Pedro Cuartilla llegó en la tarde a su casa, luego se dirigió a echarle comida a sus perros: Muñeca, Blanca, Marrona, Joby y Pipo, después de acariciarlos y reconocerles su fidelidad y agradecimiento, regresó al garaje de la vivienda y se sentó al lado de su otro can, el más consentido y viejo de todos, de nombre Dolly, con 13 años de edad, que se montó en una silla. El reportero hizo un ejercicio imaginario y se puso hablar con su perro mimado, mientras en el fondo se oía su emisora favorita Mundial Margarita (1020AM, 92.9FM y www.radiomundial.com.ve).
- ¿Dolly que más recuerda de tu niñez?
- Cuando llegué a la casa de mi abuela, donde usted y mi mamá María vivían, y me dieron tanto cariño que no noté mucho la ausencia de mi madre; y más aún cuando me llevaron a pasear por El Tigrito, Carúpano, Caripe, San Félix y Tucupita. En ese viaje pude conocer el ferry y ver el anchuroso mar, aunque muy poco, pues tuve que viajar metido en una jaula.
- ¿Qué sentiste cuándo te mudaste a la nueva casa?
- Para serte sincero, no quería en principio mudarme, porque para ese tiempo ya mi abuelos vivían con ustedes, y mi abuela me consentía mucho cuando ustedes salían a trabajar, por eso cuando llegué aquí hacía señas que no me dejaran solo, que me llevaran a pasar el día con mi abuela. Por eso mi mamá María me dejaba allá, antes de irse a trabajar y la vecina Elvia, le gritaba: "Ya llevas el niño para la guardería".
- ¿Cómo lograste adaptarte?
- Bueno entendí que mi abuela no tenía las suficientes energías para aguantar mis travesuras, y también descubrí que el canto de las guacharacas y otros pájaros que revoloteaban cerca de esta casa, me alegraban la vida. Igualmente que la vista hacia las montañas, me agrada y más aún ahora que tengo ya la vista cansada.
- ¿Qué quieres agregar?
- Que los quiero mucho, a pesar de mis malcriadeces y mis gruñones de viejo, y les pido que el día que Dios venga por mí, me recuerden mucho, y que sigan queriendo bastante tanto a mis hermanos, como a otros semejantes.
El periodista al oír las palabras de su perro consentido, una lágrima corrió por su mejilla, la cual compartió con su esposa, quien llegó en ese momento y le contó la historia.