La guerra económica no es material, es espiritual

La confusión es propia de la pequeña burguesía, ésta absorbe como ninguna los valores de la clase burguesa, del capitalismo. Ve al mundo a través del cristal del lucro, de la ganancia material, todo lo traduce en dinero. Los gobernantes pequeñoburgueses, socialdemócratas rentistas, actúan según estos principios, establecen con las masas una relación de proveedor-clientes; no captan corazones, simpatías, apoyos, sólo consiguen clientes, mercenarios. Allí, en el envilecimiento del alma, reside el daño de la llamada guerra económica: la masa exige consumo creciente y el gobierno tiene dificultades para mantener el derroche de los recursos que son finitos.

Cuando los dólares escasean por la baja de los precios del petróleo, porque se los roban los empresarios y los nuevos ricos, cuando el bachaqueo se hace presente en una masa sin conciencia, el gobierno entra en pánico, busca con desesperación recursos para mantener el gasto suntuario, el derroche, la distorsión económica. La fiesta petrolera llega a su fin, se acaba el licor, languidece la luz, y el gobierno desesperado ve a los invitados abandonar la sala en busca de nuevos proveedores, un nuevo becerro de oro a quien adorar.

El gobierno está atrapado en la visión socialdemócrata de la sociedad. Un ejemplo es la promesa de un diputado que declara que al subir los precios del petróleo subirán de nuevo los cupos en dólares, algo así como decir: esperemos que nos ganemos de nuevo la lotería para seguir despilfarrando. No hay otra conciencia que el consumismo. No consigue ir más allá de la distribución de la renta petrolera. De esta manera, está encadenado a los precios del petróleo, a la renta que siempre será insuficiente para cubrir el despilfarro del consumismo desatado. Por ese camino, inevitablemente, la socialdemocracia desemboca en un cambio de gobierno por el voto castigo, o en un motín, cuando la renta no cubre las expectativas de consumo creciente de la población, esa es su maldición.

Lo anterior se manifiesta en estos momentos cuando la renta disminuyó y estamos en las proximidades de unas elecciones parlamentarias de importancia estratégica, que pueden lesionar seriamente la gobernabilidad, debilitar de tal manera al gobierno que sea imposible su continuidad. La socialdemocracia atrapada en su clientelismo tiene una sola manera de superar la crisis, debe mantener el nivel de consumo, la renta elevada. Para eso debe buscar dinero en cualquier parte y a cualquier precio; vender, prestar, todo es válido.

Sin embargo, el gobierno está obligado a aplicar medidas que afectan el nivel de consumo de la población. Ese es el dilema que no tiene solución en territorio socialdemócrata. Lo tendría en un gobierno fascista que imponga a sangre y fuego las restricciones, o en un gobierno socialista que eleve la conciencia de la población, que eleve el sentido de pertenencia a la sociedad. Por eso las elecciones próximas serán una escogencia entre el fascismo de la oposición o correr la arruga de una situación agotada que marcha hacia un motín. La verdadera solución, el Socialismo, el legado de Chávez, debe entrar en la contienda política.

El gobierno intuye este dilema y pretende radicalizar, pero lo hace sólo en el discurso que es cáustico pero inofensivo, no toma medidas de fondo; más allá de lo policial, todo sigue igual. Es que no percibe que la guerra se pierde o se gana en el alma, en la conciencia.

Es necesario volver a la entrega chavista del 4 de febrero, a la pasión que hizo posible la derrota del sabotaje petrolero, hacer verdad el legado de Chávez. El dilema debe ser Socialismo o barbarie capitalista. Sólo así el pueblo tendría razones sagradas para luchar.



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Toby Valderrama y Antonio Aponte

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