Venezuela está sumergida en una persistente crisis, y el sistema político sigue paralizado dándole la espalda a la misma, que sigue engordando sin encontrar respuestas. Mientras, el presidente Nicolás Maduro se dedica a cazar moscas en su continua guerra de micrófonos, cuando la gente espera soluciones al desabastecimiento, la inflación, la inseguridad. (Unos dicen que la frase es de Séneca, otros de Platón, pero el que la popularizó fue Hugo Chávez: águila no caza moscas).
Hay quienes sostienen que existe, de hecho, una cierta forma de cohabitación en el país, pero la realidad es que las facciones que se disputan la dirección de la sociedad, la del gobierno y la de la oposición, parecen carecer de capacidad –o interés- para llegar a un acuerdo. Máxime cuando la autoproclamada Mesa de Unidad Democrática (MUD) que agrupa a la variopinta oposición sigue presa con su promesa de sacar al presidente Nicolás Maduro de la presidencia antes de mediados de año.
Desde los sectores académicos de derecha insisten que poco a poco se construye un consenso de que el escenario más probable y favorable para comenzar a superar la crisis y abrir una transición democrática pasa por la renuncia de Maduro. Cónsona posición con la del secretario general de la MUD, Chúo Torrealba, quien señaló que el primer paso es que el mandatario se aparte y permitir la construcción de “una salida pacífica, constitucional, electoral, democrática y concertada a esta crisis que tenemos. Permitir que Venezuela tenga un nuevo gobierno que inspire confianza en el mundo y que tenga poder de convocatoria en lo interno”, añadió
Y el gobierno sigue paralizado, errático, inoperante(pese a los esfuerzos de un vicepresidente ejecutivo –Aristóbulo Istúriz- con capacidad de diálogo), diluido en reuniones que convocan otras reuniones, y anuncios de próximos anuncios que nunca llegan, entregado a los cantos de sirena de la vía capitalista y soluciones neoliberales, pero enredado en el recuerdo reciente del camino al socialismo trazado por Hugo Chávez.No solo luce errático sino que aparece vacío de ideología en su enfrentamiento con la MUD y la mayoría opositora en la Asamblea Nacional.
Se potencia, en esta coyuntura, la lógica bélica de la política construida en torno al modelo amigo-enemigo y fundamentada en la dicotomía verdad absoluta-error absoluto. La dinámica confrontacional de poderes, sustentada en la concepción bélica de la política, afecta la convivencia, el abordaje de la crisis multidimensional que aqueja al país y, además, las posibles soluciones pacíficas que deberían ser consensuadas en un clima de disenso democrático, señala la socióloga Maryclen Stelling.
De lo que se trata es de establecer los términos de una cohabitación a la que no están acostumbrados, y cómo organizarla en las circunstancias actuales, donde no caben las idealizaciones de aproximaciones consensuales. Se trata de una convivencia viable y realista dentro de la permanente confrontación de los últimos tres lustros, que se definirá cuando se sepa a cuál de los sectores le corresponde la hegemonía. No hay espacios para cogobiernos y menos aún para una agenda única.
La cohabitación parece imposible cuando persiste la crisis económica y -paralelamente- la reticencia gubernamental a introducir cambios en la macroeconomía, mientras la oposición publicita como irrevocable la decisión de sacar a Maduro en los primeros seis meses del año, una iniciativa que difícilmente se pueda realizar por medios legales.
Istúriz apuntó que la guerra económica se basa en el ataque a la moneda -liderado por el sitio web Dólar Today-, la distribución de alimentos que corre a cuenta de factores privados y la caída abrupta del precio del petróleo, originado por factores geopolíticos que buscan socavar la economía de las naciones que abogan por su soberanía.
“Tenemos que dar un salto de un modelo económico rentista a un modelo económico productivo, tenemos problemas porque no tenemos divisas como la tuvimos en un momento, tenemos que pensar la importación, tenemos que unirnos, solos no podemos, necesitamos de todos los sectores”, indicó el vicepresidente. Sin embargo, reconoció que el Gobierno nacional “no ha sido capaz” de acabar con problemas como las colas, el desabastecimiento y la inflación.
Julio Escalona señala que si bien en cierta medida el petróleo ha sido estatizado, las principales ganancias son del capital transnacional; el incremento del ingreso provoca importaciones que destruyen la producción interna, devalúan el bolívar, dolarizan la economía venezolana, afectan la balanza de pagos, generan exportación de capitales, endeudamiento, inflación. Un fetiche multiplicador de depósitos bancarios en el extranjero fortaleciendo la dominación del capital en la medida que somos más dependientes del petróleo y los empresarios negocian para seguir apropiándose de los dólares.
Si bien está caminando el diálogo con el sector productivo, no hay avances en una mesa de diálogo político, cuando la oposición no da señales de avanzar en propuestas, más allá de salir de Maduro y en lo posible (la idea de un golpe sigue dando vueltas en las cabezas de no pocos, aunque para ello se debe contar con las fuerzas armadas) salvaguardando la imagen de la democracia burguesa: por medio de una renuncia o por un referendo revocatorio que no parece tan fácil tampoco.
De la hegemonía a la “crisis humanitaria”
Antonio Gramsci diferenció entre dominio –coercitivo- y la hegemonía, de carácter cultural, ideológico, ético y espiritual. Pero mientras el egoísmo sea motor de la sociedad y el pueblo mantenga el culto al Estado y las formas de coerción estatal sean dominantes, la hegemonía la tiene la burguesía, señala el politólogo Leopoldo Puchi.
La crisis corre y no hay respuesta. Las soluciones adquieren características de emergencia y dentro de la democracia burguesa la maquinaria está totalmente trabada.
La situación para nada normal pasa a convertirse en normal, el lenguaje bélico pasa a naturalizarse. La nueva mayoría en la Asamblea Nacional diseña una estrategia fundamentada en la confrontación de poderes y, más que espacio de diálogo, el Parlamento se consolida como ámbito de confrontación y fuerza de choque.
Esa misma Asamblea que rechazó el decreto de emergencia económica del gobierno, aprobó declarar la “crisis humanitaria”. ¿Es lo mismo? No, en absoluto. No se trata de un problema semántico. Un año atrás, el general estadounidense John Kelly, jefe del Comando Sur, declaraba a diestra y siniestra que rezaba a diario por “el pueblo venezolano” y garantizaba que Estados Unidos sólo intervendría si se declaraba una “emergencia humanitaria”. Al menos, Kelly ya no está en el Comando Sur, pero otros le estaban ayudando en su argumento para fundamentar la injerencia externa.
La ofensiva de la oposición sigue liderada por los medios de comunicación. El editorial del diario El Nacional, “¡Good Bye, Nicolás!”, es un llamado golpista. El anticastrista Fausto Masó, en el mismo diario señala que “Al gobierno lo ayuda la inercia y la falta de decisión de sus adversarios, no pasan de la unidad electoral del pasado diciembre a una decisiva acción política. Eso llegará más temprano que tarde y entonces entraremos en una nueva etapa, se abrirán nuevas puertas”.
¿Para qué y para quién se abrirán las puertas?