I. El dilema del prisionero (DP)
A partir de la década de los años cuarenta del siglo pasado una serie de "científicos sociales" empezaron a teorizar en los Estados Unidos sobre la acción humana desde el cálculo matemático y de la lógica. Esta teoría recibió el nombre de "teoría de los juegos" y una de las tendencias generales de la asociación humana allí descrita fue el "Dilema del prisionero"(DP) Uno de los temas que más ha llamado la atención en el análisis de la Teoría de juegos es, el carácter de dilema que tienen todas aquellas situaciones que reproducen la estructura del "Dilema del prisionero". Se habla de dilema en la medida que actuar racionalmente, es decir, conforme a la estrategia dominante de cada uno de los jugadores, produce un pago que no maximiza la utilidad esperada de ambos jugadores, es decir produce un resultado subóptimo. El DP es un juego que cuestiona el concepto tradicional de racionalidad basado en la razón pura. Formalmente el dilema del prisionero es un juego de suma distinta que cero que tiene un único punto de equilibrio y estrategias dominantes para cada jugador. De ahí que se puede predecir perfectamente cuál va a ser el resultado. Aunque desde la perspectiva de cada jugador las estrategias que él escoge son las únicas alternativas racionales, el resultado es todo menos óptimo. Lo cual sugiere que quizás haya una incompatibilidad radical entre la noción de racionalidad individual y la de racionalidad en grupo
El DP puede plantearse primero en la forma de un acertijo; puede ser que quieras ver si puedes resolverlo antes de ver la respuesta: Supongamos que vives en una sociedad totalitaria, y un día, para tu asombro, te detienen y te acusan de traición. La policía dice que has estado conspirando contra el gobierno junto con un hombre llamado Pérez, que también ha sido detenido y que está preso en otra celda. El interrogador te exige que confieses. Tú alegas tu inocencia; ni siquiera conoces a Pérez. Pero esto no sirve de nada. Muy pronto queda claro que tus captores no están interesados en verdad; por razones que sólo ellos conocen, lo único que les interesa es condenar a alguien, de modo que te ofrecen el siguiente trato:
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Si Pérez no confiesa, pero tú confiesas y declaras en contra de él, te liberarán; mientras que Pérez, quien no coopero quedara encarcelado 10 años.
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Si Pérez confiesa y tú no, la situación será la inversa: él será puesto en libertad mientras que a ti te echarán 10 años.
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Sin embargo, si ambos confiesan, cada quien recibirá una sentencia de 5 años.
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Pero si ninguno confiesa, no habrá suficientes pruebas para condenar a ninguno de los dos. Los podrán tener presos durante un año, pero luego tendrán que dejar a ambos en libertad.
Finalmente, dicen que le han ofrecido a Pérez el mismo trato, pero no puedes comunicarte con él y no tienes modo de saber lo que hará.
El problema es éste: suponiendo que tu único fin es pasar el menor tiempo posible en prisión, ¿qué debes hacer? ¿confesar o no confesar? Para los fines de este problema, debes olvidarte de mantener tu dignidad, de hacer valer tus derechos y de otras ideas similares. Debes también olvidarte de tratar de ayudar a Pérez. El problema es estrictamente acerca de calcular qué es lo que va en tu mejor interés. La pregunta es: ¿qué te pondrá más pronto en libertad? ¿confesar o no confesar?
A primera vista puede parecer que la pregunta no puede responderse a menos que sepas lo que hará Pérez. Pero ésa es una ilusión. El problema tiene una solución perfectamente clara: haga lo que haga Pérez, debes confesar. Esto puede demostrarse con el siguiente razonamiento:
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O bien Pérez va a confesar o no lo va a hacer.
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Supongamos que Pérez confiesa. Entonces, si tú confiesas te echarán cinco años, mientras que si no confiesas te echarán 10. Por tanto, si él confiesa, te irá mejor confesando también.
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En cambio, supongamos que Pérez no confiesa. Entonces estás en esta posición: si confiesas, te pondrán en libertad, mientras que si no confiesas, te quedarás en prisión un año. Claramente, entonces, aun si Pérez no confiesa, te irá mejor de todos modos si tú lo haces.
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Por tanto, debes confesar. Esto te pondrá lo más pronto en libertad, haga lo que haga Pérez.
