Los hombres de barro existen desde hace mucho tiempo y en todos los lugares. Aparecen en las cortes europeas y asiáticas, acompañaron a Bolívar, el Che los conoció, Fidel los sufrió. Son de barro pero aparentan metal, no tienen forma propia, se adaptan al recipiente que los contenga y cambian de recipiente según sus conveniencias.
Siempre merodean en la política, ese es su terreno preferido, allí son hasta útiles, un halago oportuno, el aplauso aprobatorio no le hace mal a ningún gobernante, un buen anillo de aduladores es terapia contra el estrés propio de la política, aunque es mal consejero.
Cuando están en la oposición practican el oportunismo, cuando llegan al gobierno son una calamidad. No pueden tener convicciones firmes, eso les impediría la plasticidad; no pueden tener criterio propio, nunca lo han tenido, la memoria les incomoda, carecen de fidelidad a la palabra, de estrategia; se mueven con el viento, los llevan las olas. Recordar evidenciaría sus tumbos, su cualidad de barro, y eso es lo que más temen.
En época de crisis, cuando las tensiones sociales se tensan hasta que estallan los recipientes del sistema, ellos, sin dueño, sin refugio, deambulan en el gobierno como repitiendo un papel de teatro, encarnando un personaje que les es ajeno, un día la rabieta es la escena, el otro la mano extendida. Así su gobierno será efímero, les cuesta adaptarse a los campos en pugna, ya no hay cabida para el oportunismo, el barro cierra las grietas sólo transitoriamente.
La superación de un gobierno de barro es inevitable, no cabe duda, la incertidumbre es la manera, el cómo. Puede ser incruenta, unas elecciones, una renuncia, pero quizá la obstinación por permanecer sea más fuerte que la sensatez, entonces, cualquier cosa puede pasar; puede ser que la sociedad no sienta soluciones, entonces se acercará al caos, y en la crisis, como diría Gramsci (que pateó sus libros, su mente y su calabozo durante décadas) en la crisis, en el claroscuro, surgen los monstruos.
Hoy vivimos un momento peligroso, los gobernantes están jugando a la guerrita, y en ese juego irresponsable desatan una escalada que debe ser frenada. Vivimos una especie de esquizofrenia, la realidad se esfumó, fue sustituida por la palabra de los gobernantes. Da la impresión de una improvisación irresponsable, que es peligrosamente coreada. Primero se cierra la frontera por tres días, se justifica con un raro incidente en la frontera contra una patrulla militar. La medida soltó un chovinismo, una xenofobia que asusta. Se habló del número de desplazados colombianos, se dijo en cadena de televisión que era intolerable. El "bachaqueo" fue implicado en la medida, después la gasolina, y pronto surgieron las voces: sin ellos se vive mejor, ya apareció la harina y el aceite. Se instalaba así la psiquis del fascismo.
El gobierno, en su improvisación, se retracta y dice: "no es una guerra contra los colombianos es contra los paracos… colombianos". Algún alto funcionario se le ocurre la horrorosa idea de tratar el asunto como si fuera una contabilidad propia del nazismo, nos dice: los desplazados son 1500 y aquí hay millones de colombianos, entonces los desplazados no llegan al 0.01, luego no somos anti colombianos. Imaginemos que los nazis hubieran dicho asesinamos a tantos judíos de millones que hay, luego no somos malos. O los gringos gritaran, "cuál es el alboroto, de los miles de millones de la humanidad, las bombas atómicas asesinaron a un poquito, nosotros tampoco somos malos". Los gobiernos de la cuarta dirían otro tanto, y los milicos del Cono Sur repetirían la excusa.
De todas maneras, el monstruo del fascismo está suelto y no depende ya de la voluntad del barro. A esta sociedad sólo le quedan dos posibilidades, o sigue el camino del capitalismo franco, pasando por una feroz dictadura que persiga a los enemigos de papel, que se apoye en el nacionalismo, que alimente a la bestia, algo así como hicieron los militares argentinos con las Malvinas; o toma el camino del Socialismo, rescata el Humanismo, el Bolivarianismo, el Chavismo.
No sabemos lo que están pensando los gobernantes, no imaginamos las volteretas que darán para salir del entuerto, cada minuto hay un paso para adelante y dos para atrás, el autoengaño impera. Lo que sí podemos afirmar es que con la guerra no se juega, después que se instala la psiquis del chovinismo, la sociedad pasa a ser gobernada por la locura, aceptan cualquier infamia, desde asesinar a quien se oponga a la avalancha nacionalista, hasta los hornos. La historia está llena de esos episodios.