¡Voy acabar con las colas!

"Las promesas son olvidadas por los príncipes,

nunca por el pueblo"

Giuseppe Mazzini

A las tres de la tarde, el sol parecía acercarse a la tierra; era tanta la intensidad del momento, que no había una persona, sin dar demostraciones de sentir el fuerte vapor emanado del piso; por instantes los vendedores de refrescos hacían su agosto; todos sin excepción iban y venían con los tobos recargados; parecían regocijarse con el insoportable calor, producto de los rayos solares, que caían en la aglomeración, como llamas atizadas por fuertes vientos, haciendo sudar sin piedad, a cuanto sujeto se atrevía desafiar el inclemente verano.

La cola, cada momento se hacía más larga, todos parecían unos niños jugando al trencito, uno atrás del otro, con las manos en la cintura, tan pegaditos, que por momentos uno de los pocos flacos presente, apenas se dejaba ver en el medio de dos mujeres muy gordas, con un pronunciado abdomen; daban la ligera impresión de estar en una exhibición de obesos. Nadie hablaba, todos dejaban ver el rostro contrariado, como reviviendo un conocido afiche, colocada en algunos negocios ya desaparecidos, donde presentaban el contraste, entre un próspero comerciante, por haber vendido al contado, y del otro lado, el eterno arruinado por haber vendido a crédito.

El tiempo transcurría, apretando el calor en la todavía disciplinada cola, pero sin ningún indicio de empezar a vender unos supuestos productos a precio regulado; solamente faltaba, que alguien colocara la chispa para encender la tertulia, y así hacer más llevadera la calurosa tarde, con la esperanza de llevar algo, para compensar la larga espera. Un señor flaco, alto, de un sombrero bastante ancho, prácticamente una pequeña sombrilla, apenas le dejaba verle los ojos, muy escondidos en su huesudo rostro; de repente empezó a pasearse por la interminable hilera de los ansiosos compradores, con el paso de un militar superior pasando revista; todo el mundo lo veía de arriba abajo, especialmente la mujeres, quienes siempre representan la mayoría en las preocupantes filas.

El atrevido señor, se dio varias vueltas sin dejar de observar a cuanta persona se encontraba esperando para comprar; prestándole mayor atención a las mujeres pasadas de peso; cada momento se acercaba alguna de ella, gesticulando sin parar, creándole cierta curiosidad e impaciencia a la mujer al cual se dirigía, parecía hablar solo; ninguna le respondía, agobiadas por el asfixiante calor; ni siquiera levantaban el rostro, a pesar de la cantidad de gestos, sin embargo daba la ligera impresión de entretenerse con los presentes en un momento por demás inoportuno.

El folclórico personaje, seguía repitiendo su osadía: hablar en una muchedumbre bastante contrariada, pero muy callada ; de repente una de las féminas, lo encaró con el rostro muy serio, parecía la más cargada de peso, preguntándole casi con un grito ¿A usted lo mandaron o vino por su cuenta? El hombre sin inmutarse, rápidamente respondió: "No se altere, tranquilícese, que yo voy a terminar con las colas; ya viene la romana" La mujer, se sorprendió con la respuesta, para nuevamente interrogarlo con varias preguntas a la vez ¿Cómo es eso? ¿Qué va hacer? ¿Qué van a vender? Nuevamente le respondió muy tranquilo, tratando de saciar la ansiedad de la mujer: "cuando me traigan la báscula, la voy a pesar, si usted está pasada de peso, no va a comprar, tiene que ir a rebajar" Las pocas personas, que escucharon la conversación largaron la carcajada, para exclamar entre risas, viendo fijamente a la pesada mujer ¿Cómo que tiene razón? ¡Parece la única manera de acabar con estas benditas colas!¡Porque nos vamos a secar en este palo de sol!



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Narciso Torrealba


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