El cielo despejado es más premonitorio que el cielo nublado. Las sociedades suelen ser sorprendidas en la calma, más que en la tormenta. Vivimos tiempos de sosiego. Todo parece (sólo parece) encauzado en los rieles de la falsa paz de la cuarta república: hay abundantes elecciones: primarias, de base, etc., hasta llegar a la principal; el opio electoral soporta al bipartidismo renaciente, nos aparta del Socialismo, ¿abre la puerta al fascismo?
Cada uno se ocupa de sus propios intereses, la masa es la mera suma de individualidades, de egoísmos; lo colectivo es un espejismo, no hay sociedad, sólo hay rebaño confundido pero en calma, sin estampida… por ahora. Los dirigentes repiten sus cantaletas, no importa, nadie se conmueve, le hablan al espejo que siempre devuelve una imagen aprobatoria. Todo es un circo, un teatro bufo.
No hay rumbo, nadie cree nada, todo es mentira, cambalache; hoy se dice, mañana se desdice. Se hacen promesas sobre promesas, se anuncian anuncios futuros. Sólo la realidad habla con verdad poderosa. Se vende el país por pedacitos, las deudas se pagan con bonos que hipotecan la soberanía, la Faja es un prostíbulo con muchos clientes y pocos dolientes. Lo que importa es seguir el festín, mantener la masa ahíta, no importa el precio, no importan las consecuencias.
Los dirigentes, agotados, sólo atinan a balbucear sandeces, plantean cacerías de fantasmas, de páginas en Internet. Evaden la grave situación, sólo ven el ombligo de sus mezquinos intereses, llevan en la frente un curul, la peste electoral es la medida de los tiempos.
Los gobernantes, contentos, hacen planes que llegan más allá del 2019. La situación, piensan, durará siglos. El poder tiene la maldición de enceguecer. La protección es no alejarse de la realidad, la humildad de saber que "toda gloria es pasajera" y todo poder es ficticio. El traje no es la piel, lo verdadero está por dentro.
Vivimos tiempos similares a aquellos cuando los gobernantes pensaban que ya todo estaba consumado, que los años de las insurrecciones militares, de la unidad cívico-militar, de Ponte Rodríguez y Fabricio eran una pesadilla o un arrebato juvenil; que ya las aguas volvían a su cauce, que todo sería paz, aquella que esteriliza la rebeldía. Cuando pensaban que habían domado al huracán, un rayo heredero de todo aquel legado, que viene desde Bolívar, Zamora, Maisanta, Fabricio, cruzó el cielo azul y rompió con medio siglo de parsimonia.
Era Chávez, que con un gesto de dignidad que estaba en desuso saltaba las cadenas de la costumbre, emplazaba al fetichismo de una legalidad burguesa y devolvía al humano el control de su vida secuestrado por la superstición. Fue suficiente este gesto individual de rebeldía, símbolo de la voluntad de la tropa libertaria, para entrar en una época de fundación. Los humildes se constituyeron un solo cuerpo y junto a los obreros y campesinos derrotaron a los que pretendían, en nombre del pragmatismo, apaciguar a un pueblo que lleva la rebeldía en sus venas, en su historia.
Es así, estos son tiempos que reclaman un latigazo, un líder, la voluntad de muchos expresada en un rayo individual que despierte a la masa, un grito que la convierta en ángeles dueños de su propio destino, como aquel 4 de Febrero, como aquel "Por ahora". La historia espera por ese gesto, la Patria, la humanidad no pueden esperar medio siglo.
No podemos dejar que se restituya lo que el 4 de Febrero superó.