Diosdado es oriental, de El Furrial (1963), un muchacho entrompador, transparente, avanzador, sin cálculo egoísta, no mide, fiel, leal. Fue uno de esos dirigentes que, a falta de Chávez, quedó como un electrón rebotando contra las paredes de la realidad.
Con la desaparición del Comandante, sin el Mesías, muchos dirigentes chavistas, entre ellos Diosdado, quedaron a la deriva: unos se fueron al exterior, se les comprende; otros saltaron la talanquera con sordina, se les condena; otros se inhibieron, desinflados se apartaron de la política, pasaron a sus metas personales.
Los gobernantes sucesores interesados en la entrega al capitalismo se encargaron de estimular la poda, el brillo fue opacado, la altura mutilada, la inteligencia perseguida, así se rodearon de gris. La instrucción fue tan pragmática como clara: todo lo que huela a Chavismo auténtico, los históricos que lleven en su frente la marca del Comandante, deben ser anulados, el Chavismo debe convertirse en algo inocuo, una fachada que poco a poco se deslave de la memoria social, a lo sumo un mal recuerdo.
De toda la diáspora de los históricos, queda Diosdado junto a otros escasos, había que neutralizarlo; quizá en los movimientos de Palacio lo hagan, eso nosotros no lo sabemos, lo que sí percibimos es la forma con que se anula, lo anulan, en su accionar político. Veamos.
Aparece en funciones que no les corresponden pero lo desgastan, por ejemplo: ¿qué hacía en Haití abrazado con Shannon, con cuál cara puede después denunciar una agresión extranjera?, ¿cuál es el pujo de andar atacando a Allup, algo que corresponde al jefe de la fracción?, y, por último, quién le aconsejó atacar al Vaticano, cuando eso corresponde a Jorge o a Jaua y además lo hace de una forma grotesca, errada, propia de una esquina y no de un dirigente.
Diosdado debía comportarse, menos como un incondicional de la derecha interna que nos hunde en el capitalismo y más como el último adalid del sueño de Chávez. Recordemos como se crece en el diálogo aquel de Miraflores cuando dice que no cree en la derecha externa, o cuando sentencia que a la asamblea no ira la burguesía, o cuando dice que sigue el Plan de la Patria, o cuando siente sincero dolor por la muerte de Fidel y lo ubica, con valentía en su justa dimensión universal, no olvidemos que Fidel define, ese es el dirigente que está cumpliendo su papel de chavista.
Es necesario que administre, como buen militar, la munición, que no ande por allí lanzándole ráfagas a todo lo que se mueve, que dispare graneadito pero con tino, con altura. Que haga buena la consigna del Comandante "irreverencia en la discusión y lealtad en la acción".
Qué bien le haría a la Revolución, al gobierno, un Diosdado irreverente, discutidor, cuestionador, defensor del legado, que enfrente a la derecha interna y externa. Moralizaría a la masa chavista hoy apagada, levantaría el ánimo, volvería la esperanza.
Quizá este artículo, con la ayuda de los adulantes, sea tomado como un ataque y genere tirria, corremos ese riesgo. Quizá, lo más seguro, sea desestimado, y el Diosdado siga quemándose en la hoguera de la trivialidad, sin visión estratégica. En este caso perderá la Revolución a un valioso líder, otro más en la larga lista de los que, sin jefe, dieron vuelta sobre sí mismo, se movieron pero no avanzaron.
Si Diosdado fuera político gocho… hablaría menos y acertaría más.