Un gobierno se puede definir, caracterizar, tanto por sus amigos como por sus enemigos. Es interesante, todos los gobiernos socialdemócratas tienen siempre los mismos enemigos y los mismos amigos. La socialdemocracia vive un dilema, esa es su esencia: debe parecer protectora de los humildes y, simultáneamente, ser cómplice de los que los sumergen en la miseria espiritual y material; debe crear las condiciones de vida, de posibilidad de lucro a los burgueses a costa de los humildes sin que ese fraude se haga evidente, al contrario, que sea disimulado con una verborrea y mediática vacías. La socialdemocracia oculta sus verdaderos amigos y debe crear enemigos; si no aparecen, los inventa. Veamos.
En la cuarta república, aquellos gobiernos se enemistaron con países vecinos, las tensiones con Colombia eran frecuentes. Y aquí tenemos el primer enemigo: los países vecinos. Las disputas limítrofes que exacerban el nacionalismo egoísta son un buen distractor, los militares ven la Patria hacia afuera y, para alivio de los gobiernos, no perciben la Patria hacia adentro. Lo mismo sucede con el pueblo ignorante de lo importante, ocupado de lo subalterno, como "instrumento ciego de su propia destrucción".
Pero no es suficiente el vecino como enemigo, la socialdemocracia necesita uno interno, un enemigo de verdad, a quien perseguir con saña, a quien endosar las culpas del capitalismo. La oligarquía sólo es comparsa en el gran teatro de la democracia burguesa, sparring en un boxeo sin víctimas. Ese enemigo verdadero son los revolucionarios.
A nada odian más los socialdemócratas que a los Revolucionarios, éstos los desenmascaran, muestran lo que son, disuelven sus apariencias. Los socialdemócratas se pueden reunir con el verdugo gringo, pueden llamar a diálogo a los que horas antes calificaron de monstruos, pueden darle dólares a la burguesía, pero a los Revolucionarios no les dan cuartel. Los califican de ultraizquierdistas, de alocados, de voluntaristas, los atacan con furia, su sola presencia los enerva. Siempre ha sido así, desde Lenin, calificado de demonio; Marx, el peor enemigo de la burguesía, hasta Fidel, Fabricio, Santucho, El Che, Miguel Enríquez, Chávez, Rosa Luxemburgo, Inessa Armand, el siempre recordado Trostky. Todos calificados de ultraizquierdistas, de voluntaristas, perseguidos por los burgueses y socialdemócratas.
A medida que este gobierno se desliza para la derecha, que abandona el pensamiento revolucionario de Chávez, va cambiando sus amigos, va construyendo a sus enemigos. Ahora Shannon pasó de ser un imperialista a ser un buen oficiante de las buenas relaciones, el diálogo con la burguesía es una realidad todos los días: los dólares fluyen, los subsidios no han cesado, la carestía de la vida tampoco. Con la mesa de la derecha se baila la danza de las elecciones burguesas, una batalla de arañazos, nada importante que impida el diálogo, la concertación. Los enemigos se perfilan con claridad; primero neutralizaron a los viejos chavistas, los relegaron al "rincón del Quijote". Ahora los que contesten el deslizamiento hacia la derecha, los que develen la felonía, son los nuevos enemigos, aparece la figura del ultraizquierdista: ¡qué ironía!, muchos de los altos funcionarios del gobierno fueron acusados de lo mismo en la cuarta república, muchos de ellos militaron en partidos que sufrieron ese mote, aún hoy se hacen actos para homenajear a los más destacados líderes asesinados por su… ultraizquierdismo.
Sorprende la similitud de todas las socialdemocracias, ya ésta nuestra está completa, ya construyó a sus ultraizquierdistas: a la larga, la historia lo dice, contra ellos vale todo, como contra los delincuentes, contra los pobres, los indocumentados.
Sorprende la parsimonia, la parálisis de los buenos frente al deslizamiento hacia la derecha. La historia se repite con una fidelidad que pasma.