Lo malo de las "buenas costumbres"

Por lo general la sociedad induce a los ciudadanos a practicar las "buenas costumbres" arraigadas en su seno consecuencia, en parte, de las vetustas tradiciones. Ciertamente, tales usos o hábitos o maneras se convierten en conductas o en un modo de vivir; a la larga el origen de estas se pierden en las sinuosidades del tiempo. En mis lecturas de innumerables crónicas noveladas y en diversos ensayos, al examinar los comportamientos de las personas que vivieron hace tiempo y el de las presentes advierto que muchas de estas "buenas costumbres" fueron impuestas por un modelo político-económico-comercial interesado en vender un producto o un modelo de vida, de modo tal que su uso, al final, se convertirá en costumbre. Veamos algunos ejemplos:

Durante la época de las monarquías era obligatorio que el príncipe y la princesa, después de contraer nupcias, debían realizar el mayestático acto concupiscente delante de testigos. Era la manera que toda la realeza diera fe de que de la acción progenitora del futuro delfín provenía del linajudo coito entre los herederos palaciegos. De igual manera ocurría en el momento del parto de la princesa. El acto del nacimiento debía ser cumplido en presencia de testigos que refrendaran que el neonato era el verdadero heredero de la casta real. Estas eran la "buena costumbre" de la realeza. Así mismo, eran "buenas costumbres" que los hidalgos y las damas aristócratas no trabajaran ni tampoco se bañaran. Y qué pensar de los augustos caballeros, quienes cargaban en sus faltriqueras una vistosa caja de algo llamado "rapé", que no era más que un preparado de tabaco molido el cual se los introducían directamente por sus reales fosas nasales. Inclusive, este polvo era recomendado para calmar ciertas enfermedades, consecuencia de la embriaguez que producía tal inhalación. Imposible olvidar el torturante corsé utilizado por las damas de la aristocracia para mantener elevado lo que la gravedad, con el tiempo, evidenciaría con su inexorable caída. No cabe duda, detrás de la venta de estos artilugios (el rapé y el corsé) floreció una industria que se aprovechó de las "buenas costumbres" de la realeza.

No puedo dejar de lado los grandes banquetes a los que estaban acostumbrados las aristocracias europeas, tal costumbre fue importada hacia la América por los colonizadores. En esas comilonas se evidenciaban la apetencia de los hidalgos comensales por diversos platos como el pan, animales de caza, de corral, pescados, además de los buenos caldos (vinos), licores y postres. Hasta se podían contar doce platos diferentes en una sola sentada. En el ágape era notoria la ausencia de vegetales y frutas. Pero los comerciantes no estuvieron alejados de estos festines, a tal efecto diseñaron dispendiosos manteles especiales para la ocasión, copas para el vino tinto, el vino blanco y para el licor; tenedores y chuchillos especializados para el pescado y para la carne roja, además, una cantidad de trastos para que los invitados se percataran de las "buenas costumbres" de los nobles anfitriones. De tales hartazones y de las "buenas costumbres" quedaron las enfermedades propias de la realeza, como por ejemplo, la gota y la tensión alta.

Hasta las religiones son propiciadoras de las "buenas costumbres". En el caso de América, los papas, obispos, arzobispos, curas y frailes de la fe católica cómplices y ejecutores de unos de los más deplorables genocidios que ha conocida la humanidad, conminaron a los pueblos originarios a practicar la religión del conquistador y del colonizador. Con el tiempo la religión católica se convirtió en una tradición o la "buena costumbre" del pueblo americano. Así mismo, una "buena costumbre" implantada por la mayoría de las religiones monoteísta es la práctica de los ayunos, una penitencia para expiar los pecados para así alcanzar la gloria del señor. Lastimosamente los vetustos patriarcas de las diversas iglesias desconocían que el ayuno continuado produce efectos adversos a la salud como la deshidratación, la irritabilidad aumentada y la somnolencia diurna. Además, la acentuación del almacenamiento de grasa en el cuerpo y todo, producto de las "buenas costumbre" arraigadas en las sociedades religiosas.

