El actual municipio Mauroa del estado Falcón está enclavado en la región más occidental de dicha entidad federal, limítrofe con el estado Zulia. Esta región perteneció hasta mediados del siglo pasado al antiguo cantón de Casigua, pero el descubrimiento de petróleo en su subsuelo y la correspondiente fundación del campo Mene de Mauroa, trasladaron las actividades económicas y el flujo demográfico de la colonial población de Casigua hacia el nuevo y floreciente campo.
En 1920 la empresa británica Brithis Controled Oilfield inició operaciones en este campo. Se estableció un campamento que en su momento de mayor auge llegó a contar con más de 2500 trabajadores activos; las cuadrillas de obreros dormían en rudimentarias tiendas de techo de lona sin paredes (long house), bajo las cuales colgaban sus chinchorros y hamacas. Las condiciones ambientales eran excepcionalmente duras. Las serpientes, alacranes, ciempiés, chipos, niguas, zancudos y garrapatas eran tormentos cotidianos y habituales para la masa campesina trastocada en cuadrilla petrolera.
Sobre los efectos que la aparición del petróleo generó en la psiquis de nuestros hombres y mujeres y su forma de relacionarse con su hábitat, ha escrito Miguel Ángel Campos: “En ese viaje hacia el claro, arrastrando sólo los enseres necesarios, existe ya una nueva pedagogía donde el hombre en su desperezado entusiasmo no atiende ya a los árboles, a las aguas, a los ríos. Su atención se halla consumida por las máquinas que despedazan el follaje y por las expectativas mismas de la desconocida tarea que van a realizar”.
La compañía comenzó a contratar cazadores para que eliminaran a jaguares y pumas que abundaban en la zona y constituían una amenaza para las cuadrillas que se adentraban en las selváticas frondas en busca de indicios de la presencia del negro aceite mineral. Esos mismos cazadores se encargaban de surtir las despensas del comedor de la compañía con venados, lapas, dantas, báquiros y demás animales silvestres. El impacto en la fauna de la región fue brutal. Para alimentar a más de 2500 obreros, un verdadero ejército de cazadores se dedicó a tiempo completo a abatir por miles a ejemplares de estas especies, que les salían mucho más baratos a la transnacional que comprar ganado vacuno o caprino para alimentar a sus trabajadores.
Son las relaciones sociales de dominación las que conducen a la depredación y destrucción de la naturaleza. Hasta la llegada de las transnacionales del petróleo, los animales silvestres sólo eran vistos y tratados por la población campesina como fuente de alimento. El cazador campesino era sólo un depredador más, integrado plenamente a su entorno, y su actividad no alteraba ni rompía en modo alguno el equilibrio ecológico del ecosistema mauroense; a partir de la presencia de la transnacional petrolera y las relaciones de tipo capitalista que ella estableció, la fauna autóctona pasó a ser considerada una mercancía, y a estar, en consecuencia, sometida a las potentes fuerzas (codicia, lucro) que sistemáticamente despierta en el alma humana este modelo económico cultural. Como bien lo ha escrito el antropólogo Rodolfo Quintero, “La cultura del petróleo es una cultura de conquista que establece normas y crea una nueva filosofía de la vida”. Filosofía depredadora, castrante y mortal podríamos agregar nosotros.
La compañía drenó varias lagunas en lo que hoy es el casco urbano de la población de Mene de Mauroa, y las aguas de estos drenajes excavaron una quebrada que circunda al pueblo por su lado sur. Esta quebrada ha servido, hasta hoy, como cloaca abierta y vertedero de basura para todo el pueblo, además de vía de drenaje a los periódicos mantenimientos que se le practicaban a los tanques de almacenamiento petrolero. Desde hace casi 100 años esta quebrada vierte sus pútridas e infectas aguas en el río Matícora, curso de agua que desde la inauguración del campo Media, en los años treinta del siglo pasado, recibió también constantes y cuantiosos derrames de los pozos perforados en sus adyacencias.
Decía el viejo Marx que las ideas dominantes en una sociedad determinada son las ideas de la clase dominante en esa sociedad. Los gerentes y ejecutivos ingleses de la Brithis primero, y los gringos de la Talon Petroleum después, fieles a su tradición de tiro al pichón, instauraron la anual matanza de palomas migratorias en las llanuras costeras de la región, bárbara y criminal costumbre copiada y mantenida hasta nuestros días por la población criolla, incluso institucionalizada por algunas alcaldías del occidente falconiano con el pomposo y patético nombre de “feria de la paloma”, donde verdaderos ejércitos de cazadores forman barreras de plomo y fuego a las pocas palomas migratorias que atraviesan los cielos de la región en busca de sus ancestrales zonas de reproducción y cría.
La Brithis Controled deforestó inmensas extensiones de bosques para alimentar con su madera las calderas de vapor que hacían funcionar las poleas y malacates que accionaban los taladros de percusión con los que se perforaba en los inicios de la actividad petrolera. Hambrientas bocas de los hornos de las calderas de vapor por décadas engulleron sin cesar bosques enteros de las selvas falconianas.
El escritor colombiano César Uribe Piedrahita sintetizó bien en su novela Mancha de Aceite, lo que significó para los ecosistemas de nuestros países la aparición del petróleo en ellos: “Siguió zumbando el aire y roncando la tierra bajo la lluvia espesa y pestilente del aceite maldito, que cubrió el paisaje, marchitó las hojas, ahogó los árboles y sumió bajo su masa gelatinosa y adherente, los millares de insectos, gusanos y seres que poblaban el suelo”.