Angostura, hace doscientos años atrás

Luego de la victoria obtenida en la batalla de El Juncal, ocurrida el 27 de septiembre del año 1816, en las cercanías de la ciudad de Barcelona, Manuel Piar toma la decisión de dirigirse a la provincia de Guayana. Era el general curazoleño uno de los pocos oficiales del ejército libertador, convencido de las bondades militares que brindaba este territorio a las armas republicanas. Decía a este respecto, en comunicación enviada al Libertador el día 16 de enero del año 1817, lo siguiente: "Las ventajas que nos ofrece esta provincia libre son incalculables. Los inmensos caudales de los españoles en ella nos proporcionan para adquirir de los extranjeros elementos militares. Su situación nos da un asilo seguro y la moral pura de sus habitantes, no corrompidos todavía, nos permite la organización de un ejército fuerte y valeroso, capaz de liberar la República". El 8 de octubre, a la cabeza de un ejército conformado por 1.300 efectivos, inicia la marcha hacia el apartado suelo orinoquense, sin sospechar para nada los sinsabores que aquí le aguardaban. Tenía la capital provincial entonces apenas 43 años de vida, pues había sido fundada en 1764, durante la gobernación de Joaquín Sabás Moreno de Mendoza y se mostraba ahora como uno de los más fieles reductos del realismo venezolano. A Piar tocará la gloria de derrotar a sus defensores realistas e incorporar este territorio a las armas del ejército republicano.

Por esos años de la primera década del siglo XIX los pobladores de la provincia de Guayana, asimilados al sistema colonial, que habitaban en la capital, en Upata y Guayana la Vieja, eran de procedencia canaria algunos, otros de Cataluña y otros de distintos lugares de Venezuela. Contados eran los que tenían raíces ancestrales en esta provincia, Muy pocos, por no decir ninguno, habían nacido en este territorio, de manera que no había aquí un núcleo de población criolla adherida por intereses y sentimientos al territorio guayanés. Por esta razón no gozaba la causa independentista de una base social importante aquí en la provincia. Al respecto nos dice lo siguiente el historiador guayanés, Manuel Alfredo Rodríguez, "No existía en Guayana, una clase criolla culta, económicamente poderosa y movida por el elan o la gana de hacer la historia (…) casi no existía agricultura ni cría en manos de particulares y la zona productiva del Caroní estaba bajo control de los capuchinos catalanes (…) no se habían dado las condiciones ni transcurrido el tiempo necesario para que los pioneros españoles generaran una descendencia criolla con sentido de la nacionalidad. Si las autoridades eran españolas, también lo eran los comerciantes, los pocos propietarios, los militares y los miembros del clero secular y regular (…) Los indios reducidos eran un elemento pasivo en manos de los Capuchinos y Observantes, todos fidelísimos realistas por frailes y por españoles" (La ciudad de la Guayana del Rey. 1991; 152-153).

En verdad que esta provincia al sur del río Orinoco tenía una historia muy particular. Su proceso de formación colonial era lo bastante sui generis, lo que influyó para que, a la hora del conflicto independentista, sus pobladores se adhirieran al bando realista. Debido a lo muy reciente de la fundación de Angostura, no hubo tiempo para que se formara aquí una clase social criolla dueña de grandes latifundios, propietaria de inmensas haciendas sembradas de plantas de cacao, tabaco o caña de azúcar; tampoco hubo esclavitudes numerosas, pues la región contaba con suficiente población indígena que podía ser convertida en mano de obra al servicio de las necesidades de los colonialistas españoles; pocos fueron los africanos traídos a este territorio a trabajar en condiciones de esclavitud; no se formó en consecuencia un sector social pardo en número sobresaliente. En definitiva, no se contaba con un núcleo de población criolla con poderío económico y con intereses políticos en conflicto con el orden colonial. El principal grupo socioeconómico provincial lo constituían los misioneros Capuchinos y estos eran casi todos partidarios de la continuidad del orden colonial. Esto es lo que explica el partidarismo realista de los guayaneses.

La capital, Angostura, se mostraba, para esos años iniciales del siglo XIX, como una ciudad pequeña, habitada por unas seis mil personas y con una actividad económica, sobre todo comercial, bastante modesta. Pero esta actividad comercial no era con la metrópolis española directamente, pues de aquí eran muy escasas las embarcaciones que tomaban la ruta hacia el puerto orinoquense. Dado que en territorio guayanés no se descubrieron minas de oro ni de plata el territorio no gozó de atractivos para los peninsulares ni para los monarcas españoles. Estos más bien descuidaron la provincia. A veces enviaban las autoridades metropolitanas alguna embarcación con algunos víveres con que socorrer a los colonizadores guayaneses.

