Hoy día el Estado venezolano se encuentra en proceso de achicamiento. Su presencia e intervención en la realidad nacional se muestra cada vez más mermada. Existe un retraimiento de la institucionalidad estatal respecto a sus responsabilidades con el país. Tal merma se puede constatar si lanzamos la mirada hacia cualquier punto de la geografía nacional. Observaremos muchos casos y situaciones donde la ausencia del Estado es por demás ostensible. Esto ocurre por ejemplo en la región aurífera de Guayana donde "el orden" establecido allí es impuesto por grupos armados al margen de la ley, integrados por personas provenientes de Colombia, Brasil, Guyana, además de los propios paisanos nuestros. Es un "orden" delincuencial el que allí ha ganado terreno, y por lo mismo la aúrea riqueza producida en ese territorio se fuga del país sin que el Estado venezolano haga casi nada para impedirlo. El desfalco que allí se está produciendo es descomunal, un despojo que por cierto es de muy larga data, pues viene ocurriendo ininterrumpidamente desde hace más de siglo y medio. Toneladas de oro y diamantes se fugan del país y van a engordar las faltriqueras de otros delincuentes bien vestidos que habitan en cualquiera de las principales capitales del mundo. Empresarios de la minería los llaman.
Situaciones irregulares parecidas a estas ocurren en el resto de Venezuela. Ocurren por miles. Son situaciones donde los delincuentes están desplazando al Estado venezolano, convirtiéndose en un poder alterno que como tal fija las reglas a seguir. Es una realidad demasiado peligrosa para los venezolanos y para las instituciones nacionales. Las estadísticas sobre delitos cometidos en Venezuela estos años recientes así lo indican. El hampa avanza cada día más y ocupa nuevos espacios geográficos. Los delincuentes se acercan y nos cercan. A medida que los días pasan, ante el inminente peligro, los ciudadanos reducimos nuestros horarios de calle así como nuestra presencia en determinados sitios. El tiempo y espacio de libertad se nos ha restringido. Por ello somos ahora cada vez menos libres de caminar y recrear. Mientras, al contrario, los delincuentes son cada vez más libres de cometer sus fechorías. Son más libres pues avanzan geográficamente, conquistan más lugares, se apoderan de nuevos territorios, en verdad gobiernan alguna parte de nuestro país; y además, avanzan en el dominio del tiempo, en la medida en que cuentan ahora con más horas del día para actuar a sus anchas. Así entonces, la delincuencia le está ganando la batalla al Estado. Este se encoge, se retira, es desplazado. Está abandonando a la gente de bien, a los ciudadanos. Ha abandonado de hecho las horas nocturnas, los barrios, las carreteras, las autopistas, las cárceles, a los campesinos, a los pescadores. Y ahora está abandonando las horas diurnas, las urbanizaciones, los hospitales, las escuelas y universidades, los centros comerciales, las autopistas, las plazas. Así, mientras el Estado se achica, está surgiendo otro paraestado, dominado por delincuentes, que se imponen por métodos violentos. Hoy día éstos gobiernan de hecho algunos sectores del país y ejercen el control sobre algunas actividades económicas, como la minería aurífera, las drogas y el contrabando. Dado este trágico panorama, podemos decir que el Estado le está fallando a sus ciudadanos, le está fallando pues a estos los asesinan, los roban, los extorsionan, los secuestran, los violan; y cada día son más las víctimas. Y así mientras le falla a estos, le está facilitando a los delincuentes la realización de sus fechorías. Y es el presidente Maduro junto a su equipo de gobierno los responsables directos de tan anómala situación. Con su dejadez están contribuyendo a la desmembración de nuestro país. Muy cerca estamos de ser calificados con razón como un Estado fallido.
El gobierno hace algunos amagos para enfrentar la escandalosa situación, improvisa políticas, cambia ministros y viceministros, activa planes, intenta responder, pero sin efectividad. El más reciente invento del Ejecutivo Nacional es la OLPH, es decir, la Operación de Liberación Humanista del Pueblo. Un simple cambio de etiqueta. Combatir la delincuencia pero con humanismo. Esta es la más reciente política de seguridad improvisada por el gobierno. Mientras se ensaya este nuevo invento, el delito continúa su avance, crece, se extiende.
Las personas asesinadas en el poco tiempo del gobierno de Maduro suman unas cien mil, incluyendo cientos de policías, guardias nacionales, miembros del ejército. La situación pinta un panorama de guerra, una guerra de los delincuentes contra los ciudadanos desarmados, que deberían estar protegidos por el Estado, pero no lo están. Aterra la situación. Nos ha invadido el temor, el miedo, la angustia. Los venezolanos somos hoy gente asustada, pues en nuestro entorno son cada vez más, los amigos, familiares o conocidos, que han sentido en carne propia el ataque de los delincuentes. Eso significa que a todos nos están rodeando, que las probabilidades de que seamos nosotros la próxima víctima están a la vuelta de la esquina. ¿A quién recurrir entonces ante tan pavorosa amenaza? ¿Qué debemos hacer para resguardarnos de tan inminente peligro? Visto que el Estado venezolano se muestra pusilánime, exangüe, postrado, no nos queda otra alternativa que valernos de nosotros mismos, rogar al Señor, pedir milagros. Entonces a echar mano a los candados, cadenas, rejas, alarmas y a Dios para resguardarnos de los delincuentes. Aunque usted no lo crea. Pero así es.