolano era la actividad más atractiva: la guerra. Pero como no eran aceptados en el ejército español de Pablo Morillo, se buscaron otro "Taita", igual de valiente y arrojado como Bóves; se buscaron a José Antonio Páez, el Centauro de los llanos, quien ya por los inicios del año 1815 comenzaba a hacerse célebre, destacando por su valentía, su don de mando, su pericia con la lanza y su habilidad guerrera, con la diferencia respecto a Boves que Paéz era republicano y como tal partidario de la independencia. De manera que fue así como el ejército patriota vio engrosar sus filas con las tropas de los aguerridos llaneros, antiguos esclavos, negros libres, mulatos, zambos e indios, el pueblo en fin, gracias a cuya migración el ejército libertador pasó a ser exactamente el pueblo en armas, y así como pueblo en armas fue como los independentistas pudieron ganar finalmente la guerra a los españoles invasores venidos en la expedición de Pablo Morillo.
Y mientras estas transformaciones ocurrían en suelo venezolano, Simón Bolivar se movía por las islas caribeñas en procura de ayuda para sus planes de regresar a Venezuela y continuar con la guerra libertadora. Era un exiliado en ese momento, un errante expulsado del suelo nativo, obligado a peregrinar de puerto en puerto en búsqueda de manos amigas que acogieran su solicitud. En Cartagena estuvo seis meses, mientras que en jamaica se mantuvo desde mayo hasta diciembre de 1815. Aquí realizó persistentes gestiones ante las autoridades de la isla, en ese momento colonia británica. Guardaba esperanzas de que el gobierno inglés proporcionara apoyo a su proyectada empresa. Pero no era así como pensaban en Londres, menos ahora cuando, derrotado Napoleón, la monarquía de este país había restablecido su alianza su alianza con Madrid. Y entonces fue cuando Bolívar, en medio de las dificultades sufridas en esos días de obligado refugio, en una isla donde recibió reproches y hasta intentaron asesinarlo, escribió aquel portento de documento, la Carta de Jamaica, dirigida al ciudano inglés Henry Cullen, que fue publicada con fecha 6 de septiembre.
Aquí en este documento El Libertador demuestra la pasta intelectual con la que estaba equipado. Su pensamiento se eleva en alto grado para dar forma a un texto casi perfecto dirigido a justificar el proyecto independentista latinoamericano. Es un texto extraordinario, escrito con arte y argumentado con rigor. A su salida se constituyó en el escrito mejor elaborado por la pluma del Libertador. En el mismo, el ilustre caraqueño consideró sobremanera los dos grandes asuntos que en ese momento llamaban su atención, esto es: la independencia y la unidad latinoamericana. Sobre el primero sobresale el siguiente párrafo. Dice Bolívar: "El velo se ha rasgado, (en América), hemos visto la luz, se han roto las cadenas, hemos sido libres, pero nuestros enemigos quieren volver a esclavizarnos". Sin embargo, continua, no podrán pues toda la América se ha rebelado, los americanos nos hemos rebelado porque no queremos continuar en la condición colonial anterior, no queremos continuar viviendo en un mundo de restricciones como hasta ahora es el que hemos vivido bajo dominio español: restringidos para educarnos, restringidos para obtener libros y leer, restringidos para cultivar, para vender, para gobernar; restringidos para comercializar con otras naciones, distintas a españa; restringidos para viajar, y, sobre todo, restringido el pueblo a servir a sus amos no más. Tal situación insoportable por más tiempo es lo que motiva entonces la lucha por la independencia, misma que una vez alcanzada deberá ser garantizada en el tiempo con la unidad de quienes antes eran esclavos de sus amos y subditos de su rey. Por eso la expresión profética sobre la unidad latinoamericana colocada al final del documento jamaiquino: la unidad para mantener la libertad: "Yo deseo ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria".
Y mientras esto escribe El Libertador, en el interior de Venezuela la guerra no dejaba de desarrollarse en lugares puntuales de la geografía nacional. En esos últimos meses, numerosas refriegas se presentaron en oriente y los llanos venezolanos, entre las guerrillas libertadoras y las tropas españolas de Morillo que aquí en territorio venezolano quedaron, luego que el "Pacificador" tomara rumbo hacia la ciudad de Cartagena con el propósito de sitiarla y arrebatársela a los patriotas neogranadinos que la gobernaban. Llevaba consigo unos 10.000 efectivos ya que los otros 6.000 se habían quedado en Venezuela. Pero a este número no se reducía la cantidad de efectivos realistas, pues hay que sumarles las tropas, en número de miles, comandadas por Morales, que no fueron objeto de ninguna acción represiva por parte del nuevo comandante. La cifra total superaba en buena medida a las tropas de la independencia, que por lo demás no estaban unidas sino desperdigadas y sin contacto entre sí. Pero aun así estos se mantuvieron peleando, cada quien por su lado, siendo derrotados en algunas oportunidades, mientras que otras veces lograron la victoria. Y en las postrimerías del año un hecho importante en esta serie de acontecimientos suscitados en ese contexto de batallas, tuvo lugar en la isla de Margarita, el cual serviría para dar nuevos brios a las tropas republicanas. Ocurrió el 15 de diciembre cuando los isleños, dirigidos por Arismendi, se rebelaron masivamente contra el gobierno impuesto por Morillo, y por cuyo motivo los funcionarios realistas tuvieron que refugiarse en las fortalezas de Pampatar, Juan Griego y La Asunción. Lo importante de este acontecimiento es que con el mismo se reinician en firme las acciones de los patriotas venezolanos a favor de la independencia, además de ser el primer acto de la guerra de liberación nacional contra las fuerzas invasoras del ejército español recientemente desambarcadas.
Tales son entonces los hechos bicentenario que durante este año 2015 estaremos recordando. En general, podemos considerar este año como el prolegómeno de los grandes combates que librarían los libertadores a partir de 1816, una vez culminada con éxito la Expedición de los Cayos, en la que se trasladaron desde Haití a Venezuela los principales oficiales del ejército independentista, hasta ese momento refugiados en islas caribeñas. Al frente de la expedición venía el persistente, el contumaz, el perseverante Simón Bolívar. Venía ahora sí a ponerle término definitivo al dominio colonial español sobre Venezuela.
Ahora era cuando había lucha por delante, ahora era cuando había oficiales y tropas libertadoras movidas por la ambición de victoria. Ahora era en verdad cuando se daba inicio a la guerra total por la independencia de Venezuela. De aquí en adelante no se interrumpiría nunca más esa lucha hasta culminarla favorablemente en Carabobo, el 24 de junio de 1821. Tan efectiva fue esta vez esa lucha que de los 16.000 efectivos integrantes de la "expedición pacificadora" apenas 500 retornaron con vida a la península ibérica. Los demás pagaron caro su osadía de invadir Venezuela. Sus huesos fertilizaron la tierra que pretendieron conquistar.