El gobierno y la oposición, sumergidos en una pelea insensata, han terminado por destruir el tinglado que los protegía; dándose golpes, han terminado por destruir la legalidad que los cobijaba.
Ahora todo ha sido desprestigiado, nada los justifica: la asamblea no reconoce al tribunal supremo, el ejecutivo no reconoce a la asamblea, el tribunal supremo maniató a la asamblea, la congeló, la Fiscalía pide recaudos al CNE.
Nadie respeta la esencia de la democracia burguesa: "la mayoría electoral, la ilusión de gobierno de las mayorías". De esta manera, al deslegitimar se deslegitiman. Ya nada tiene sustento. En el país hay un vacío de gobernabilidad creado por los mismos factores gobernantes.
Pero entonces ¿quién manda en realidad? Manda quien confiere legalidad, quien sostiene el descalabrado edificio legal, el que impide el derrumbe final, que el atardecer se convierta definitivamente en noche: los militares.
Es así, estamos gobernados por las armas, éstas tienen la primera y la última palabra, le dan sustento a los restos de la democracia burguesa, nada ocurre sin su aprobación. Son días de desequilibrio paralizante.
El ejecutivo anda por el mundo subastando "el nuevo dorado", hasta se lo ofrecieron al cuestionado gobierno turco, ahora se le ve la razón a aquel viaje del vice a Suráfrica a conversar con los versados en diamantes. La oposición anda por el mundo coordinando una salida, buscando presión externa. La solución se busca en el exterior, la ayuda debe venir de afuera, se esquiva la confrontación interna, que inevitablemente será con la aprobación militar, es allí que está la fuerza realmente. Todos los pasos buscan ganarse esa fuerza, inclinarla.
Lo militar necesita un asidero civil para potabilizar su mandato, que necesariamente debe ser transitorio, capitalista, y conducir a un nuevo pacto de punto fijo. El gobierno, cada día pierde fuerza para ser este soporte, al contrario, su torpeza es esquizoide, no es socialista pero tampoco atina a respetar las leyes de la democracia burguesa. La oposición intenta ganar puntos el primero de septiembre. Mientras tanto, los militares esperan como la muchacha más bonita de la fiesta.
Los chavistas verdaderos, los organizados en el PSUV y los cimarrones deambulan entre la nostalgia del pasado, y el reconocimiento de la insuficiencia de la fachada para tenerlo de regreso, que el sólo invocarlo, o llevar la imagen del Comandante a las esmirriadas concentraciones no harán el milagro. Es necesaria la valentía de aceptar que erramos el camino, nos despojamos de la ideología, matamos la pasión, perdimos el alma.
Los chavistas, los revolucionarios, los socialistas, tienen otra visión de la alianza con el pueblo uniformado, esta alianza tiene valor si es para avanzar en el camino que nos dejó el Comandante, nunca para entregar la Patria que es entregar al Socialismo, nunca vender el alma, el territorio, las riquezas, por el afán de permanecer.
Los chavistas deben tocar el corazón de los militares para fraguar la alianza que entre en combate con perfil propio y transforme la batalla que hoy se libra entre fracciones capitalistas, en una batalla sagrada entre Socialismo Chavista, Revolucionario, enfrentado al capitalismo en cualquiera de sus versiones, cualquiera sea su disfraz. La meta, el programa del Socialismo Chavista, debe entrar en combate para impedir que entierren definitivamente el legado del Comandante, construir el Socialismo.