Hasta aquí, todo va bien. Pero hay una trampa. Recuerda que a Pérez le han ofrecido el mismo trato. Suponiendo que no es tonto, también él concluirá, a partir del mismo razonamiento, que debe confesar. De este modo, el resultado es que ambos confesarán, y esto significa que les van a echar a ambos sentencias de cinco años. Pero si hubieran hecho lo opuesto, cada uno habría salido en sólo un año. Ésa es la trampa. Por buscar racionalmente sus propios intereses, ambos terminaron peor que si hubieran actuado de otro modo. Eso es lo que hace del DP un dilema. Es una situación paradójica: tanto a ti como a Pérez les irá mejor si ambos, simultáneamente hacen lo que no va en su propio interés.
Si te pudieras comunicar con Pérez, por supuesto, podrías llegar a un acuerdo con él. Podrían acordar que ninguno de los dos confesará; entonces ambos podrían obtener la libertad en un año. Cooperando, a ambos les iría mejor que si actuaran por su cuenta. Cooperar no le dará a ninguno de los dos el resultado óptimo -la libertad inmediata-, pero les dará a ambos un mejor resultado del que cada uno podría obtener si no cooperaran.
Sería vital, empero, que cualquier acuerdo entre ambos se pudiera hacer cumplir, porque si él incumple y confiesa, mientras que tu cumples con el trato, entonces terminarías cumpliendo la condena máxima de 10 años, mientras él quedaría en libertad. Así para que sea racional cumplir tu parte de un trato semejante, habrás de tener la seguridad de que él va a cumplir su parte (y por supuesto, él tendría la misma preocupación de que tú incumplieras). Sólo un acuerdo que se pueda hacer cumplir podría dar una salida al dilema, para cualquiera de los dos.
II.¿Es el diálogo un problema(juego) del tipo DP?
Los criterios que la teoría de los juegos recomienda para sujetos racionales autointeresados no son válidos para los casos que expresan un DP, pues no garantizan a cada participante el mejor resultado posible. Dicho de otro modo, los resultados que se obtienen en ese caso no son calificables de óptimos de Pareto, pues hay otros resultados que ofrecen mejores ventajas al menos a uno de los jugadores, sin perjudicar por ello al otro. Ante este hecho, algunos filósofos han buscado mejores soluciones por otros derroteros, que van fundamentalmente por la línea de hacer un uso "grupal" de la racionalidad o, más contundentemente, de utilizar una racionalidad distinta, la cooperativa frente a la egoísta. En definitiva, se parte de la consideración de que las preferencias individuales de cada uno de los jugadores están tan íntimamente vinculadas a las del otro, que es necesario considerar el par de valores en su conjunto y no solamente el componente que le corresponde del mismo.
De lo que se trata, por tanto, es de desarrollar una estrategia que podría ser calificada de preventiva: se trata de razonar y actuar de tal manera que no nos veamos atrapados en dilemas del prisionero. De hecho, quienes han sufrido en alguna ocasión esa paradoja han aprendido a tomar las medidas oportunas para que no vuelva a repetirse en el futuro. De este modo se asume, por limitada que sea, una forma de moralidad. Resulta así que la teoría los juegos, permite desarrollar una argumentación que puede ofrecer una fundamentación de la moral: "Todos nos damos cuenta de que un individuo racional interesado exclusivamente en sí mismo no es capaz de obtener en determinados juegos una solución razonable. Inmerso en un juego semejante, puede dar gracias al cielo si no acaba obteniendo el peor resultado posible. Por lo demás, este tipo de juegos se dará con excesiva frecuencia en la vida real si no fuera porque adoptamos comportamientos para evitarlos. Numerosos principios morales regulan esos comportamientos, de manera que incluso aquellos agentes preocupados por su propio interés deben conformar su conducta a estas reglas" (Resnik, 1998:253); en conclusión, ser moral resulta racional.
III. ¿Egoísmo o Cooperación?
El DP no sólo es un ingenioso acertijo. Aunque el relato que hemos contado es ficticio, la pauta que ejemplifica se presenta con frecuencia en la vida real. Situaciones del tipo del dilema del prisionero ocurren siempre que están presentes dos condiciones:
1. Debe ser una situación en la que los intereses de la gente sean afectados no sólo por lo que hacen, sino por lo que también hacen otras personas.
