Nos han adoctrinado hasta la necedad en que el capitalismo es eficiente. Ese discurso silencia que en España hay millones sin las viviendas que la banca les quitó y ahora mantiene eficientemente vacías. El desempleo afecta a más de la mitad de la juventud española, que tiene que emigrar. A donde sea. En EUA, el país más rico del mundo según dicen, hay más de 40 millones en pobreza. El rico continente africano está en la miseria porque así conviene al eficiente capital. Para no hablar de millones de refugiados africanos. La población negra de EUA gana medallas olímpicas —hablo de la que aún no ha sido asesinada. Docenas de atletas del África ganan medallas olímpicas para Europa.
Un paseo distraído por cualquier calle europea nos deja ver una creciente nube de indigentes.
Hasta George Bush sabe que las crisis del capitalismo se solucionan con guerras. No lo digo yo, pregúntenle a él, que algo sabrá que lo dice con su cara de tabla. Basta ver los noticieros, incluso los mentirosos.
La culpa es de los pobres, claro, que «no saben cómo es la cosa». Dije necedad.
Esa idiotez incluye la famosa mano invisible, que a poco que se examina resulta una mano peluda. Esa mano causa que unas 200 personas tengan tanto como los 3,5 millardos de la franja más pobre.
Los grandes farmacéuticas financian campañas de pánico para vender productos que no curan nada y más bien dañan mucho, aunque solo sea el bolsillo. ¿Cuántos millones de personas mató la gripe porcina? Ni una. Pero Donaldo Rumsfeld ganó millardos vendiendo el menjurje milagroso que nos iba salvar. Ya los medios capitalistas no hablan de gripes sino de zika, zika, zika. Vamos a morir todos. Al menos hasta la próxima peste. Nos han metido tanto en la necedad que ya ni nos acordamos de esas gripes. Ni de las abejas africanas, ni de las vacas locas (entre ellas La Vaca que Ríe…). El pánico es una mercancía.
En la planta baja de las clínicas privadas te venden chucherías que te producen enfermedades que te curan en los pisos superiores. Si pagas. Si no, te vuelves un desecho. Eficiencia.
En la génesis del capitalismo la Iglesia vendía indulgencias. La gente se arruinaba por comprarlas para ir al Cielo, que también se volvió mercancía.
Buena época para leer, o releer, a Marx.