"Los presidentes andamos de cumbre en cumbre y los pueblos de abismo en abismo."
Hugo Chávez
Las cumbres son parajes curiosos. Cuentan con una alta jerarquía política, simbólica, económica, pero en ellas se suele dilapidar el tiempo de un modo egregio. Se habla de temas trascendentes del modo más intrascendente. Casi nadie dice cosas eficaces, por lo que casi nadie se equivoca. Raras veces alguien dice «huele a azufre», raras veces el Rey de España manda a callar al presidente de una antigua colonia suya, por ejemplo. Demasiadas veces los discursos se quejan y se quejan y aquello se convierte en un coro plañidero.
A la Venezuela de estos tiempos le impacientan esas cumbres porque raras veces se resuelve algo en ellas. Son lugares ideales para el fariseísmo, el lugar común, las ideas recibidas.
Cuando me ha tocado estar en algún foro internacional he observado que cada vez que pido la palabra la gente para la oreja, no porque yo sea un gran orador, sino porque soy venezolano y eso hace que a mi palabra se le atribuya eficacia de antemano, aunque no la tenga. La gente recuerda la Revolución Bolivariana y eso hace la diferencia.
Hugo Chávez cambió las cumbres porque las volvió borrascosas. La gente dejaba de bostezar al oírlo porque sabía que lo que venía era candanga, para usar una de sus palabras favoritas. Pasa que la gente en revolución no habla paja, incluyendo a quienes se oponen a la Revolución. Cualquier cosa que digamos adquiere peso, consistencia, densidad. Sea lo que sea. Basta decirlo en el contexto revolucionario para que se vuelva importante, así sea para oponerse a la Revolución. Hasta el sandio lema «Chávez vete ya» se volvió trascendente.
En la Cumbre de Países No Alineados ocurrió así. Las propuestas eficaces y concretas del presidente Maduro fueron un rayo en la tensa calma de este mundo revuelto.
Se percibió en su voz el trabajo, la construcción, la eficiencia —reflejada en la impecable organización del evento. No, no es que el gobierno siempre es eficiente, aún le falta, pero es que la oposición no siembra ni una matica. Todo en ella es destrucción, muerte y mamarrachada. En cambio el gobierno se la pasa construyendo, bien o mal, más bien que mal, por cierto, pero construyendo. Así son las revoluciones.