Cristo, la revolución y la iglesia militante

Si bien cierto que la Semana Santa es un momento propicio para el descanso, el compartir con la familia y renovar la fe por la vida que nos regala el Ser Supremo, también debe ser el tiempo para una valoración más activa y precisa de los dictámenes de nuestra conciencia. No sirve de nada que nos demos golpe de pecho y digamos "por mi culpa y por mi gran culpa" y sigamos cometiendo los mismos errores de apuñalar el legado de Cristo, quien luchó hasta el último segundo del sufrimiento para que las sociedades y sus pueblos caminaran por las sendas de lo humano y no de las bestias irracionales, que borran sus huellas para no dejar las pisadas de sus pecados mundanos.

El mensaje Cristiano obliga a ir más allá de las circunstancias impuestas y de los códigos eclesiásticos que muchas veces encadenan el pensamiento emancipador a una inacción mágico-religiosa, que termina en los cánticos de la alegría y el arrepentimiento momentáneo. Una vez que termina la liturgia, se vuelve por los fuegos de siempre, donde la ira, el odio y la mentira son las luces que alumbran la oscuridad de los creyentes, cuya mirada no puede ocultar el rostro de fariseo que los delata mientras caminan a tientas por los terrenos de la falsedad y la doble moral.

No es que yo quiera juzgar desde el areópago de los tiempos presentes, sino que se me irrita el alma por el vacío sepulcral de muchas personas, que año tras años, se cobijan en la religión para cometer las más grandes fechorías que pueda cometer un ser humano; olvidándose del amor y de la solidaridad que caracteriza a los seguidores de Cristo. Por eso somos cristianos, porque nos apegamos a la doctrina bíblica, que Cristo plasmó en los hechos y en la verdad. Como revolucionario, Cristo rechazó la opresión que vivía su pueblo, aspirando siempre una dignidad auténtica y espiritual. Si bien no usó la fuerza para enfrentar al poderoso imperio romano, si estableció un mecanismo de unidad que trenzó los lazos de amor para vencer el terror y el miedo que habían sembrado los romanos.

En esta Semana Santa de 2015 volvamos la mirada hacia Cristo, pero no para verlo colgado en la Cruz, sino para recordar su lucha y su discurso que constituyen un legado de multitudes, de palabras que te invitan a ver el mundo a través de la acción transformadora, que permita abrir los caminos de la verdadera emancipación. Con su discurso revolucionario, Cristo cambio la historia de la humanidad, donde la noche de los tiempos oscuros y de las falsas deidades daba paso al amanecer de la fe y la esperanza, representado por un ser humano más solidario, más comprometido con su sentido de patria y dispuesto a dar la vida por la libertad de su pueblo.

Precisamente, requerimos en estos tiempos de una iglesia militante, que ayude a luchar contra los imperios del infierno y las fuerzas del mal, que quieren arrasar con los pueblos revolucionarios. En nuestro caso, cuando la patria ha sido terriblemente amenazada por las fuerzas destructivas del imperio norteamericano, todos debemos unirnos para hacerle frente a ese "monstruo" que se llama EE.UU. De allí pues que se demanda una actitud más enérgica de la Iglesia Católica, donde sus prelados se comprometan, junto con su pueblo, a defender la dignidad de la patria. Como dirían, a Dios rogando y con el mazo dando. Sigamos el ejemplo, de Cristo, seamos más revolucionarios cada día y juntos construyamos la iglesia militante.



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Eduardo Marapacuto


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