¿Por qué se perdona a un adeco corrupto y no a un chavista ladrón?

En medio de los duros embates del actual careo político, quiero reflexionar un poco sobre esa actitud de los simpatizantes rojos rojitos indignados con la revolución, que se lanzan y votan por el pasado, por la guanábana, por esa dictadura verde y blanco que nos gobernó durante 40 años y nos plagó de hambre, miseria; nos condenó a vivir en condiciones infrahumanas excluidos de los más elementales beneficios que se requieren para no perecer de mengua, tal cual ocurría en ese tiempo con la gente de los barrios de Venezuela.

Aún sin asumir el control de un poder como la Asamblea Nacional, ya la oposición anda desesperada por acabar con los precios justos y la Ley del Trabajo, un instrumento que podrán decir lo que quieran -antichavistas, independientes, ni-ni, resentidos, indignados, opositores, quienes sean-, pero fue pensado en beneficio de los más necesitados, de los explotados y explotadas, de esos trabajadores y trabajadores aprisionados por las mandíbulas de los empresarios hambrientos de dinero  y más dinero, que nos quieren volver a clavar los colmillos hasta las encías.

                Muchos llaman voto castigo a esa actitud de los rojos rojitos molestos que van en contra en las elecciones, pero más allá de eso en mí surge una incertidumbre, que  sintetizo en una interrogante y planteo en una pregunta: ¿Por qué se perdona a un adeco o copeyano ladrón y no a un chavista corrupto?, porque ese sufragio rojito que nos lleva o nos intenta regresar a ese pasado oscuro, en cierta forma, significa absolver de culpas a esos políticos de la IV República que generaron situaciones como el Caracazo, hecho en el que la gente hambrienta asaltó el comercio en busca de comida y fueron repelidos a plomo limpio por el gobierno de Carlos Andrés Pérez.

Lo he dicho y lo repito, no manejo encuestas científicas ni tengo una bola de cristal, sólo barajo las impresiones que comparto con camaradas en la calle, y que ahora resumo quizás de manera muy simplista, pero son mis impresiones y en estos momentos de obligada crítica y autocrítica siento la necesidad de compartirlas: y lo que interpreto que causa mayor indignación en los rojos y los hace ir en contra, es que el proyecto revolucionario desde sus inicios se vendió y erigió como la salvación del país, la esperanza de los pobres, la única manera de adecentar Venezuela, de componerla, hacerla digna, próspera, una potencia, un modelo a seguir, un ejemplo de moral para el resto del mundo, y nosotros lo creímos, pero con el paso del tiempo algunas de los personas que tenían esa histórica misión durante el proceso, terminaron, si no peor, igual de corruptos que los adecos y copeyanos. Se burlaron de nosotros, pisotearon nuestra dignidad, nos engañaron, nos trataron como perfectos estúpidos. Y muchos no perdonan eso.

Y es que indigna, definitivamente, indigna, porque los políticos del pasado nos sumieron en un desastre, pero no se ufanaban de honestidad alguna, al contrario, los adecos y los copeyanos asumieron la corrupción como algo natural de sus gobiernos. Institucionalizaron el “¿cuánto hay pa’ eso?”, bajarse de la mula.

                Me explico: Chávez logró el poder porque Venezuela estaba convertido en un país devastado en lo económico, en lo político, en lo social, en todos los ámbitos, a eso lo llevó una corrupción galopante que ya planeaba la estocada final: venderle Pdvsa a los gringos, privatizar la salud, la educación, sin embargo, El Gigante llegó y pudo parar a tiempo.

                Solo que en la actualidad, sin Chávez en lo físico, de acuerdo con lo que han dicho altos dirigentes -porque no han sido sólo Giordani y Navarro, hasta el presidente Maduro ha reconocido la corrupción- muchos bandidos hicieron su agosto en el proceso revolucionario. Y existen rojitos que no eximen las traiciones. Y no los justifico, pero tampoco los condeno, el pueblo se sacrifica demasiado por este proceso, para que vengan hampones de nuestras propias filas  a robarse los recursos de todos los venezolanos.

                Se puede hacer una larga, larguísima lista de obras  que la revolución ha ejecutado y puesto en práctica a favor del pueblo: casas y carros (aunque estos beneficios al parecer se les han otorgado más a los detractores del proceso que a los chavistas que están sin viviendas y necesitan los taxis para trabajar),  trenes, metros, carreteras, hospitales, alimentos baratos  (que no se ven y se compran caros por la guerra económica opositora), en fin, los logros de este proceso son imposibles de ocultar.

                Pero así como digo esto, digo lo otro: saben que es duro, estar en una cola intentando adquirir los productos de la cesta básica, y escuchar sobre la cifra de dólares que se robaron de Cadivi, una cantidad inmensa, descomunal, y ni siquiera se sabe  quiénes son los ladrones. Acerca de los taxis que algunos chavistas se dieron el tupé de entregarle a los opositores, para que se sumaran a la caravana del cambio…las casas, los electrodomésticos Haier, los celulares Vetelca, las computadoras…todo, todo eso, por la corrupción en algunos casos ha beneficiado más a los adversarios, que a los revolucionarios que a diario se parten el lomo por el proyecto de Chávez.

                De allí opino que surge tan fuerte ese sentimiento adverso en muchos camaradas que no los deja disculpar a los chavistas delincuentes y ciegos de rabia le dan el voto al contrario. Sin duda, para muchos revolucionarios de a pie, de verdad, esos que habitan allá en los cerros como decía Alí Primera, las traiciones son puñaladas al centro del corazón que no se pueden permitir bajo ninguna circunstancias.

               

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Alberto Morán


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