El gobierno y la Revolución arden en llamas, paralizados por su inconsecuencia con un pasado luminoso que los encandila y con la inercia de sus mejores hijos escondidos en la trinchera individual.
Es así, el chavismo extenuado se refugia en tres o cuatro imágenes desgastadas que, como las velas en un funeral, lloran a un cadáver. Todas las caras presagian el fin, los hijos asisten impasibles al circo que se entristece cada día un poco, fuegos artificiales que no estallan en luces sino en lamentos de mercenarios. Los desgastados repiten la misma ópera frente a un público ausente.
¿Será este el fin, el Chavismo sólo era esto, destello que se fue con su Mesías? No hay continuidad, no hay Pedro que funde. Lo individual aplasta el relámpago revolucionario, acomodarse es suficiente, la meta es mínima, la sociedad no existe, la humanidad es quimera. El Comandante tiene hijos pero no discípulos
Quien diga ¡yo soy! debe lanzarse al abismo de la historia sin cálculo, sin seguridad, que es la única manera de ascender al cielo, tomarlo por asalto. Y ese audaz tendrá derecho a decir yo soy su hijo y su discípulo.
El tiempo se agota, los que callen hoy, los que se queden petrificados, los que no cumplan el juramento supremo con el Comandante, que es, más allá de cualquier cosa, guiarnos hacia el Socialismo, para ellos no habrá justificación mañana, no podrán decir que cumplieron con Chávez. ¡No! No lo hicieron, que no se llame hijo el que entregó el Socialismo, que no se llame discípulo el que se hizo reformista, mejor que calle, mejor el silencio que manchar la memoria del Gigante reduciéndolo al pragmatismo.
El tiempo se agota, la realidad habla por encima de las justificaciones de televisión o discursos vacuos. Las señales son muy claras, se avecinan, ya están aquí los estallidos, la gobernabilidad yace más en la punta de las bayonetas, que en la conciencia. Ya el descontento se manifiesta de diversas formas, el 6 de diciembre es grito perdido en los acantilados, los militares se muestran y sólo atinan a calificarlos de traidores, la calle tiembla y se buscan culpables y dos o tres declaraciones fabuladas pretenden acallar el desconcierto.
Se debe dar un primer paso, asumir la responsabilidad de hijo, de discípulo de Chávez. Convóquese un Concilio Chavista, diez, veinte chavistas notables, históricos; reúnanse en el Cuartel de la Montaña y estudien la situación nacional sin disfraces, sin adulancias, díganse lo que hay que decir, dejen de lado la soberbia que es mala consejera, y tómense las medidas para salvar al gobierno, a la Revolución. Volvamos al espíritu de abril, del 4 de febrero, que la Revolución deje de ser proveedora y regrese a ser corazón que otorga razones sagradas que dan sentido a la vida.
Quien convoque no importa, sea el Presidente, sea el Partido o un sindicato que se desprendió del economicismo. La reunión debe ser ya, no hay tiempo. El pueblo humilde espera que el chavismo, sus hijos, sus discípulos lo guíen a la tierra prometida por el Comandante, la tierra de los hermanos donde se hace realidad el "todos por el amor de todos", nadie pasa hambre porque el hambre de uno es de todos, nadie tiene más porque nadie tiene menos.