Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
Con las elecciones del 6 de diciembre, las fracciones socialdemócratas, la del gobierno y la de la oposición, intentan un reacomodo en la dominación capitalista. Ésta ya avanza en lo económico pero necesita desentenderse del populismo reconstruyendo una forma política capaz de reprimir y aplastar la espiritualidad socialista, elevando la conciencia egoísta, barriendo el sentido de pertenencia a la sociedad, estimulando la conciencia mercenaria, el clientelismo. Puede ser que no consigan llegar a un acuerdo, en ese caso abrirán la puerta a la solución de fuerza, una dictadura intentará reordenar a la sociedad.
Cualquier posibilidad, cualquier variante de este cuadro puede venir en el futuro (no lo sabemos). Lo seguro es que la crisis social, económica, ética seguirá y se profundizará; que viene un nuevo paisaje político que será independiente del resultado de las elecciones, tendrá una evolución de acuerdo a la realidad de la crisis y sus consecuencias sobre el alma colectiva.
Las elecciones burguesas son un periodo de licencia ética; las mentiras, las trampas son consideradas habilidades, astucias, nunca condenadas, nunca ilícitas, en las elecciones cabe todo. Los números son estirados, cien mil equivalen a dos millones, aquellos van a arrasar, los otros aplastarán. En una elección burguesa normal, esta licencia se usa con mesura; el exceso, lo saben, puede traer consecuencias perjudiciales. Pero en momentos de desespero, todos los límites estallan, entonces el absurdo se apodera, sucede una especie de esquizofrenia colectiva, la verdad muere y todo se sostiene en la mentira, en la exageración.
Las mentiras vienen lubricadas por las dádivas materiales o sus promesas; en este ambiente todo es aceptado, se vive una embriaguez colectiva, no se piensa, se reacciona con automatismo; se va a votar porque eso se ha hecho durante toda la vida, una recompensa material puede decidir un voto, antes era una lámina de zinc y un saco de cemento, ahora un taxi, una laptop, o una promesa. En ese ambiente de choque psíquico se acepta todo. Los dirigentes hablan sin freno, usan el miedo tanto como se crean espejismos, las encuestan vuelan de un lado a otro, se prometen libros que nunca se escriben, se recogen firmas que luego se diluyen en el remolino electoral, un escándalo sucede a otro espectáculo, los símbolos son prostituidos, despojados de su sagrado contenido, con una gorra del 4F se puede dar un discurso capitalista y puntofijista. En el nombre de Chávez se pretende consagrar la entrega de su pensamiento. El gobierno es calificado de dictadura, el fraude es acusación irresponsable, los augurios de crisis humanitaria vienen del exterior a sembrar miedo, los dirigentes son acusados de corruptos y narcos con la ligereza de comadres.
Esta manipulación del alma colectiva puede producir resultados electorales que obedecen a la lógica de la embriaguez, en la cuarta sucedía. Pero la borrachera pasa y la realidad golpea la cara del pueblo, que se despierta con la ética del mercenario, herido por el incumplimiento de las promesas. Ya no hay más que repartir, todo era un engaño, vendrán los llamados a la austeridad, aquel discurso de que nada malo nos traería el bajón del precio del petróleo es sustituido por el de vivimos dificultades. La masa malcriada reacciona con el despecho del engañado, puede en estas circunstancias apoyar cualquier salida, el fascismo tiene su oportunidad de sustituir a unos líderes y a un sistema desacreditados.
Es así, después del 6 de diciembre se verá cuántas mentiras es capaz de soportar una crisis conducida por la socialdemocracia, y se verá dónde está el Chavismo verdadero.