El silencio, como el vacío, la luz, el cerebro y sus producciones, es también materia siempre en movimiento, por supuesto; no precisamente la ausencia de sonidos cantores que emanan del bosque o de la boca del huracán que nos arruga el corazón con su tronío, sino el silencio de la palabra humana como expresión de una postura intelectual, pero sobre todo como expresión de la identidad y del desarrollo de la conciencia de clase, ante cualquier acto que atente contra los derechos humanos del proletariado mundial sometido por el repugnante modo de producción capitalista, que le niega su calidad de vida, y le quita la vida misma.
En Venezuela, como en el Chile, posterior al derrocamiento del gobierno que encabezó el destacadísimo e inolvidable camarada Salvador Allende, se ha producido un silencio contrarrevolucionario de las grandes mayorías de nuestro Pueblo trabajador que sufre la agresión económica más criminal de toda nuestra historia republicana, dirigida por el imperialismo, el Estado narcoparamilitar colombiano, la CIA, el Mossad, y la MUD. Cuando los revolucionarios hacemos silencio, ante tan evidentes muestras de terrorismo y genocidio en contra de todas las formas de vida, y particularmente de la vida humana, ya no lo somos, y entonces, lamentablemente, nos convertimos en cómplices de la burguesía nacional y trasnacional, su capitalismo, y su miseria.
Ese silencio, corrosiva señal de nuestra descomposición moral y ética, no es espontaneo; ha sido fabricado en los laboratorios de la CIA y el Mossad, encaramados sobre la influencia y la experiencia del sometimiento a la cultura que emana de las relaciones sociales del modo de producción capitalista, que logra con relativa facilidad el desclasamiento del proletariado, especialmente de su capa media.
Es el mismo silencio del hermano Pueblo austral ante el genocidio de la fría y oscura tiranía pinochetista, y la no menos nefasta social democracia actual. La misma voz callada del proletariado colombiano, en medio de la pobreza, el desempleo, y el desplazamiento, frente a la cruda y genocida tiranía del Estado narcoparamilitar colombiano, utilizando la misma social democracia de Tocqueville. La misma complicidad muda de la clase obrera venezolana, que ha renunciado al ejercicio de la crítica y la autocrítica frente al retroceso que significa someterse a las reglas, procedimientos y mecanismos de usura, que el capitalismo ultraliberal ha impuesto en todo el territorio nacional, en una abierta violación de la CRBV.
Cuando el silencio contrarrevolucionario arropa una nación entera, la denuncia muere, y es colocada en la pared, tal el cuadro de un peluche muerto. La corrupción, progenitora de todas las mafias, como si fuese un bebé monstro que necesita cuidados especialísimos, no sobreviviría sin niñeras, sin padres y madres sustitutas, sin funcionarios del orden, y sin conjuras palaciegas, que amparan su impunidad, y sus artes intimidatorias.
A veces llega una noticia diciendo que, las pocas expresiones de autoridad ejercidas por nuestro gobierno revolucionario, se han llevado preso a un dueño de panadería. Está muy bien; pero en Venezuela no hay un solo panadero corrupto, son todos los bachaqueros, empresarios y comerciantes, robándose el país entero con su permanente liberación de precios, al tiempo que desconocen la constitución, y todas las leyes orgánicas que prohíben y sancionan las diversas formas de corrupción, que no pueden ser combatidas y extirpadas, si nadie denuncia, si todo el mundo calla contrarrevolucionariamente, sin que le sirvan de excusa el miedo, y la comodidad.
¿Será que todavía podemos salvar la Patria?