Son muchas de las "buenas costumbres" que a la larga se convirtieron en dolencias y porque no, en enfermedades derivadas de tales prácticas. Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial a los soldados que defendían sin saberlo, no a la patria, sino a los las empresas capitalistas, les lanzaban desde los aviones centenares de cajas tabaco de mascar y de cigarros para que los pobres combatientes, además del humo provenientes de las granadas, de los bombardeos, de los lanzallamas, de las bombas de gas, entre otras armas mortales, los pobres recibían por voluntad propia y directamente una placentera bocanada cancerígena. El fumar, para los combatientes era una "buena costumbre" para disipar las tomentos de las batallas. Muchas empresas cigarreras aumentaron sus ganancias vendiéndoles a los gobiernos toneladas de cajas de cigarros.

El capitalismo se vale de todo para acrecentar las fortunas de los dueños de sus empresas, es el caso de la moda. El uso de una determinada pieza de la vestimenta de un niño, joven o adulto, bien sea femenino o masculino, determina miles de millones de ganancias para las compañías, sin importar las consecuencias que de esto se deriva. Es el caso de los zapatos con tacones elevados, que según lo empresarios, a través de las publicidad y en las películas de Hollywood, solo las damas altas merecen el adjetivo de elegantes. Las féminas de baja estatura no califican ni para concursos de bellezas, ni tampoco para un cargo ejecutivo y mucho menos para conseguir pareja. La "buena costumbre" de las damas es el uso continuado de tacones a pesar de que tales calzados, al ser utilizados de manera prolongada, generan dolor de los pies, producen condromalacia, dedos en martillo, juanetes, lesión en los tendones, caídas estrepitosas, lesiones en las rodillas y en la columna vertebral, dolor muscular, entre tantos males.

La mala alimentación de los niños, consecuencia del consumo de cantidades de productos elaborados por empresas capitalistas (Nestlé, Cargil, Pepsicola, cocacola, Heinz, Puig, Bimbo, Polar…) contribuyen a las deformación de la dentadura de los niños y jóvenes, a tal grado que es casi imperativo a colocarles frenillos o brackets. Parece ser que la ortodoncia se convirtió en una "buena costumbre" entre los infantes y adolescentes. Estos tratamientos no serían necesarios si los padres enseñaran a sus hijos a masticar caña, a morder mango, es decir, a mover las mandíbulas y no al consumo de las peligrosas compotas y productos enlatados a los que los padres acostumbran a sus herederos.

A mi pensadora aterrizan las imágenes de una pareja sentada en un lujoso restaurante, a la luz de una vela que matiza la mirada melindrosa de los enamorados. Según la publicidad, el varón para demostrarle la pasión a la fémina la invita a disfrutar de una excelente cena rociada con una o dos botellas de vino de solera. Finalizada la comida, el par de embelesados, según las "buenas costumbres" se dirigirán al tálamo para descargar la lascivia como una prueba de una pasión contenida. Lo que no dice la publicidad es que la pareja, una vez de estar muy próximos en un abrazo de entusiasmo, sus alientos traspiraran los olores de ajo, cebolla y aliño de la comida y el desagradable aliento a alcohol de la excelente bebida de los dioses.

Debemos tener claro, que las tradiciones y las "buenas costumbres" en su mayoría son impuestas por un modelo político, con el único interés de vender un estilo de vida. En la actualidad, al igual que las vetustas monarquías, el capitalismo impone un modelo de vida amparado en la moda, la tecnología, en los medios de comunicación de masa y en todo aquello que permita que millones y millones de personas acepten sin darse cuenta que son presa de un mecanismo infernal para hacer a los ricos más ricos y las pobres más pobres. Tengo la impresión que para el capitalismo la miseria, el hambre, el miedo y la guerra son cosas de las "buenas costumbres".



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Enoc Sánchez


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