El pueblo convirtió en millonarios a los empresarios
y ahora estos dañan inmisericordemente al pueblo
Pedro Estacio
Una de estas mañanas viajaba en uno de los vagones del Metro de Caracas y filosofaba mentalmente, porque creo que es necesario que todos lo hagamos y porque uno escucha recomendaciones positivas y contundentes, como las que hace Fernando Buen Abad Domínguez, como esa que dice que hay que Asegurarse de que el pensamiento sirva para construir caminos para todos.
Y en esa búsqueda en el éter del pensamiento, me preguntaba si los latinoamericanos, y muy en particular los venezolanos en este tiempo de agresiones, no podemos ser libres y soberanos, ¿qué razones lo impiden?
Y en ese transcurrir las interrogantes no se detenían:
¿Por qué los ciudadanos del mundo deben someterse a las decisiones de poderes militares y civiles que se consideran que están por encima de Dios?
Que sepamos los cristianos, el creador de todo el universo conocido y por conocer nos viene sugiriendo desde hace siglos y a través de diferentes caminos o rutas, que debemos amar al prójimo, que debemos tenderle la mano a otros más débiles que nosotros, que debemos sentir por los niños, que no debemos asesinar ni despojar a otros de sus bienes; y si esto la humanidad lo ha comprendido y lo ha asumido como cierto, ¿Por qué los seres que habitamos este pequeño planeta debemos sentirnos obligados a ser sometidos por grupos que se consideran haber recibido la gracia de Dios para aniquilarnos y ser despojados de nuestros bienes?
Una pregunta dentro de ese filosofar nos lleva a interrogarnos sobre si ¿Estamos obligados los latinoamericanos a pisotear nuestra libertad porque terceros deciden que debemos someternos a lo que ellos decidan?
¿Es que acaso debemos lanzar al pote de la basura o a la plena calle si no hay un bote, todo lo que nuestros padres, abuelos, tíos y hasta vecinos cercanos nos enseñaron sobre la moral indispensable en nuestras vidas?
Y como siempre tenemos el por qué siempre en nuestra mente, nos preguntamos ¿Los latinoamericanos y muy en particular los venezolanos, debemos arrodillarnos ante la planta extranjera después que los libertadores de este continente dieron sus vidas, carreras y riquezas por nosotros?
¿Qué rostro debemos ponerle a nuestros hijos y nietos si permitimos que laceren nuestras vidas, nuestra geografía y pateen nuestra identidad y nuestro acervo cultural e histórico? ¿No debemos pensar los latinoamericanos en vivir en un continente libre de bases militares de un Estado guerrerista?
Filosofo con algunos colegas en horas matutinas sobre la conspiración económica que han desatado contra los venezolanos y la interrogante que surge es ¿Debemos aplaudir la guerra económica que hacen los empresarios –que se han vuelto millonarios por los mismos venezolanos a quienes siempre les vendieron- contra la mayoría del pueblo?
Esas y otras interrogantes llegan a nuestras mentes, tan sencillas como llegan nuestros vecinos a nuestras puertas y llegan con alegría los miembros de la familia en un domingo de visita. No hay que buscar extrañas interrogantes porque todas y muchas más están presentes en el día a día de quienes vivimos en este país.
Escuchamos esas interrogantes en el Metro, en las paradas de camionetas, frente a cualquier vidriera de tienda en la capital y pienso que igual debe ocurrir en el interior del país.
La pregunta más descarnada de todas las que podamos hacernos en estos momentos es esa relativa a ¿Por qué los empresarios venezolanos que se han hecho multimillonarios por venderle sus productos a los venezolanos durante años, ahora en estos precisos momentos agreden a quienes han sido sus compradores de por vida en una guerra que por sus características es altamente criminal?
¡El pueblo los hizo millonarios comprándoles y ahora esos empresarios asesinan con la guerra a los venezolanos!
¿Por qué lo hacen y de modo tan miserable?