2. Debe ser una situación en la que, paradójicamente, todos terminen peor si cada quien busca sus propios intereses individuales.
Esta clase de situación se presenta con mucho mayor frecuencia en la vida real de lo que se podría pensar. Consideremos, por ejemplo, la elección entre dos estrategias de vida generales. Primero, tú podrías buscar exclusivamente tus propios intereses: en toda situación podrías hacer lo que te beneficiara a ti, sin pensar en cómo se podrían ver afectados otros. Llamemos a esto "actuar egoístamente". Alternativamente, podrías preocuparte por el bienestar de otras personas, así como del tuyo propio, manteniendo un equilibrio entre los dos, y a veces renunciando a tus propios intereses para beneficiarlos a ellos. Llamemos a esta estrategia "actuar con benevolencia".
Pero no eres sólo tú quien tiene de decidir cómo vivir. Otros también tendrán que elegir qué política adoptar. Hay cuatro posibilidades: primera, tú podrías ser egoísta mientras que otras personas son benévolas; segunda, otros podrían ser egoístas mientras que tú eres benévolo; tercera, todos podrían ser egoístas y cuarta, todos podría ser benévolos. ¿Cómo te iría en cada una de estas situaciones? Exclusivamente desde el punto de vista de promover tu propio bienestar, podrías evaluar las posibilidades así:
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Estarías mejor en la situación en la que tú fueras egoísta mientras que otras personas son benévolas. Obtendrías los beneficios de su generosidad, sin tener que devolverles el favor. (En esta situación serías en la terminología de la teoría de la decisión un "gorrón" [free rider].)
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La segunda mejor posibilidad sería aquella en que todos fueran benévolos. Ya no tendrías la ventaja de poder desdeñar los intereses de otras personas, pero por lo menos tendrías las ventajas del trato considerado de los otros. (Esta es la situación de la "moral común".)
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Una mala situación, pero no la peor, sería aquella en la que todos fueran egoístas. Tratarías de proteger tus propios intereses, aunque recibirías poca ayuda de los demás. (Éste es el "estado de naturaleza"de Hobbes.)
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Y finalmente, estarías en la peor situación si tú fueras benévolo mientras que los otros fuesen egoístas. Otros podrían darte una puñalada por la espalda cuando esto les conviniera, pero tú no tendrías la libertad de hacer lo mismo. Siempre llevarías la peor parte. (Podríamos decir que en esta situación tú eres un "ingenuo".)
Ahora bien este es exactamente el tipo de ordenamiento que da lugar al dilema del prisionero. Basado en estas evaluaciones, deberías adoptar la estrategia egoísta:
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O bien otras personas respetaran tus intereses o bien no lo harán.
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Si respetan tus intereses, estarás mejor no respetando los suyos, por lo menos siempre que te convenga no hacerlo. Ésta será la situación óptima: eres un gorrón.
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Si ellos no respetan tus intereses, entonces sería tonto de tu parte respetar los suyos; eso te colocaría en la peor situación posible. Serías un ingenuo.
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Por tanto, sin tener en cuenta lo que otras personas hagan, estarías mejor adoptando la política de ver por ti mismo. Debes ser un egoísta.
Y ahora llegamos a la trampa: otras personas, por supuesto pueden razonar de igual manera, y el resultado será que terminamos en el estado de naturaleza de Hobbes. Todos serán egoístas dispuestos a apuñalar a los demás siempre que vean que pueden sacar alguna ventaja, y en esta situación cada uno de nosotros está obviamente peor de lo que estaríamos si cooperáramos. Para escapar del dilema, necesitamos otro acuerdo que se pueda imponer; esta vez un acuerdo de obedecer las reglas de una convivencia social mutuamente respetuosa. Como antes, la cooperación no producirá el resultado óptimo (en el que nosotros somos egoístas mientras que los otros son benévolos), pero conduciría a un mejor resultado que el que podría obtenerse si cada uno de nosotros persiguiera por su cuenta sus propios intereses. En palabras de David Gauthier, necesitamos "negociar cómo llegar a la moral". Podemos hacerlo si logramos establecer suficientes sanciones para asegurar que, si respetamos los intereses de otras personas, ellas también respetarán los nuestros.
IV Referencia
Poundstone. W.(1995), El dilema del prisionero, Madrid: Alianza.
Resnick, M. (1998). Elecciones. Barcelona: Gedisa.