Francisco. Los motivos del hombre

El Papa Francisco recién hizo pública su primera encíclica en la que aborda el tema de la relación del hombre, la humanidad, con la naturaleza. Laudato si (Alabado sea) es el título, por las palabras con las que se inicia, y marca un hito en la forma y el fondo con que el jefe de la Iglesia Católica define el enorme riesgo de suicidio colectivo a que se enfrenta la humanidad entera, como producto de una cultura que prioriza la satisfacción consumista en perjuicio del debido respeto a la casa común que es la Tierra. Lo que dice no es novedad; ya lo han dicho muchos; lo clama Evo Morales, pero dicho por el Papa no es lo mismo; Green Peace y muchas otras organizaciones no gubernamentales, Jorge Martínez y Luis Tamayo lo exigen y actúan en consecuencia, pero tampoco es lo mismo. Muchos papas han sido muertos, en el sigilo de la curia y la alcoba, por contravenir los intereses de los poderosos. Ojalá no sea su única encíclica.

Sin demérito del enfoque religioso del documento, puede decirse que es un planteamiento laico y universal que, en todo caso, se parece más a una declaración revolucionaria que a un documento doctrinario católico, por lo menos en lo que ha sido la tradición pontificia. El texto es una severa crítica al modelo neoliberal y al consumismo irracional; entre otras importantes aseveraciones dice que la propiedad privada debe subordinarse al destino universal de los bienes; que los grandes agronegocios rompen la sana relación de la economía campesina, única capaz de generar alimentos, salud y bienestar; que es responsabilidad del estado limitar la libertad empresarial ante la posible utilización irresponsable de las capacidades humanas; que comprar es un acto moral y no sólo económico, por el que debe sujetarse a la consideración de su efecto sobre el bien común y, así, muchas otras definiciones muy contradictorias del estilo de vida y el modelo económico vigente.

Me detengo en dos párrafos de la encíclica, el 178 y el 189, en los que el pontífice toca los obstáculos políticos a que se enfrenta el afán por cambiar al mundo en el sentido anunciado. A la letra, el 178 dice: “…el drama del inmediatismo político, sostenido también por sociedades consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Por los intereses electorales, los gobiernos no se exponen a irritar a la población con medidas que puedan afectar el nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras.” Sin que a lo largo de todo el documento haya una sola mención a la palabra democracia, con este párrafo el Papa dinamita el concepto de la democracia representativa de corte occidental cristiano, juzgando que es incapaz de llevar adelante una transformación profunda (esta sí estructural) de la anticultura consumista, con la correspondiente afectación a la poderosa industria de la publicidad y de la manipulación mediática de las costumbres sociales. Pueden celebrarse miles de reuniones de expertos y cumbres de gobernantes que, si no se atiende a este asunto, podrán llenar toneladas de papeles y dedicar millones de horas de trabajo y discusión, pero no tendrán la mínima posibilidad de aterrizar en acciones eficaces.

En el párrafo 189, a la letra establece: “La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y el paradigma eficientista de la tecnocracia… la salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro… La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos… La producción no es siempre racional y suele estar atada a variables económicas que fijan a los productos un valor que no coincide con el valor real.” La terca realidad mantiene, a contrapelo de la razón, un sistema económico depredador de la naturaleza y del hombre mismo, en beneficio de los privilegios de unos cuantos.

El pontífice acude a su modelo espiritual, Francisco el santo de Asís, en su ascetismo y desapego a los bienes superfluos. “Necesito pocas cosas y las que necesito, las necesito poco”. También al creador de la orden jesuítica a la que pertenece y que decía que “La felicidad es saber gozar de las cosas simples sin afectación alguna que desordenada sea”. Son referentes morales que no por añejos dejan de ser válidos. El tema me lleva a recordar el poema de Rubén Darío “Los motivos del lobo” que narra que el temible lobo que había asolado la comarca, dominado por la palabra buena del santo, acepta corregirse y vivir entre las gentes con mansedumbre y alegría, hasta que un día se cansó de observar la ira en los corazones de los hombres y el crimen en sus costumbres y decidió regresar a su previa condición de fiera, a lo cual al de Asís no le quedó más que aceptar su derrota, no por el lobo, sino por la actitud de la gente. Así corre el riesgo esta valiosa encíclica de terminar en una paráfrasis como “Los motivos del hombre”.

Correo electrónico: gerdez777@gmail.com

 



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Gerardo Fernández Casanova


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