El núcleo del legado de Chávez no es lo material, es la hermosa carga espiritual que rescata el humanismo, la fraternidad, la autoestima del pueblo venezolano. Es ese núcleo espiritual dotado de su base material, la propiedad social. Es, en definitiva, devolvernos la conciencia del deber social, de pertenencia a la sociedad, de integrarnos como un pueblo capaz de grandes hazañas, como en Abril, como en Diciembre.
Chávez supo ubicar las luchas emancipadoras de hoy en el río histórico que viene desde la Independencia, relacionarlas con las batallas contra los colonizadores, con la prédica de Cristo. Entendió que el momento histórico reclama la lucha antiimperialista y que tiene que ser anticapitalista y por el Socialismo. Fue hacernos sentir herederos de Guaicaipuro, de Jose Leonardo, de Bolívar, Zamora, y también de Argimiro, de Fabricio, Américo, Briones Montoto; fue hacernos sentir grandes porque de grandes venimos.
Chávez hizo oír de nuevo el clarín llamando a ofensiva en Carabobo, en Santa Inés, hizo que Iracara y Guaramacal volvieran a brillar en la historia como páginas heroicas rescatadas del olvido.
En resumen, el Comandante nos dirigía en la batalla contra la fragmentación, nos dio la meta para reconocernos un cuerpo social, para insertar al individuo en la gran familia que debe ser la Patria, nos indicó el camino al Socialismo.
Con el arribo al gobierno de la socialdemocracia, no podía ser de otra manera, esa es su naturaleza, se colocó lo material como el motor de la sociedad, se quiso cambiar lealtad popular por dádivas materiales. Esa política nos despojó de lo espiritual, nos sumergió en el precipicio del pragmatismo; así entramos en las "heladas aguas del cálculo egoísta", la contabilidad sustituyó al bien común, lo individual se intentó satisfacer en contra de lo social.
La figura de Chávez se lavó de contenido ideológico, se usa a veces como un requisito o un protocolo obligado, nunca como un guía para la acción contra el capitalismo y por la construcción del Socialismo. El gobierno carece de alma porque se la vendió al diablo capitalista, que esta vez llegó disfrazado de "productividad", de "paz", y así justifica el deslizamiento hacia las épocas anteriores al 4 de Febrero.
Ahora nos encontramos con un pueblo sin guía, un gigante que despertó Chávez y quedó sin cabeza, sin dirección, sin razones sagradas por la cuales luchar; sin enemigo, ahora él es su propio enemigo. Vivimos un vacío terrible donde aparecen las consecuencias de despojar a un pueblo de sus valores morales, de sus soportes espirituales fundamentales.
Las señales son claras, el "bachaqueo" nos indica que el egoísmo regresó con fuerza, la delincuencia organizada aflora anunciando tiempos mexicanos, las encuestas anuncian derrotas. En la política regresó la ética de la cuarta, en la calle la gente camina asustada de sus semejantes, el ruido de una moto alerta, la policía no es suficiente para contener el desborde social. Los aires anuncian tempestad, el clima es de expectativa, todo está paralizado, sólo se mueve la televisión creando un mundo ficticio.
El gobierno no consigue devolver la emoción al pueblo, que deambula repitiendo los ritos que ya no funcionan; recoge firmas por millones pero la decepción sigue su camino, anuncian que van a anunciar pero nada, decretan guerras de pacotilla, alianzas de mentiritas, abusan de la credulidad de la masa; todo parece un teatro donde los espectadores y los actores esperan aburridos que se inicie una obra que aún no existe.
Mientras, el fascismo acecha en la grietas de la inoperancia, de la incapacidad; ya se muestra, allí están los sucesos de Maracay, quién da cuenta de esos muertos, quién explica que se llegó a eso. Pero lo que es peor, cada día son más los que apoyarían medidas fascistas: "mano dura, muerte al hampa", dicen; "para qué los derechos humanos", decretan.
Esto no lo podrán arreglar hasta que no nos devuelvan lo que Chávez nos dejó, que es la misma herencia de Bolívar, de Zamora, y es el mismo escamoteo histórico…