En verdad no resultó fácil el poblamiento colonizador de esta provincia y de la ciudad de Angostura en particular. A las personas que aceptaban el reto de venirse a este apartado lugar las autoridades debían ofrecerle varios incentivos, como por ejemplo, sitio para hato y solar para casa; peones indios para edificar vivienda y como mano de obra para sus sementeras o labranzas; también había que entregarles instrumentos de trabajo, como machetes, azadas y hachas. Con el mismo fin se permitió el casamiento de blancos con indias principales de las naciones Guaica, Guarauna y Caribe, pues así se garantizaba mayor cantidad de nacimientos y el crecimiento natural de los habitantes. Esa política de poblamiento fue propiciada por gobernadores ilustrados como Manuel Centurión (1766-1776), Miguel Marmión (1784-1790), Luis Antonio Gil (1790-1797), y Felipe Inciarte (1799-1810).

Para el año 1780 la ciudad era habitada por 1.513 personas, de los cuales 455 eran blancos, 499 negros, 363 zambos y mulatos y 246 indios (Tavera Acosta. Anales. 1954:153). Diez años después alcanzó 4.600 y para comienzos del siglo siguiente albergaba poco más de seis mil personas.

Una epidemia ocurrida durante varios meses del año 1816 azotó la población, por cuya causa murieron centenares de personas, reduciendo más aun la cantidad de habitantes. Sin embargo, dado el partidarismo realista de la provincia de Guayana en esos primeros siete años de la guerra, muchas personas parciales de este bando de otras regiones de Venezuela, buscaron refugio en estas tierras del Orinoco ayudando así a acrecentar el número de sus habitantes.

Pero será con la llegada a la provincia de Guayana de los efectivos del ejército libertador cuando la vorágine de la guerra ingrese a estas tierras con sus terribles consecuencias. Por efectos de la misma la ciudad sufrirá un terrible asedio durante los primeros siete meses del año 1817, que provocará muchas muertes entre sus pobladores. Otro grupo encontró la muerte intentando evadir el asedio. Navegaron río Orinoco buscando escapar por este medio pero apenas unos pocos lo lograron; los sobrevivientes recalaron en la isla de Granada. De manera que cuando oficiales y tropas del ejército libertador entraron a la ciudad, una vez concluido el largo y terrible sitio, muy pocas personas encontraron sanas y salvas dentro de sus paredes. La ciudad había dejado de ser tal para convertirse en un verdadero cementerio. En un censo de población realizado en 1823 se nota la mortandad padecida esos años de la guerra, pues la cifra arrojada esa vez fue de 3.372 habitantes, es decir la mitad de los existentes al comienzo del conflicto.

Respecto a las características de la ciudad de Angostura en esos tiempos cuando la tragedia de la guerra no se había hecho presente, un viajero extranjero, que visitó la capital provincial, nos dejó la siguiente pincelada. "Angostura, dice, está situada en la falda de una colina (…) Las calles están bien delineadas y la mayor parte paralelas al curso del río. Muchas casas están construidas sobre la roca enteramente descubierta (…) Las casas son altas, agradables y la mayor parte de piedras (mampostería), pero sus alrededores ofrece puntos poco variables" (Humboldt. 1800).

Otra descripción de Angostura del año 1811, elaborada por el Canónigo de la Catedral, Don José Alemán, arroja la siguiente descripción: "La capital está colocada en la parte más angosta del Orinoco a la falda de un pequeño cerro que le hace formar casi la figura de media luna: sus calles principales corren de oriente a occidente y una de ellas que se llama la Muralla que no tiene más que un frente de casas, está sobre la margen del río; las demás que atraviesan la ciudad corren de norte a sur, y todas son iguales en ancho y recta a cordel, empedradas, y de un declive dirigido al mediodía tan suave que no causa cansancio alguno. Hay pocas casas que no tengan cuerpo alto, las demás son de un solo cuerpo, y todas blancas. Se han construido tres puntos fuertes: el primero, llamado reducto de Fernando Séptimo está encima del cerro, el cual no domina del todo las dos entradas de la ciudad, y está hecho de haces de rama y sacos de arena. El segundo se llama Punta del Castillo, el cual está construido como el primero, sus fuegos dominan todo su frente y ancho del Orinoco. El tercero se llama Santa Bárbara, hecho de lo mismo que los otros, capaz solamente para cuatro cañones, está algo separado de la ciudad y domina las avenidas de San Rafael y Buena Vista y la plaza del Convento, pero con todo la entrada, especialmente de noche, es libre por todos los lados, pues que todas las bocacalles están abiertas. El número de almas con corta diferencia será el de siete mil si bien el de los hombres, pero estos están bastante entusiasmados a favor del rey de España (Don José Alemán, Canónigo de la Catedral, en: Tomás Surroca. 2003; 18-19).

