En una sociedad de charros, de machos pechos peludos, de irreductibles sexistas heteropatriarcales y demás fragilidades simbólicas(y esto va para toda América Latina, no sólo México) estos cuarenta años de triunfos de Juanga son dignos de un análisis serio y concienzudo.
Desde sus comienzos, y probablemente sin tener demasiada conciencia de ello, Juan Gabriel tocó unas fibras muy hondas, muy sensibles, del sentir de los pueblos latinoamericanos.
Todos hemos leido o escuchado su historia personal, diseccionada mil veces por los grandes medios mexicanos y chicanos.
Como cabria de esperarse en la historia de todo idolo popular latinoamericano, su historia comienza con una infancia llena de hambre y pobreza (orfanato y violacion incluidos), una madre solicita y abnegada que pese a sus sacrificios y trabajos no puede mantener a sus hijos; una adolescencia solitaria y cargada de sueños, salpicada de trances azarosos. Todo parece un guión de una clasica telenovela latinoamericana, que termina con un final feliz, sin imposturas, sin falsos dramas ni pomposidades.
Las letras de sus canciones reflejan esto: la permanente apelación a los sentimientos más llanos y primarios: amor y desamor, hambre, angustia, despecho, alegria, dolor.
"Porque todos somos zapatistas" grito alguna vez cuando el movimiento chiapaneco estaba en lo mas alto del acontecer noticioso mundial, sin que para nada le incomodara que inmediatamente después, sin inmutarse en lo mas mínimo, interpretara un tema en el que invitaba a disfrutar la vida sin importar si eras blanco, negro, indio, del PRI, PAN, zapatista o del PRD, todo ello salpicado con un bambolear de hombros tipo rumbera cubana y un meneo de caderas con aires a la tongolele, todo ello salpimentado con su mirada que oscilaba entre lo pícaro y lo ingenuo, sin vergüenza alguna. Juan Gabriel nunca sintió vergüenza. Triunfó exponiendo sus ¿nuestras? miserias, nuestros dolores, esperanzas e ilusiones.
Alguna vez reconoció ante las camaras de televisión que nunca en su vida había leido un libro; que le parecían demasiado aburridos, así, sin piedad, sin perder su sonrisa inocente y cándida, sin sentirse obligado a mentir o a hablar de otra cosa que no fuera el amor y el desamor, la felicidad o la soledad. El era la victima social que nos reivindicaba a todos porque había alcanzado la gloria y el triunfo ¿cómo no ibamos a sentirnos identificados con él??
Él, el provinciano, el pobre, el maricon, el mismo que terminó colgando de las paredes de su casa el desprecio de los artistas "serios" e intelectuales al lado de sus discos de oro. Ese chavito de seis años que vendia diarios en ciudad Juárez y que juró comprar la casa donde su mamá trabajaba como servicio, promesa que cumplió!
Nunca Felix J Caignet, Delia Fiallo o Leonardo Padron podrían escribir una novela con tanto drama, suspenso, triunfos, dolores y final feliz.
¿Cómo no lo vamos a adorar si su vida es la que vivimos soñando para nositros?!!