Las casas de los habitantes de Angostura estaban fabricadas de piedra, arcilla y tejas, y se levantaron sobre una colina rocosa a la orilla del río en el lugar donde el gran río Orinoco estrecha su cauce. Ese suelo rocoso se acondicionó a fuerza de explosivos, mandarrias y cinceles para poder construir las edificaciones y calles de la ciudad. Los trabajadores utilizados como mano de obra fueron los indígenas de las misiones, dirigidos por albañiles españoles. La ciudad contaba con edificios emblemáticos, como el cuartel de artillería, un almacén para guardar pólvora y armamento, un hospital militar, una vistosa casa destinada para educación de la juventud, la residencia del gobernador, la Contaduría de la Real Hacienda, la residencia del Obispo y la iglesia Catedral.

Los nombres de las calles que atravesaban la ciudad por esos tiempos eran los siguientes. La más próxima al río se identificaba de varias maneras: calle Orinoco, de la Alameda o de la Muralla; luego estaban, la calle Principal, de la Laguna o de la Iglesia; Amor Patrio; Rosario; calle del Gobierno, de la Paciencia o Fajardo; calle Nueva o de las Orozco; del espejo; calle San Cristobal o de las Vallés, calle Babilonia; de la Tumbazón; de las Amazonas. Estaban también los siguientes barrios: el Retumbo, el Temblador, el Sanjón, la Zapoara, y Perro Seco. En este caso, las casas eran ranchos fabricados de barro y techo de palmas.

La actividad económica fundamental de los habitantes de la ciudad era el comercio. Por el puerto salían periódicamente hacia otros lugares de la Capitanía General de Venezuela y a otras islas del Caribe, ganado vacuno, caballos, mulas, carne de res, quesos y sebo, que era la principal riqueza económica de la región. También se extraía tabaco, cultivado por los agricultores de Upata. Para el año 1803 este comercio se hacía a través de 34 pequeñas embarcaciones fondeadas en el río Orinoco, propiedad de comerciantes catalanes asentados en la ciudad. (Ugalde Luis. 1994; 307). Los habitantes angosturenses se surtían de los pueblos de misiones, Marhuanta, Panapana, Orocopiche y Buena Vista, que suministraban carne, casabe, verduras y otras vituallas, pues alrededor de la ciudad las tierras eran infértiles, nada apropiadas para el cultivo de productos agrícolas. Eventualmente arribaba a la ciudad una embarcación procedente de España trayendo Harina de trigo, lienzos, vinos, quesos, aceite, y utensilios de trabajo.

Ya para 1819, año del Congreso de Angostura, la ciudad contaba con once tiendas de mercería, doce tiendas mestizas, una bodega, veintiséis pulperías, once locales para ventas de víveres y caldos. También tenía dos escuelas de primeras letras para niños y niñas. Había comenzado su recuperación, ahora cuando El Libertador, el más prominente venezolano, habitaba la ciudad y era ella entonces la capital de la República libre.

Nota al margen: En pocos meses se iniciará el ciclo bicentenario guayanés. El primer hecho relevante a recordar de este ciclo aconteció en el mismo momento de la arribada a las orillas del Orinoco de las tropas conducidas por el general Manuel Piar, a mediados de noviembre del año 1816. El día 21 de este mes estaba ya Piar con su gente en la margen oriental del gran río, dispuesto a dirigirse hacia la capital Angostura a tomarla por la fuerza. De aquí en adelante ocurrirán acontecimientos extraordinarios en la provincia, que se extenderán hasta diciembre de 1819, último mes y año de estadía de Simón Bolívar en estas tierras. Los hechos acontecidos trastocaron para siempre la evolución de la historia venezolana. Fueron acontecimientos de carácter rupturistas, significaron un antes y un después en nuestro país. Sin embargo, los que gobiernan hoy esta entidad no valoran en su justa medida tales hechos y a los personajes actuantes allí. Por eso es que no se avizoran actos conmemorativos organizados por dichas autoridades gubernamentales, acordes con la importancia de tales fechas. A esta conclusión llega uno luego de observar que respecto al ciclo bicentenario venezolano, iniciado en 2010, nada se ha hecho, más allá de unas ofrendas florales y unos insulsos discursos proferidos por algún militar o político del chavismo, en las fechas aniversarias correspondientes. Además, ya no hay tiempo para organizar actividades ejemplares, extraordinarias, dignas de los héroes que por nuestro territorio circularon, y en correspondencia con la trascendencia de los hechos acontecidos, pues como dijimos, este ciclo bicentenario se iniciará dentro de poco, el próximo 21 de noviembre, cuando se estarán cumpliendo doscientos años del comienzo de la campaña militar de Manuel Piar en territorio guayanés. Honor sincero y desinteresado le rendimos al héroe de San Félix, al Libertador Simón Bolívar y demás oficiales del Ejército Libertador que durante dos años hicieron de Angostura el epicentro de la disputa por la independencia venezolana. Lamentablemente los que gobiernan aquí hoy no reconocen de hecho los méritos de nuestros héroes. Pura retórica, mero palabrerío para complacencia de la galería, no más.



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Sigfrido Lanz Delgado


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